Zenobia Camprubí Aymar
Juan Ramón
Jiménez
De ríos que se
van
(1951-1954)
(Selección)
Concierto
Echada
en otro hombro una cabeza,
funden
palpitación, calor, aroma
y
a cuatro ojos en llena fe se asoma
el
amor con su más noble franqueza.
¡Unión
de una verdad a una belleza,
que
calma y que detiene la carcoma
cuyo
hondo roer lento desmorona
por
dentro la minada fortaleza!
Momento
salvador por un olvido
fiel
como lo anteterno del descanso:
La
paz de dos en uno.
Y
que convierte
el
tiempo y el espacio, con latido
de
ríos que se van, en el remanso
que
aparta a dos que viven de su muerte.
Nuestro ser de
ilusión
Yo
les vi tu mí a tus ojos,
mi
tú les viste a los míos
tú.
¿Nuestro ser de ilusión
tú
me has visto, yo te he visto!
Fuego único
En
la vida que viviste
por
el espacio y el tiempo,
me
tocó vivir contigo,
estrella
de los luceros.
Y
todo mi vivir fue
acariciado
de fuego:
llama
roja, oro, morada,
blanca,
azul, gris, negra luego.
Si
no me hubieras prendido,
no
sé lo que hubiera hecho.
¿Merecí
arder, llama única?
¡Yo
no puedo comprenderlo!
A esta música
cálida
Morir
es no oír más esta música cálida que está sonando ahora; no oírla de la mano
del amor. Es no oír más la mar esta que suena con la música, el silencio que
escucha, de la luna; no oírlos de la mano del callar.
No
oír lo que clama el dolor con el amor, lo que grita el amor con el dolor, a
esta música cálida que ahora está sonando sobre el son de las olas de la mar,
son de las olas de la mar, las olas de la mar, de la mar.
El terrible
desvelo
Estás
sola de ti misma, sola mía, más de ti que de mí que más te quise que tú te
quisiste…
¿Y
cómo podrá ser que estés tan sola si estuve todo contigo? ¿No quepo en tu
soledad?
Yo
soy más grande por ti que mi vida y que mi muerte; y quepo donde tú estés tan
sola en ti misma.
¡No,
no me lo puedes decir; eres más grande que yo, eres más grande que el mundo,
eres más grande que el cielo, más que la muerte y la nada! ¡Eres ya tu
eternidad!
¡No
sé qué hacer con lo mío!
Sólo guardo un
tizo negro
¡No
le cogí el oro a dios!
¡Qué
lástima! El viento seco
zumbó
por mi corazón
buscándome
el pensamiento.
¡Un
oro que se perdió,
pudiendo
ser gloria! Pero
de
toda la bendición
sólo
guardo un tizo negro.
Con
él escribo a mi dios
este
sufrido dicterio:
“¡Si
me cantas la canción,
no
me cuentes más el cuento!”
Tu esencia
preciosa en él
Te
me fuiste de estas manos,
ya
no te puedo tener;
la
vida dio a don espectro
tu
suave redondez.
Tu
redondez, una hoja
de
rosa vistiendo cien
rosas
de carne y de sangre,
re
hueso en su madurez.
Tu
madurez con trabajo
del
cielo en todo su ser,
ilusión
de lo que era,
verdad
de lo que no es.
¡Y
yo aupándote tu cuerpo
con
mis manos otra vez
en
el aire, por si entra,
tu
esencia perdida en él!
¿Y
Dios?
Pues
yo soy yo, yo estoy
en
brazos de mi amor
que
es ella, sí, y que está
en
mis brazos.
¿Y
Dios?
Es
y está en el abrazo
que
nos damos los dos
en
el todo
fundidos
y
la nada del hoy.
Los dos en más
realidad
Yo
vine del allí libre
y
estoy preso en este aquí;
antes
yo era lo infinito
que
hoy no sé ya concebir;
soy
sólo el que considera,
sin
comprenderlo, aquel sí
que
fue y que ahora es el no.
…
Y lo que iba a decir:
morirme
es volver a ser
lo
infinito que ya fui,
ser
lo que ya no comprendo.
(¡Y
es estar contigo en ti,
mujer,
cuando tú te mudes
para
ese mismo sinfín!)
Es
la fe del más gran mar,
fe
innecesaria, que a allí,
como
todo está en su sitio,
sólo
es necesario ir,
ir,
morir, ir, volver, ir,
llegar,
morir, ir, ¡morir!
(¡Morir
para siempre ya
contigo,
mujer, tú en mí,
yo
en ti, los dos en los dos,
en
igual trasexistir!
Los
dos en más realidad,
orijen
en fin, al fin;
los
dos en lo original,
sin
nunca inquirir ya si
esto
es aquello o lo otro,
sin
nadir o sin cenit;
un
sentido de sentidos,
suma
total del sentir.
Ser
la nada de lo todo,
la
sombra del cuerpo, sin
el
cuerpo que es ya la sombra.)
¡Pues
venga todo el morir!
Con
tu voz
Cuando
esté con las raíces
llámame
tú con tu voz.
Me
parecerá que entra
temblando
la luz del sol.
Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí en Puerto Rico
De
vidas que se van: Zenobia, amor y muerte
en la última obra de Juan Ramón
Jiménez
Texto
de Jelena Mihailovic.
El
23 de noviembre del año 1951, Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón
Jiménez, uno de los más importantes poetas españoles del siglo XX, escribe en
su Diario: “Preocupada por mi propia salud. ¡Sería un contratiempo atroz!”. El
1º de diciembre del mismo año dice: “Es curioso lo poco que se sienten las
cosas cuando le vienen a uno encima. Primero está uno emocionado y confuso y
luego casi no se creen. (…) Yo me siento tan bien que no puedo creer que esto
pueda ser maligno…". Sus peores temores se cumplen cuando le diagnostican
cáncer. Los de su esposo también.
El 24 de diciembre ella
emprende un viaje a los Estados Unidos, para someterse a una operación dificil,
pero prometedora. La operan el último día del año, en el Massachussetts General
Hospital, en Boston. El viaje lo ejerce sola, sin Juan Ramón, pero sus cartas
la acompañan todo el tiempo, cartas en las cuales él “le escribe versos y canciones
(…), o la exalta, no sólo como la esposa y compañera única, sino también como
musa que inspira e influye en su obra” (Sárraga, VIII), pero de las cuales a
veces emana una desesperación insoportable, causada por su ausencia: “¡Cómo se
da uno cuenta del cariño en la ausencia! Dios mío, ¿cómo no me fui contigo? ¡5
días ya que te fuiste! ¡Cinco bloques de pena! ¡Cómo te quiero, Zenobia!”
(Sárraga, VIII).
Extremadamente afectado por
el estado de su esposa, Juan Ramón empieza a escribir poemas que van a componer
su poemario De ríos que se van. Alfonso Alegre Heitzmann cita una
nota que acompaña a un borrador de los siete primeros poemas del libro, donde
el poeta dice:
“Escribí
estos poemas cuando mi mujer, Zenobia, estaba en Boston luchando con el azar, y
lo mismo yo en San Juan [diciembre 51 – enero 52]. Cuando mi mujer ˝salió del
túnel˝ y volvió a mí, los correjí y empecé con ellos mis Destinos nuevamente,
después del abandono de 1950, en diciembre de 1952”.
Aunque terminado en el verano
de 1954, el libro fue editado por primera vez en el año 1974.
En 1999, Alegre Heitzmann
prepara una edición de Lírica de una Atlántida, reuniendo
en un volumen cuatro poemarios de Juan Ramón escritos en América. El libro De
ríos que se van, que contiene veintiséis poemas en total, está dividido en tres
partes: “De ríos que se van: I”, “Orillas que pasamos” y “De
ríos que se van: 2”, precedidos de la siguiente dedicatoria: “A mi mujer, por la
esencia de su alma ya vista”. La obra respira un amor intenso y un sufrimiento
profundo, causado por la presencia de la muerte esperando ocurrir. La gravedad
de la situación con la cual Zenobia se enfrenta, y la distancia entre los dos
en los momentos críticos de su vida, provoca las reflexiones del poeta acerca
de lo que ella es, de su estado físico y mental, del amor que los une, al igual
que las reflexiones acerca de los misterios de la vida y de la muerte. A
continuación, en este trabajo, trataré de mostrar cómo se elaboran estos temas
en el poemario.
El título del libro, De
ríos que se van, proviene del penúltimo verso de ”Concierto”, uno de los poemas
clave de la obra, que habla de lo difícil que es vivir tratando de olvidar. En
las primeras dos estrofas de este poema, el poeta crea un ambiente chocante,
pasando a través de una bella imagen de la pareja abrazada y una personificación
de su amor que “a cuatro ojos en llena fe se asoma”, “con su más noble
franqueza”, a la imagen que, de una forma alegórica, revela la verdad de la
enfermedad de Zenobia, lenta, pero imparable (“carcoma / cuyo hondo roer lento
desmorona / por dentro la minada fortaleza”). Esa enfermedad es la realidad de
los dos, y de ella no hay escape; menos en ese momento del olvido, el mismo
momento amoroso de la primera estrofa, que trae una paz momentánea, precediendo
a la paz eterna (en la muerte igualadora): “lo anteterno del descanso”. Ese
“momento salvador” hace la corriente del río (símbolo de la vida, cuyo destino
final e incambiable es la muerte) un poco más lenta, convirtiendo el tiempo y
el espacio en un remanso “que aparta a dos que viven de su muerte”.
El símbolo del río, al igual
que el símbolo del mar, ha estado presente en la literatura española desde hace
muchos siglos. En una conferencia en la Universidad de Puerto Rico, Juan Ramón
dice que:
“Los poetas siempre han sido
amigos de los ríos por el brotar palpable del agua, elemental como el de la
inspiración; por su encauce, por su caminar, por su ir, por su huir, por su
son, vuelvo a decirlo, por su ˝dar en la mar que es el˝, buen fin que todo lo
sume y lo funde, sin perderlo, en masas continuas de contención.” (Paula de
Nemes, 191)
El símbolo ha estado presente
en la poesía juanrramoniana por muchos años también, lo que podemos comprobar
con los siguientes versos del poema XCV de Estío, el primer
poemario dedicado a Zenobia, en el año 1916:
El río se lleva, mientras,
la realidad de esta tarde
a mares sin esperanza.
La idea es la misma: el
destino irrevocable de cada vida es la muerte. Sin embargo, la diferencia entre
los dos poemas mencionados está en el hecho de que los versos del Concierto, en vez de
expresar una “simple” reflexión sobre los temas de la vida y de la muerte, (lo
que ocurre con el poema XCV), transmiten una verdad triste que se funda en la
realidad.
“El nombre de Zenobia casi no
aparece en la obra de Juan Ramón, tan llena de nombres de mujeres, porque
Zenobia es poesía desnuda en la vida y la obra del poeta y las otras mujeres
son poesía vestida, es decir, aparecen con el nombre y adorno”, dice Graciela
Palau de Nemes en su libro Inicios de Zenobia y Juan Ramón Jiménez en
América. De ahí el uso del pronombre personal tú en vez del nombre
personal en la poesía amorosa escrita después de la llegada de Zenobia a la
vida del poeta. Los versos del poema “Sólo tú”, que abre
el poemario, reflejan lo último. También reflejan lo que para el poeta
representa su esposa:
¡Sólo tú, más que Venus,
puedes ser
estrella mía de la tarde,
estrella mía del amanecer!
En la carta que Juan Ramón le
escribe a Zenobia el 3 de enero, aparecen tres versiones de este poema. Con la
ayuda de su esposa, él edita la versión final, en la cual ella se identifica
con Venus, la diosa del amor, la estrella de la mañana o de la tarde, la más brillante
de las estrellas, que ilumina la vida del poeta cada día, y todo el día, en el
amanecer de su vida conyugal, al igual que en la tarde de la misma. Más
adelante, en el décimo poema de la primera parte, “Fuego único”, Zenobia
se presenta como una estrella otra vez, “estrella de los luceros” que siempre
lo acaricia con el calor de su “llama roja, oro, morada, / blanca, azul, gris,
negra luego”, inspirándole la vida, que de otra manera tal vez no se hubiera
dado de una forma tan dichosa (“Si no me hubieras prendido, / no sé lo que
hubiera hecho.”). La gradación que notamos en el uso de colores refleja los
sentimientos que, con el curso del tiempo, se mueven desde la felicidad y la
pasión hasta la más profunda tristeza. El poema termina con una pregunta que,
al parecer, el poeta le dirige a su esposa: “¿Merecí arder, llama única?”,
mientras que, en realidad, se interroga a sí mismo, tratando de descifrar si
merece todo el cariño y el amor que ha recibido. A esta pregunta él no
encuentra la respuesta y, sintiéndose perdido, grita: “¡Yo no puedo
comprenderlo!”
Zenobia, en la mayor parte de
esta colección, aparece tal y como es, sin idealización alguna. Podemos
demostrar esto a través del segundo poema de la primera parte del poemario: “Sobre
una nieve”. Juan Ramón lo escribe inspirado por una carta que Zenobia le
envía desde el centro de convalecencia en Massachusetts y donde dice: “Estoy en
el sitio más lindo que puedas imaginar porque después de una nevada de ayer ha
salido el sol y el mundo está limpio y reluciente.” (Sárraga, IX). En el poema
aparece una descripción de ella, acostada en la cama, enferma y frágil, apenas
resucitada del mundo de la oscuridad:
“Ni
su esbeltez de peso exacto, tendida aquí, mi mundo, y como para siempre ya; ni
a sus veces verde mirar de fuente ya con agua de sol sólo, ni el descenso sutil
de su mejilla a la callada cavidad oscura de la boca, ni su hombro pulido, tan
rozado ahora de camelia diferente; ni su pelo de oro gris un tiempo, luego
negro, ya absorbido en valor único; ni sus manos menudas que tanto trajinaron
en todo lo del día y de la noche, y sobre todo en máquina y en lápiz y en pluma
para mí, ni…”
El polisíndeton
característico para este texto, ni, que encabeza todos los versos de esta parte
del poema, repitiéndose de una manera anafórica, sirve para acentuar el mal
estado físico de Zenobia y su belleza disminuida por la enfermedad. Las
imágenes específicas se reanudan, describiendo a la mujer parte por parte,
hasta que en la mente del lector se produzca la sensación de una persona casi
moribunda. Es ahí donde el poeta hace una interrupción en la continuidad del
poema e introduce otra idea, contrastante, citando las palabras de la mujer,
que en realidad no se pronuncian, y que tienen significado opuesto a lo que
realmente significan:
“Mi encanto decisivo residía,
¡acuérdate tú bien, acuérdate tú bien!, en algo negativo que yo de mí tenía;
como un aura de sombra que exhalara luces de un gris, sonidos de un silencio,
(y que ahora será de la armonía eterna), incógnita fatal de una belleza
libertada; residente, sin duda y más visible quizás en los eclipses.”
Zenobia logra escapar a las
garras de la muerte, y la eternidad queda “para más tarde”, por suerte del
poeta, quien dice: “ella salió, como después me dijo, por la otra boca del
pensado túnel y vio salir también el rojo sol sobre la nieve”. El contraste
entre la blancura fría de la nieve y el rojo cálido del sol, que encontramos en
este último verso, representa un eco de lo escrito en la carta de Zenobia,
previamente citada.
El poeta parece estar
obsesionado con las manos de su esposa, esas manos que, aparte de quererlo
tanto, le ayudaban mucho en su trabajo. En el poema Mirándole las manos, él dice:
“Amigo,
mira siempre las manos que trabajan. Y ahora ve estas manos femeninas, que tan
bien conoces, la derecha ayudada por la izquierda (tan pequeñas, todas alma y
acero); mira la mano sensitiva, la mano pensativa. ¡Cómo se tienen y destienen,
cómo se envuelven y vuelven, cómo acarician, cómo alzan, cómo atacan tan
valerosas, tan suaves! Míralas con un libro luego, acompañando en paz, debajo,
pero tan bien dispuestas, la escritura.”
A través de las manos de
Zenobia, el poeta nos habla de lo que ella es, de su vida diaria, de su
personalidad: sus manos son metáfora de ella misma.
Los ojos, en poesía en
general, muchas veces representan los espejos del alma. La poesía
juanrramoniana no es una excepción. Así, en el poema El color de tu alma, por
ejemplo, el alma de Zenobia obtiene el color de sus ojos. Por su forma métrica,
esta creación se parece mucho a un soneto y está repleta de diferentes figuras
estilísticas, lo que puede verse en la siguiente estrofa, donde Juan Ramón,
sirviéndose de paronomasias, repeticiones, metáforas y antítesis, define lo que
adora en su esposa:
No es fulgor, no es ardor y no es rubor
lo que me da de ti lo que te adoro
con la luz que se va; es el oro, el oro
es el oro hecho sombra: tu
color.
Se establece una armonía en
todas las cosas gracias al color del oro, que se encuentra por todos lados, en
el alma, en el sol, en el árbol, etc., y es tan importante para el poeta que se
iguala a su paz, a su fe, a su sol, a su propia vida. El mismo motivo aparece
en los poemas ¡Yo lo quiero, ese oro! y Sólo guardo un tizo negro (el noveno
de la primera y el tercero de la segunda parte del poemario).
El poema Nuestro ser de
ilusión (el quinto de la primera parte) se caracteriza por un uso
excesivo de los pronombres personales, pronombres y adjetivos posesivos. El
poeta juega con las palabras y escribe oraciones gramaticalmente complejas, con
el fin de hacer que el lector confunda los conceptos e intuya la conexión
espiritual entre dos seres que se quieren; dice: (“¡Yo les vi tu mí a tus ojos,
mi tú les viste a los míos / tú. ¡Nuestro ser de ilusión / tú me has visto, yo
te he visto!”). En cuatro versos eneasílabos de este poema, el verbo ver se
repite varias veces, acompañado, otra vez, por el correspondiente sustantivo –
ojos: símbolo del alma. El efecto de ver el ser de una persona a través de sus
ojos, transmite lo dicho de un plan concreto, al otro, más abstracto. La
dedicatoria al poemario: “A mi mujer, por la esencia de su alma ya vista”,
podría relacionarse muy fácilmente con este poema.
Las imágenes que nos
transmiten algunos de los poemas de la colección dejan la impresión de Zenobia
ya muerta. Son tan vivas, que pareciera que el poeta las hubiera tenido en su
mente como algo realmente sucedido. Uno de esos poemas es Lo que oír yo
puedo (el sexto de la tercera parte), donde una verdad desoladora (que
se presenta como “silencio fijo”, la “presencia de un fraguar eterno”, el
“rozarme denso del secreto desvelante”, la “única respuesta”) impide que los
labios de Zenobia le digan al poeta lo que él quiere y puede escuchar. El poeta
parece encontrarse (físicamente o en su pensamiento), al lado del lecho de su
esposa que está al borde de la muerte, o tal vez muerta ya en su conciencia. La
repetición de los demostrativos este o esta delante de
las palabras que se refieren a los misterios de la vida y de la muerte
(metafóricamente presentados en el poema con la misma palabra), hacen el
sentimiento doloroso muy presente, lo enfatizan, igual que los puntos
suspensivos, que se encuentran al final de cada oración.
Algo parecido ocurre en el
quinto poema de la tercera parte del poemario, Dijo él sólo en 19XX, donde el
poeta entra en diálogo —o, mejor dicho, seudodiálogo— con su esposa, que está
cruzando “el infinito verdadero”. El subtítulo del poema —“Como
presentimiento de lo dichosamente incumplido”— nos transmite el temor del
poeta a lo que pudo haber ocurrido, pero que aún, por suerte, no se realiza.
Las oraciones interrogativas que se reanudan a lo largo de los versos
anisosilábicos y con rima asonante, expresan la incertidumbre del poeta en
cuanto al gran misterio de la muerte. Él y su esposa se ven simbolizados en los
pájaros y su casa en el nido. El pájaro de “tiernas alas” está dejando ese nido
y el de las “alas grandes” se ve incapaz de protegerlo y guardarlo allí, ya que
ninguna de sus dos “plumas” - una a que se reducen sus alas grandes y otra, que
le sirve para escribir -, lo puede alcanzar en ese negro infinito, “el todo
negro solo verdadero”, en el que ni siquiera su luz tan clara se puede ver. De
ahí proviene su angustia. El poeta se siente desolado frente al vacío de su
vida y la soledad que se vuelve su cotidianidad.
Juan Ramón Jiménez en Puerto Rico.
La actitud de Juan Ramón
hacia la muerte se refleja muy claramente en el poema Los dos en más
realidad. El poeta se siente como prisionero en la vida, mientras que la
eternidad de la muerte, la misma eternidad de la que vino, “el allí”,
representa el mundo de libertad (“Yo vine de allí libre / y estoy preso en este
aquí”). Se siente como un ser que tiene consciencia de lo infinito del allí, en
el que él también lo era, pero no logra entenderlo (“antes yo era lo infinito /
que hoy no se ya concebir; / soy sólo el que considera, / sin comprenderlo,
aquel sí / que fue y que ahora es el no.”). Es interesante el uso de la palabra
afirmativa sí y la negativa no, que se sustantivizan, (gracias al
demostrativo aquel y el artículo el), refiriéndose al mismo concepto
(el infinito que en la muerte lo es y en la vida no lo es). El verso: “…Y lo
que iba a decir:”, con el que Juan Ramón, al parecer, quiere expresar una nueva
idea, en realidad subraya lo anteriormente dicho: “morirme es volver a ser / lo
infinito que ya fui, ser lo que ya no comprendo”. Al morirse, devolverá su
libertad, se convertirá en un infinito de todo y de todos, donde todo se funde
e iguala, y donde se unirá con su esposa para siempre, en la esencia de los
dos, que, en realidad, es una misma: “(¡Y es estar contigo en ti, / mujer,
cuando tú te mudes / para ese mismo sinfín!)”. Y no es necesario tener fe en
que esa eternidad, representada en el simbolo de un mar, del “más gran mar”,
exista, porque ella es un hecho y uno sólo tiene que marcharse hacia allá. Se
destaca un dinamismo en los últimos versos, que refleja el movimiento continuo
hacia la muerte, donde los verbos ir y morir se repiten varias veces y el
último hasta termina la estrofa en forma de una exlamación: “ir, morir, ir,
volver, ir, / llegar, morir, ir, ¡morir!”, que enfatiza la gran verdad.
Toda una estrofa puesta entre
paréntesis, sigue definiendo lo que para el poeta representa la eternidad de la
muerte, la eternidad de todo, la nada de todo, su origen y su fin, que no tiene
nadir ni cenit, que contiene las esencias de las cosas y no las cosas mismas
(“Ser la nada de lo todo, / la sombra del cuerpo, sin / el cuerpo que es ya la
sombra.”). El anhelo hacia la muerte libertadora lo subraya una vez más en el
último verso, en la última exclamación, invitación a la muerte: “¡Pues venga
todo el morir!”.
Deberíamos mencionar también
el poema A esta música cálida, en el cual el poeta presenta la
muerte como una nostalgia por las sensaciones hermosas que en la vida traen los
sentidos: “Morir es no oír más esta música cálida que está sonando ahora; no
oírla de la mano del amor. Es no oír más la mar esta con la música, el silencio
que escucha, de la luna; no oírlos de la mano del callar.” Si tomamos la mar
como símbolo de la muerte, podemos igualar la música que sobre él se produce
como símbolo de la vida en este caso. Mientras la escuchamos, estamos vivos. El
ritmo de este poema es muy marcado, especialmente en su segunda parte. Los
paralelismos usados en la última frase (“lo que clama el dolor con el amor, lo
que grita el amor con el dolor”), al igual que las repeticiones que, después de
cada coma, pierden algunos de sus elementos (“que ahora está sonando sobre el
son de las olas de la mar, son de las olas de la mar, las olas de la mar, de la
mar”) hacen que las palabras realmente resuenen en la mente del lector como “la
música” de las olas de un mar.
Con la recuperación temporal
de su esposa, regresan al poeta las ganas de vivir. Así, el noveno poema de la
tercera parte, Las piedras constantes, celebra la vida (“¡Vida, preciosa
vida / con el sol de la aurora!”), celebra la vuelta de Zenobia a la vida,
vuelta al existir, “al conocido puerto”, “a más continuidad”, después de un
viaje por la oscuridad, por “la sombra perdida”: el mundo de la muerte. La
angustia que sufría el poeta mientras ella estaba inconsciente y “entre dos
luces”, se ve reemplazada por un gusto de tener la posibilidad de vivir otra
vez con ella a su lado y de sentir “el sol, el mismo / sol, el sol entrañable,
/ el sol de Dios” que, con su calor, “entibia / ya las piedras constantes”,
inspirándoles una vida nueva. El poema está escrito en heptasílabos reunidos en
las estrofas de dos, cinco y ocho versos. Cada una de las estrofas representa
una frase exclamativa, lo que subraya la alegría del poeta frente al retorno
feliz de su querida esposa.
El poemario termina con un
poema de cuatro versos heptasílabos y rima asonante en sus versos pares, Con
tu voz, en el cual el poeta nos habla de su propia muerte:
Cuando esté con las raíces
llámame tú con tu voz.
Me parecerá que entra
temblando la luz del sol.
La palabra raíces en este
poema puede observarse como símbolo del espacio en el que el poeta (al igual
que el resto de los seres vivos) va a “obitar” después de haber muerto, pero
también como símbolo de la fuente de una nueva vida, una “vida aún
desconocida”, que en ese momento le podría inspirar la voz de Zenobia, igualada
a la luz del sol. Una vez más se siente la esperanza de que los dos podrían
estar juntos en la realidad del más allá.
Muy pocos años después de la
escritura de estos poemas, lo que en el año 1951 “dichosamente no se cumplió”,
finalmente llega a cumplirse. En 1956, Zenobia se ve nuevamente afectada por la
enfermedad y a principios de septiembre viaja a Boston con esperanzas de que
otra intervención quirúrgica pueda ayudarle a prolongar su vida. El viaje, sin
embargo, no trae un desenlace favorable. No la pueden operar porque la
enfermedad ha avanzado demasiado, y ella, desanimada, regresa a Puerto Rico, a
pasar sus últimas semanas al lado de su esposo. A Juan Ramón le otorgan el
Premio Nóbel de Literatura el 25 de octubre. Zenobia fallece tres días después.
Antes de dos años, el 29 de mayo del año 1958, fallece también el poeta.
La influencia que Zenobia
ejercía sobre la vida de su esposo era enorme. Como dice Ricardo Gullón,
“Ella era por un lado, paz y
calma, la inmersión en la costumbre, regularidad en la tarea creadora; más
también, y a la vez, aportaba a la vida de Juan Ramón movimiento y dinamismo,
abriéndola a comunicación y relaciones que sin ella acaso nunca hubieran
llegado a establecerse. Para entender adecuadamente esa influencia, es preciso
abarcar su vario sentido: acelerador a veces, freno a menudo, estabilizador siempre.”
Ella era su sostén y su guía
y su amor. De ríos que se van es un libro de Juan Ramón para
Zenobia. De ríos que se van es un libro de Zenobia, en el que
ella se nos presenta con toda su fragilidad física y toda su bondad espiritual.
Se nos transmite la naturaleza de la relación que tenía con su esposo y los
sentimientos que nacían de acuerdo con el momento en la vida de ambos. Si el
estado de Zenobia estaba grave, ella en sus poemas parecía casi muerta, y el
tono era pesimista; si su salud mejoraba, él celebraba la vida. El amor emana
de las páginas de este poemario llenas de versos musicales y coloridos; y de
poemas reflexivos, en los cuales el poeta trata de revelar lo que se esconde
detrás del misterio de la vida y el misterio de la muerte, simbólicamente
caracterizados en las palabras río y mar. Casi siempre en este libro resalta la
esperanza, que una vez separados, ellos dos, que tanto se quieren, puedan
reunirse en la eternidad. El poemario De ríos que se van cumple con
su deseo.
Juan Ramón Jiménez ante la tumba de Zenobia, en el cementerio
de Porta Celei, Bayamón, Puerto Rico (1957).
de Porta Celei, Bayamón, Puerto Rico (1957).
Obras citadas
Camprubí, Zenobia. Diario
3. Puerto Rico. Madrid: Alianza, 2006.
Gullón, Ricardo. Estudios
sobre Juan Ramón Jiménez. Buenos Aires: Editorial Losada, S.A., 1960.
Jiménez, Juan Ramón. Estío. Madrid:
Taurus, 1982.
Jiménez, Juan Ramón. Lírica
de una Atlántida. Barcelona: Círculo de lectores, 1999.
Palau de Nemes, Graciela. Inicios
de Zenobia y Juan Ramón Jiménez en América. Madrid: Fundación
Universitaria Española, 1982.
Sárraga Raquel. “Zenobia y
Juan Ramón Jiménez (Navidades 1951-52)”. Anthropos 7 (1989): VIII – X
Obras consultadas
González Duro, Enrique. Biografía
interior de Juan Ramón Jiménez. Madrid: Ediciones Libertarias /
Prodhufi, S.A., 2002.
Gullón, Ricardo. El último
Juan Ramón Jiménez. Así se fueron los ríos. Madrid: Ediciones
Alfaguara, S.A., 1968.
Jiménez, Juan Ramón. Libros
de poesía. Madrid: Aguilar, 1959.
Palau de Nemes, Graciela. Vida
y obra de Juan Ramón Jiménez. Madrid: Gredos, 1957.
Notas
Juan Ramón Jiménez
(1881-1958), y Zenobia Camprubí Aymar (1887-1956), española por parte del padre
y puertorriqueña por parte de la madre, contraen el matrimonio en Nueva York,
en el año 1916, cinco años después de haberse conocido. Luego regresan a España
y pasan allí los siguientes veinte años. Con la Guerra Civil, la pareja se muda
a los Estados Unidos, donde el poeta ejerce la función de embajador cultural de
España. No saben en ese momento que nunca más regresarán a Europa. En Cuba,
Estados Unidos y Puerto Rico pasan el resto de sus vidas. Se establece entre
ellos una relación de amor y respeto profunda, lo que se refleja en los
poemarios que Juan Ramón escribe: Diario de un poeta reciencasado, Estío, De ríos
que se van, etc. En ellos, especialmente en los últimos dos, Zenobia se
destaca como musa que le inspira al poeta no sólo para crear, sino también para
vivir. Los poemarios que forman parte de Lírica de una Atlántida son: En el
otro costado, Una colina meridiana, Dios deseado y deseante (Animal
de fondo) y De ríos que se van. De estos cuatro libros, sólo el
primero y el tercero habían sido publicados como libros autónomos.
Alegre Heitzmann en las notas
que siguen “Lírica…”, dice que en diferentes borradores el mismo poeta divide
el poemario en estas tres partes. Sin embargo, solamente los primeros siete
poemas de la primera parte siempre siguen el mismo orden. Se publican por
primera vez en enero de 1953 en la revista Ínsula y también aparecen, con otros
dos añadidos, en la Tercera antolojia poética, publicada
en el año 1957. La dificultad viene en la ordenación del resto de los poemas
del libro.
La segunda parte del
poemario, como lo indica Heitzmann, representa un paréntesis en el cual Juan
Ramón incluye tres poemas de la época que reflejan algunas de las
circunstancias biográficas de estos años. Como estos poemas no tienen mucho que
ver con los temas previamente mencionados, no me ocuparé de ellos en esta
ocasión.
La mención de este poema y un
borrador de sus primeros versos se encuentran en la carta de Juan Ramón,
escrita a Zenobia el 24 de enero, mientras ella estaba en la casa de
convalecencia en Massachussetts, después de haber sido operada.
Las tres versiones del poema
también aparecen en el Diario de Zenobia, apuntadas el 16 de abril del año
1952. Aquí las cito todas: “¿Cómo puedes tú ser / estrella de la tarde / y de
amanecer?”;.“¿Cómo tú, mujer mía, puedes ser / al mismo tiempo estrella de la
tarde / y estrella del amanecer?”; “Sólo tú, mujer mía, puedes ser / tranquilla
estrella de mi tarde, / estrella inquieta de mi amanecer.”
El 16 de abril, en su Diario,
Zenobia apunta algunos versos de este poema también: “En la vida que has vivido
/ por el espacio y el tiempo, / me tocó vivir contigo, / estrella de los
luceros. // ¡Y cómo te merecí / yo no puedo comprenderlo!”. Podemos notar que
el poeta ha cambiado los últimos dos veros en la versión definitiva, así que,
en vez de sólo una oración exclamativa, tenemos una interrogativa y otra
exclamativa.
Las frases que componen este
texto pueden considerarse como versos, ya que, gracias a las repeticiones de
elementos que contienen, la creación entera se vuelve muy rítmica y musical.
Todos los textos de este tipo que caben dentro del poemario, tienen las
características parecidas.
El poema contiene catorce
versos endecasílabos reunidos en dos cuartetos y un sexteto, en vez de dos
tercetos. Sin embargo, la rima es consonante y se sigue de manera
caracteristica para el soneto: en los cuartetos es abrazada (ABBA, ABBA) y en
el sexteto es entrelazada (CDCDCD).
Heitzmann señala que aunque el
título dice (19XX), en la parte superior izquierda de la pagina del original de este
poema está escrito: “(Pasada o 1920)”, y en la parte inferior izquierda, “(1920,
17 de abril)”, lo que luego Juan Ramón tacha y pone encima “(1951)”. Parece que
el poeta aquí relaciona dos hechos y dos fechas en el tiempo.