3/12/11

El joven a sus juiciosos consejeros (Hölderlin)

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En este poema Hölderlin retrata perfectamente el carácter rebelde de un joven que empieza a darse cuenta de lo singular de su personalidad y de lo incierto de su destino.


EL JOVEN A SUS JUICIOSOS CONSEJEROS



¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Que domine
este amor ardiente y gozoso, este impulso
hacia la verdad suprema? ¿Que cante
mi canto del cisne al borde del sepulcro
donde os complacéis en encerrarnos vivos?
¡Perdonadme!, mas no obstante el poderoso impulso que lo arrastra
el oleaje surgente de la vida
hierve impaciente en su angosto lecho
hasta el día en que descansa en su mar natal.

La viña desdeña los frescos valles,
los afortunados jardines de la Hesperia
sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago
que penetra como flecha el corazón de la tierra.
¿Por qué moderar el fuego de mi alma
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate?

La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llega del Éter
no nació para el yugo.
Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña
en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade
arrastra por un momento al nadador,
que muy pronto se sumerge, su cabeza ceñida de luces.

¡Renunciad al placer de rebajar lo grande!
¡No habléis de vuestra felicidad!
¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla!
¡No toméis al Espíritu por vuestro siervo!
¡No intentéis detener los corceles del sol
y dejad que las estrellas prosigan su trayecto!
¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta,
no pretendáis que sirva a los esclavos!

Y si no podéis soportar la hermosura,
hacedle una guerra abierta, eficaz.
Antaño se clavaba en la cruz al inspirado,
hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos.
¡Cuántos habéis logrado someter
al imperio de la necesidad! ¡Cuántas veces
retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa
cuando iba a embarcarse lleno de esperanza
para las iluminadas orillas del Oriente!

Es inútil: esta época estéril no me retendrá.
Mi siglo es para mí un azote.
Yo aspiro a los campos verdes de la vida
y al cielo del entusiasmo.
Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos,
celebrad la labor del hombre, e insultadme.
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere,
la bella, la vida Naturaleza.



Friedrich HÖLDERLIN

(Traducción: Federico Gorbea)


hoelderlin bien

Johann Christian Friedrich Hölderlin (1770-1843) está considerado el más grande poeta del Romanticismo alemán. Fue autor, además de la producción poética, de ensayos y obras claves de la literatura europea, como Hiperión y La muerte de Empédocles. Después de vagar sin rumbo como preceptor de familias ricas, vivió los últimos 37 años de su vida aquejado de una oscura locura, en la casa de un carpintero a orillas del Neckar. Olvidado en vida y durante largo tiempo tras su muerte, ha marcado de manera determinante la obra de muchos filósofos y poetas.

30/10/11

Las urgencias de un dios (Enriqueta Ochoa)

Enriqueta_Ochoa


Las urgencias de un Dios




¡Cuánto girón de cielo prometido
que no puedo creer,
que no logra sitiarme
ni adormecer mi sien
ni incitarme el afán!

No rebusquen más mitos en mis labios.
Soy la furia salvaje de una criatura
abandonada en el monte
sin conocer más padre que el sol que ha requemado mi epidermis
ni más madre que ese lamento gris de tierra
que indefinidamente me derrumba y me levanta.

Una urgencia por Dios toma el vocablo.
¡Lo que nos pasa a veces!
Si cuando niña se me hubiera dicho:
“Ante Dios
afloja la rodilla y baja el rostro”,
yo hubiera obedecido.
Pero nadie sopló luces de mitos en mi frente
ni se movió en los nervios de mis actos
(aprendí de mi abuelo a levantar, por mi mano, todas las cosas)
y fui sólo el bárbaro explorador sin ropas
que arañando la piedra se trepaba al risco
para avistar las rutas que indicaba
su brújula de astros y de olores.
Y ahora, cuando alguien me pregunta:
“¿Cuál es tu Dios, tu identidad,
y la región que habitas?”, digo:
—Mi tierra es la región del embarazo
y yo soy la semilla donde Dios
es el embrión en vísperas.

¡Cuánto pasado para llegar aquí!
Para poder estar de pie junto a las cosas
y decir:
— Mi corazón se espiga frente al mundo
como una inmensa lágrima caliente.
Pasan las madres con sus hijos.
Las parcelas revientan de brotes
y el espacio nutre un retoño
de vibrátiles e inmensas dimensiones.
Ante esto
yo mido la magnitud de mis caderas,
palpo mis carnes, aguzo el oído finamente
y confirmo el hecho:
como ellas yo llevo un fruto en mí.
Pero alguien, no sé quién, salta y me dice:
“Ficticio anunciamiento
en la sorda pulsación de un cuerpo estéril”.
Qué saben ellos
de ese recóndito embrión
urgiendo mi presencia bajo un cielo de ruinas.
Qué saben de ese embarazo antiguo gestando desde siglos
un hijo despatriado que no logra nacer
ni abortar de mi vientre
cuando resbalo y caigo.
Un hijo falsamente robado y bautizado
en el narcotizante vino de un río mitológico
que no acierta a moverse
con la pesada carga que le asignan.
¡Ay del fruto en la entraña
escandalosamente percibido,
voluminosamente titulado,
quebrantando mis huesos al golpe de su peso!
Y antes no eran sus rasgos pronunciados
ni complicado el peso.
Yo recuerdo la niña agilidad
que jugaba con la víscera azul
antes del rapto,
casi en la misma conjunción del lecho:
aquella anunciación difusa y primeriza
de hace siglos,
donde su presencia apenas si brillaba
con párvula intuición de imprecisión y azoro.
Sensible al ruido y diminuto,
sus fugas nos vedaban los contornos
y aún el más sigiloso y descalzo de los pasos
le aguijaba de miedos
precipitándole en una tímida huida de corza repentina.
Pero eso fue ayer. Ayer,
en el tiempo de las primeras brasas.
Hoy todo es distinto.
Sé mi condición de madre
y de Dios su condición de hijo,
de sucesión, rumbo al futuro,
y un desgajado sol de otoños dulces
dilata mi corazón y lo revienta en grito:
— ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
— on un temblor de voz que supera todas las ternuras.

De blasfemia han tachado mis urgencias.
Dicen que Dios no reirá jamás entre mis labios
ni llorará en la cuenca de mis ojos tristes.
Seré siempre la anónima, la gris, la desterrada
para quien sólo existe por patria
un índice de estragos y de hogueras.
Pero, ¡basta de escándalo!
¡Que no me digan nada!
El corazón se exprime en sus lagares
y canta en el ardor de sus heridas,
El mío canta aquí, a la intemperie,
sin fronteras ni códigos caducos,
sin esos cuentos viejos que nos dicen:
“Corrían arcos de luz de arriba abajo
y tatuaban las frentes de distancias”.
¡Vaya!, como si el ala oculta no tocara
más arriba del ojo de los vientos.
Yo no puedo alisar fábulas ciegas.
Alguien rompió sus labios pecho adentro
y me enseñó a forjarme desde siempre
una forma de amor recíproca y sencilla.
De aquí que guste la identidad sin límites ni ambages
y use el coloquio fácil y entrañable
con que en el vientre se hablan madre e hijo.
No reparo en lo dicho. Dios es mi inseparable,
mi más íntimo compañero
de juegos y de lágrimas:
el más constante y tierno,
más rebelde y sumiso.
¡Vaya! ¡Lo que son las cosas!
Yo sé lo que le espera al canto en que me espigo:
una turba de puños indignados
demolerán su forma,
me trizarán a golpes.
Mas yo sabré ubicarme
de nuevo en mi insistencia
sacudida de grillos la cabeza
y destrenzado el pelo hasta las corvas,
porque odio los límites supuestos.
No me conformo con que digan:
“su forma es ésta; vedada otra estructura”.
¡Qué débil consistencia de doctrina!
Recordad que Dios es el espejo
más contradictorio y bifurcado,
acomodado a todas las pupilas.
Yo lo esculpo a mi modo y le doy forma.
¿Cómo pecar con esto?
¿Peca la hembra que proclama al vástago?
¿Peca al decir: se hospeda desde siempre
en la borrasca delirante de mi sangre?
Imposible.
El concebir y el cantar no hay que velarlos.
Hay que danzar con ellos a la luz del día
y a la obsidiana luz de la alta noche.
Yo no puedo evitar mi índole espontánea;
soy una cascada de torsos al desnudo.
Como el niño se da, me doy al viento
desatando mi grito.
Los buenos me dirán que calle y ceda.
Mas yo que en torno de mi cintura
he puesto un cascabel de mineral rojizo
que a cada paso grita a Dios: ¡Mi hijo!,
y establezco mis propios cánones y salmos,
no me dejo llevar
ni me dejo negar
ni escondo la vereda
ni me humillo el rostro
cuando otros le nominan “Padre”, “Artífice”,
ni les digo el origen de mi grito
porque no creerán en la sobrevivencia.
Perece el padre, sobrevive el hijo,
El último es eterno:
llora en el niño antes de hacerlo hombre,
y después y después,
y siempre el hijo despejando el futuro.
dominando horizontes
imperecedero, triunfal,
en la Unidad, en lo Eterno.
¿Por qué ignorar que el mundo
es un cotiledón de fuego
en que Dios va formando su presencia?
Son cosas que no pueden cubrirse.
Miradme aquí cómo al tratar su nombre
danzo en una resurrección
de brasas removidas
y siento sus latidos sonándome en el pecho.
¿Cómo negar al hijo que florece?
No he aprendido a ocultarle
ni a decir que me pesa, aunque me acusen
de agotarme su largo nacimiento.
¿Por qué habría de ser?
Él no me obliga a prescindir de nada.
Su floración es natural y simple
y si bien estos ojos vidriosos se me pierden
tras un vago rumor inaprehensible
y a menudo descanso en el camino
y acaricio su forma por mi vientre.
también puedo agitarme
y retozar a pie descalzo el monle vivo
y hago correr sus pies entre mis piernas
y hundo mis manos en la tierra firme
y bebo el agua corriente de los ríos
y desnudarme al sol.
Y es mejor que mejor,
porque no me gustaría que el que pasara viera
mi cabeza quebrada sobre el pecho,
ni quiero para él un enfermizo rostro
de Dios encajonado
en estancias oscuras y severas.
Quiero que muerda el corazón del mundo,
que sepa del sol,
de los astros, del viento,
de lo grande y lo mínimo.
Quiero en Dios al hijo que creciendo
en plenitud reviente al cerco falso
y destruya las fronteras
y la celda ficticia y demudada
del concepto y la carne.
Lo quiero levantando su imperio al aire libre,
desnudo, limpio, imperturbable y sano,
respirando hondo y fuerte
del aliento rotundo de la Tierra.


ENRIQUETA OCHOA
(1928-2008)


Edicion original Urgencias de un dios


La intimidad del misterio

De estilo íntimo y diáfano, la poesía de Enriqueta Ochoa (Torreón, Coahuila, 1928) explora la religiosidad, el misticismo y los arrebatos humanos que nacen de los impulsos que inspiran el encuentro con mundos desconocidos, como el del sueño y la muerte.

Amena en su charla y elegante en su hablar y vestir, Enriqueta Ochoa fue maestra de diversas instituciones y formadora de poetas. Comenzó a versificar a los 9 años. Maestra normalista en el norte del país, publicó sus primeros versos en la revista Fuensanta de Jesús Arellano. Al poco tiempo, comenzó a colaborar en Ariel de Emmanuel Carballo. Fue a través de éste que tuvo su primer contacto con los poetas capitalinos Jaime Sabines, Rosario Castellanos y Dolores Castro, con quienes sostuvo un prolongado intercambio de cartas en que comentaban mutuamente sus poesías.

Publicó su primer libro en 1950, bajo el título Las urgencias de un dios. Casi 20 años después, publicaría Los himnos del ciego (1968) y el poema Las vírgenes terrestres (1970), donde reflexiona acerca de los problemas vitales desde su perspectiva femenina.

Poco antes de que Enriqueta Ochoa cumpliera 50 años, sucedió en su vida lo que ella llamaba “una avalancha de muerte”: al repentino fallecimiento de su padre, le siguió el de su madre; ese fue el motivo por el que su hermana se suicidaría. Su hermano moriría poco después a causa de una enfermedad relacionada al alcoholismo en que se sumergió ante esos acontecimientos.

Ese es el impulso inicial de Retorno de Electra (1978), uno de los libros más significativos de Enriqueta Ochoa; un poema escrito en un intenso momento de arrebato en que el dolor concentrado durante años fue expulsado: “ese poema no quería salir”, explicaba Enriqueta Ochoa, “estaba ahí hecho dolor. Hecho nudo.”

En ese poema, Enriqueta Ochoa escribe: Para volverte a hablar / tuve que llenarme de aire / los pulmones. / Y cuidar que no se me encogieran las palabras, / el corazón, los ojos, / porque aún se me deshacen de agua / si te nombro.

Tiempo después, ella misma caería gravemente enferma. Ese encuentro cercano con su propia muerte quedaría registrado en Bajo el oro pequeño de los trigos (1984); una reflexión acerca de la llama vital, del relámpago de este sueño que somos, que se inserta en la mejor tradición de la poesía hecha por ascetas que buscan aprehender las sensaciones de arrebato y revelación.

Otros de sus poemas son Cartas para el hermano (1973) y Canción de Moisés (1984). Tanto la UNAM como la Universidad de Guadalajara tienen antologías dedicadas a la poesía de Enriqueta Ochoa que sirven como material de lectura a los profesores en las cátedras de literatura.

En 2004, Enriqueta Ochoa publicó el libro de prosa poética Asaltos a la memoria (2004), dedicado a sus nietas, donde recupera las anécdotas de sus antepasados y su transcurrir por distintas geografías, desde París a Torréon, Aguascalientes y Guadalajara. Ese mismo año se publicó el libro Que me bautice el viento, Enriqueta Ochoa para niños, que conjunta versos inspirados en el paisaje desértico que le vio nacer.

Su último libro es Poesía reunida, una antología publicada por el Fondo de Cultura Económica este año, al que se añadió el último de los poemas que dio a conocer, Los días delirantes.

Enriqueta Ochoa fue profesora en la UNAM, la SOGEM, la Universidad Veracruzana, la Universidad Autónoma del Estado de México y la Escuela Normal Superior del Estado de México. Como reconocimiento a su labor de maestra y poeta, recibió en 1979 la Paca de Oro como Hija Predilecta de Coahuila. Recientemente, en mayo del 2008, recibió la Medalla de Oro Bellas Artes.

Desde 1994, el CONACULTA, en conjunto con el Ayuntamiento de Torreón y el Instituto de Cultura de Coahuila, realizan el Certamen Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa.

En una de sus últimas entrevistas, concedida a Adriana del Moral, al ser cuestionada sobre lo que le faltaba por lograr, la poeta respondía: “Pues nada, estar tranquila, ayudar a mis nietas y a mi hija. Tener salud para dedicarme a ellas.”

En esa misma conversación, la poeta da cuenta de lo que significó para ella su labor poética: “Una vez leí un libro en que había un pozo del misterio a donde sólo podían entrar dos seres: el poeta y el místico. Al igual que el místico, el poeta se echa un clavado ahí; ambos encuentran tesoros maravillosos en el fondo del misterio. El poeta los saca y los transforma en palabras, sin darse cuenta; el místico los saca y los transforma en oraciones… La poesía nace con uno; como producto de algo que es un misterio: no podemos saber de dónde viene, pero a veces, se nos abre...”


(“Semblanza: Enriqueta Ochoa, por CARLOS ROJAS URRUTIA, aparecido en el diario El Universal, Ciudad de México, 2 de diciembre de 2008)

17/10/11

Canto XLV de Ezra Pound




Canto XLV


Con usura ningún hombre tiene una casa de buena piedra,
cada bloque pulido bien encajado
para que el dibujo pueda cubrir su cara,
con usura
ningún hombre tiene un paraíso pintado en la pared de su iglesia,
harpes et lutes
o donde virgen reciba mensaje
y halo se proyecte de la incisión,
con usura
ningún hombre ve a Gonzaga sus herederos y sus concubinas,
ninguna pintura es hecha para durar ni para vivir con ella,
sino que es hecha para vender y vender pronto
con usura, pecado contra natura,
tu pan es cada vez más de trapos viejos,
seco es tu pan como papel,
sin trigo de montaña ni harina fuerte;
con usura la línea se hace gruesa,
con usura no hay clara demarcación
y ningún hombre puede hallar sitio para su morada.

El tallador de piedra es alejado de su piedra,
el tejedor alejado de su telar.
CON USURA
no viene lana al mercado,
la oveja no da ganancia con la usura,
la usura es una morriña, la usura
mella la aguja en la mano de la doncella
y detiene la habilidad de la hilandera. Pietro Lombardo
no vino por usura,
Duccio no vino por usura,
Ni Pier della Francesca; Zuan Bellin ni por usura
ni fue “La Calumnia” pintada.
No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis,
no vino ninguna iglesia de piedra pulida firmada:
Adamo me fecit.
No por usura St. Trophine
No por usura Saint Hilaire,
la usura oxida el cincel,
oxida el arte y el artesano,
roe el hilo en la rueca,
ninguna aprende a bordar oro en su bastidor;
el azur tiene un chancro por la usura; el cramoisi está sin bordar
la esmeralda no encuentra su Hemling,
la usura asesina al niño en el vientre;
impide el galantear del muchacho,
ha traído parálisis al lecho, yace
entre la novia y el esposo
CONTRA NATURAM,
Han traído putas a Eleusis,
cadáveres se han sentado al banquete
invitados por la usura.



EZRA POUND



Ezra Pound

25/7/11

Para Adam Rubalcava (1892-1984)

Hace poco, al visitar a mi madre, quien anda entretenida hurgando y poniendo en orden papeles, recortes de periódico, etc., del legado que mi tío Juan Cervera fue enviando a su madre durante treinta años desde México D.F., me dio una hoja impresa de título “Preludes”, cinco poemas en francés del poeta mexicano Adam Rubalcava, con correcciones y normas para la imprenta, que en 1986 su hija Cristina, reconocida pintora, había enviado a mi abuela Asunción Sanchís desde su residencia de París, donde vivía y sigue viviendo. La sorpresa fue comprobar que adjunta a la hoja había otra con mi traducción de dichos poemas al castellano, algo que no recordaba en absoluto.

Además, a esa hoja poética de Rubalcava le acompañaba una curiosa y entrañable esquela que decía: “Adam Rubalcava, nuestro admirable padre y amigo, el 15 de agosto de 1984 tuvo que responder al llamado de María, por lo tanto ya no podrá recorrer sobre sus piernas de caminante las vías reales que siempre lo acogieron. Nosotros nos hemos hecho portavoces de poemas que él hubiera entregado en mano propia”. Por tanto, pueden ser considerados estos “Preludios” como los últimos poemas escritos en vida por el poeta.

Por aquel entonces, el poeta sevillano Javier Jiménez (sobrino del universal Juan Ramón Jiménez), se hizo eco de estos “Preludios” y de esa esquela, que a él también le envió Cristina Rubalcava desde París, en las páginas del diario ABC de Sevilla (1).

Adam Rubalcaba había entablado amistad con mi tío el poeta Juan Cervera, residente en México desde 1968, por lo que sabía que en Lora del Río residía su madre, a quien visitó finalmente en 1977. Lo recuerdo como una persona grandota (alrededor de 1,90 m. de altura), y muy tierna, con algo de caballero quijotesco. Más tarde supe que había escrito muchas páginas profundas sobre el héroe de Cervantes.

Me encargué de acompañarlo por el pueblo, y confieso que me costaba seguirle el paso rápido y firme que llevaba. Un joven de 16 años siguiendo a un hombre elegante y discreto de 85 años. Fue significativo que durante el recorrido sólo se detuviera en un par de pastelerías, agradeciéndome con unos dulces mi tarea de “cicerone” por las calles de Lora del Río.

Años más tarde me enteré que había sido un auténtico trotamundos, habiendo recorrido a pie todo México de un extremo a otro, y que hizo lo mismo con Europa y Asia, habiendo dejado un extraordinario legado fotográfico de sus numerosas caminatas por tres continentes, siendo París, Madrid y Sevilla, sus tres ciudades predilectas. A este respecto, en noviembre de 2010 su hija Cristina organizó en la Maison du Mexique de la Cité Internacionale Universitarie de Paris, una exposición fotográfica con parte de su legado, bajo el delicioso título: “A través de la mirada. Un hombre, un río”.

Este hombre inquieto, nacido en Toluca (México) en 1892, fue un hombre curioso y aventurero, con formación autodidacta, que tuvo relaciones y amistad con artistas, periodistas, compositores, poetas y escritores de varias generaciones de México y de España. Editor y tipógrafo, amante de la naturaleza, del aire libre y de la arqueología, astrónomo, diseñador y hacedor de jardines, arquitecto, articulista, ensayista y cronista, fotógrafo, pero, por encima de todo, poeta, aunque publicara su primer libro de poemas (“Arroyo escondido”) a la edad de 78 años. Una poesía la suya de gran fuerza lírica, apartado de efímeras modas, que cultivó hasta su muerte de manera prolífica, editando sus propios libros en la editorial que fundó y a la que llamó “Candil”.

Entre los libros que publicó Adam Rubalcava destacamos los siguientes: “Puebla de los Ángeles”, “Dulcinea. Llama viva”, “Por la luna canticando”, “Arroyo escondido”, “Por si las moscas”, “Un río que ya no dará a la mar”, “España: tierra y sueño”, “Toda llena de gracia”, “Cinco madrigales y una endecha”, “Un lugarejo”, “Este Madrid”, “Año espiritual”, “Bajo tu sombra verde”, “Pátzcuaro” y “Bajo Tu sombra verde. Ramillete de Cantares Tomados De Varios Autores, Compuesto Para Señalada Loa y Muy Íntimo Regalo”

Incluido en la antología “Pájaros de Hispanoamérica”, compilada por Augusto Monterroso, “su obra puede compararse –al decir de Thelma Morales— con la de Juan Rulfo, Rubén Bonifaz Nuño, Ernesto Cardenal, Luis Cardoza y Aragón, Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti. De la misma manera, a lo largo de su vida sostuvo una rica correspondencia con personalidades como León Felipe, Luis Cernuda, Andrés Henestrosa, Salvador Novo, José Gorostiza, Alí Chumacero y José Emilio Pacheco. Por estas razones, Adam Rubalcava encarna las interacciones y los vínculos entre la literatura española y la mexicana; entre las imágenes plásticas y las metáforas” (2).



Por ejemplo, aquí, en Sevilla, nos consta que mantuvo relación y amistad con poetas como Joaquín Romero Murube y Juan Sierra, entre otros. Fue este último quien, en una reseña literaria al libro de Rubalcava “Arroyo escondido”, escribió magistralmente que “estos poemas se imprimen en nuestra memoria con limpieza y con agrado, con la firmeza y sequedad de una buena bebida, sin dulzainas de envíos filosofales. (…) versos llanos y humildes, sin más pretensiones de altiva resonancia; más no por esta sencillez menos amplios y olorosos, menos sugeridores. En esta poesía no hay dudas; no existen escondrijos ni tartamudeces; es recta y fácil, con la apacible y sonora facilidad de unos compases de Mozart” (3). Un elogio éste que se puede extender a toda la obra poética de Adam Rubalcava, y con el que terminamos este humilde homenaje a tan extraordinario hombre que permanece en nuestra memoria.


Antonio José Trigo




NOTAS:


(1).- Javier Jiménez, “No volverá Rubalcava”, ABC Sevilla , sábado 26-4-1986, pág. 41.

(2).- Thelma Morales García recordó la aventura poética de Adam Rubalcava”, http://www.conaculta.gob.mx/estados/oct08/10_edo02.html)

(3).- Juan Sierra, “Adam Rubalcava, un mexicano amante de España”, en ABC Sevilla, 20/03/1971, pág. 25.




Adam Rubalcava


PRELUDIOS

A Eléonore Foch,
En el cielo de Bucarest.

(Homenaje a Debussy)


París
1983



OTOÑO

El último sol se acerca
al fuego.
El hogar abriga la luz
de tu espíritu.

Corot encierra la dulzura
de la hora.

Un libro aguarda…

En el mirar, mudo, se mira
el silencio.



VIEJO

En la sombra, el misterio.
Tu aliento por todas partes.

Sobre el teclado, tu mano.
Caricia. Sonido.

(Beethoven llora)



MIRADA

¡Abril todavía!

En la luz tu voz.
En el aire tu risa.

Esta risa suave, fresca, cristalina.
La risa de este bello día…

¡Abril! ¡La luz!

Abril….



MAÑANA GRIS

Mi cuarto. La penumbra…
Sobre los muros mis sueños.
La ventana. El bosque de los techos
se clava en la bruma.
Domingo.
En la penumbra tu imagen….

Llora.



LEJOS

Mediodía.
La luz duerme.
Persona.
Un retrato…

El tiempo sonríe.


(Traducción de Antonio José Trigo)




POEMAS ORIGINALES EN FRANCÉS:

Adam Rubalcava

PRELUDES

À Eléonore Foch, dans
le ciel de Bucarest.

(Hommage á Debussy)


Paris
1983



AUTOMNE

Le dernier soleil sápproche
du feu.
Le foyer abrite la lueur de
ton esprit.

Corot renferme la douceur de
l´heure.
Un livre attend…

Dans le miroir, muet, se regarde
le silence.



VEILLE

Dans l´ombre, le mystère.
Ton haleine partout.

Sur le clavier, ta main…
Caresse. Songe.

(Beethoven pleure)



MIRAGE

Avril encore!

Dans la lumière ta voix.
Dans l´air tan rire.

Ce rire suave, frais, cristallin.
Le rire de ce beau jour…

Avril! La lumière!

Avril….



MATINÉE EN GRIS

Ma chambre. La pénombre…
Sur les murs mes revés.
La fenêtre. La forêt des toits
s´enfonçant dans la brume.
Dimanche
Dans la pénombre tan image…

Il pleut.



LOIN

Midi.
La lumière s´endort.
Personne.
Un portrait…

Le temps sourit.




Adam Rubalcava

17/7/11

Poemas animados



Cantata de los amantes
(Poema del libro “Reclamos y presencias del advirtiente”, Ediciones Vitruvio, Colección Baños del Carmen nº 14, Madrid, 1999)


Ilustraciones de Martí Carbonell.
Tema musical: “I Wish I Knew” de Boz Scaggs, de su disco “Speak Low”, 2008.




Mis cuadros de 1985-87

(Algunos de mis cuadros pintados en el periodo 1985-1987)

[El tema musical es de Larry Carlton, concretamente “Naked Truth” del album “Fire Wire” (2006)]


Los títulos de los cuadros por orden de aparición, son los siguientes:

1.- Portada con dibujo “Sobre el tiempo presente” (Tinta china, 1987)
2.- “Sobre el tiempo presente” (Gouache, 1987)
3.- “La máscara, la transparencia” (Gouache, 1987)
4.- “Mientras ella duerme” (Gouache, 1986)
5.- “Muchacha desconocida” (Gouache, 1986)
6.- “Soledades juntas en un paisaje para huirse” (Gouache, 1985)
7.- “Irrealidad de la mañana” (Gouache, 1985)
8.- “¿Qué ha traído el aire que deshoja?” (Gouache, 1986)
9.- “Rosángela” (Gouache, 1985)
10.- “Paciente juego en la mar abierta” (Gouache, 1985)
11.- “la noche cae del mar” (Gouache, 1986)
12.- “La música de las esferas” (Gouache, 1985)
13.- “Prisma urbano” (Goauche, 1986)
14.- “Interior con figuras II – Homenaje a Chirico” (Gouache, 1985)
15.- “Tas el tiempo oportuno” (Gouache, 1986)
16.- “Estudio de pintor o alguna memoria” (Gouache, 1987)
17.- “Sobre el mar (sentido de su ausencia)” (Gouache, 1987)
18.- “Un lugar de ausencia” (Lápices de colores, 1987)
19.- “La montaña análoga – Tributo a René Daumal” (Óleo sobre tabla, 1987)
20.- “Lo azul, lo lejano” (Gouache, 1986)
21.- “Final de un adiós” (Gouache, 1985)
22.- “Por debajo del agua” (Gouache, 1986)





Sueños de mujer
(Serie de cuadros realizados por Antonio José Trigo entre 1987 y 1988)


[El tema musical es "To Love You All Over Again" de Madeleine Peyroux, de su álbum "Bare Bones" (2009)]

7/7/11

Entre los signos de la noche

(A propósito del libro de poemas “Sólo queda la noche” de Francisco Basallote, VII Premio Noches del Baratillo, Sevilla, 2011)




Si hay una característica primordial a destacar de la obra poética de Francisco Basallote es su tendencia a escribir poemas sobre un mismo tema o asunto, casi siempre como una serie, bajo un solo título, así como su actitud de escucha ante el signo. Algo esto último que comparte con uno de sus poetas preferidos: José Ángel Valente.

Ahora bien, aunque comparte con él una actitud basada en la contemplación y en la recepción, a la hora de remitirla a un proceso de interiorización Basallote no lo lleva a enfocar el poema en el silencio como signo, tal como hace Valente, quien considera el poema como un “conocimiento haciéndose”. Por el contrario, se queda tan sólo en esa “cortedad del decir” que Valente ejerció y que explicó en su ensayo “La hermenéutica y la cortedad del decir” (en su libro “Las palabras de la tribu”):

“En efecto, la cortedad del decir, la sobrecarga de sentido del significante es lo que hace, por virtud de éste, que quede en él alojado lo indecible o lo no explícitamente dicho. Y es ese resto acumulado de estratos de sentido el que la palabra poética recorre o asume en un acto de creación o de memoria.”

Basallote en su escritura poética también prefiere, como Valente, la condensación, pero que en este libro se sirva de la retórica negativa y de la desposesión, tan característica de éste, contribuye a fortalecer el vínculo o la convergencia con su poesía.

La cita de Valente que Basallote ha puesto como epígrafe a “Sólo queda la noche”, es la siguiente:

“Y déjame aún beber
la sed inagotable de la noche.”

Estos versos son del poema “La noche” del libro “Interior con Figuras” (1973-1976), en el que el “yo poemático (de Valente) –como refiere Mª Angeles Lacalle Ciordia— pretende cortejar a la noche como cuerpo oscuro del amor que quiere conocer y que todavía pertenece a lo no sido. (…) Y en la infinitud de este torbellino inmóvil de la noche, el yo poemático desea beber el inextinguible conocimiento de la noche, de su misma fuente de sed de donde mana, y en el punto que converge la sed y el conocimiento estar permaneciendo” (1).

En primer lugar vemos cómo poetiza Francisco Basallote, con su acostumbrado lenguaje esencialista (hasta el punto de bordear el hermetismo), la comunión del signo con “la noche y su magia encendida”, la noche como símbolo y metáfora que alberga dentro de sí “el oscuro preludio de la muerte”. Algo que ya había hecho en anteriores poemas de otros libros, como estos ejemplos que extraemos de su libro “Como agua sobre piedra” (Fundación Odón Betanzos Palacios, Rociana del Condado, Huelva, 2007), escrito bajo la tutela o protección (en forma de epígrafes) de Alejandra Pizarnik, Paul Celan y Blanca Varela, tres poetas que tienen en común (junto a José Ángel Valente) lo que se ha convenido en llamar como poética de la retracción o del vaciamiento:

“…la cierta clave
de los enigmas de mi noche
que me posee lentamente
en el pausado fluir de las clepsidras.”

“La oscuridad oprime, no hay salidas
en esta noche al brillo de su estela…

Mas cuanto desciende incide en lo oscuro…”

“designio de la noche es
el precipicio de la nada
en la voracidad de su vacío.”

“La noche es muerte para quien habita
en el dulce confín de la mirada.”

¿Repetición compulsiva? ¿Reinscripción de textos que jamás se agotan? ¿Discontinuidad? Sea lo que fuere, lo que vemos desde el principio hasta el final de “Sólo queda la noche”, es que Basallote hace constar que se trata de un tiempo dominado por las tinieblas, por la penumbra, donde no es posible que la luz penetre (porque “es una bóveda /de blancura violada / por la negra ráfaga” del esplendor de la noche; porque “la luz / cela de su esplendor”). De hecho, no hay elementos externos, no hay “locus amoenus”, tan presente en la poesía mística; por el contrario, los elementos que aparecen conforman un espacio cerrado, donde el poeta se acuartela. Incluso las cinco plantas que cita en el poemario contribuyen a recrear ese espacio convergente, claustral: por un lado, las bignonias y las glicinas, plantas trepadoras de muros; y, por otro lado, los magnolios (árbol ornamental de jardín) y los “dóciles cipreses”, árbol sombrío desde que se tuvo la costumbre de plantarlo en los cementerios. La otra planta citada es el enebro, asociada en el poema VI al alba que llegará tras la noche; una planta muy resistente, que tolera la sequía y el viento, y que se cultiva como ornamental pues resiste bien la poda, por lo que se usa para formar setos, con los que delimitar un jardín como muro protector.

En definitiva, el paisaje es interior, siendo el espejo el fondo del alma, donde no se refleja claridad alguna (porque se apropian “del aura inmarcesible de su muerte”; porque en él tan sólo queda la sombra de la nostalgia del día, como dice en el poema XLII; porque enciende su envés “con el fuego de la memoria”).

Tras el término “envés” (con el que se reitera la dicotomía anverso / reverso o, lo que es lo mismo, “este lado” / “el otro lado”), podemos ver el concepto dualista del pensamiento gnóstico, según el cual el ser humano se encuentra atrapado en el “oscuro envés” de la noche. De ahí su actitud pesimista.

“que tras su oscuro envés
la muerte aloja
el hálito
de sus destrezas.”

“en cuyo envés
danzan las horas
al frenesí de la nostalgia.”

“El envés de la noche
trasviste su malicia
en el océano lunar
de su blancura.”

En este contexto, cabe decir —aunque no estamos ante la “noche pasiva de los sentidos” de los místicos, vía de transición hacia la vía iluminativa y, posteriormente hacia la vía unitiva— que la vista es el sentido al que se le da más primacía, pero en el campo de una visión aprisionada. Cabe hablar incluso de una liturgia de la ceguera, semejante a la preceptiva mística:

“…la muerte anida
sus rastros de destrucción
en la negra lumbre de tus ojos
que la música ignora.”

“La noche tiene
el dorso gris
de la plata y los ojos
sin fondo de su enigma
irresoluble.”

“…la desolación de mis ojos
para siempre vacíos
después del resplandor
de tu negrura.”

“Cierra la noche
como tus ojos
y verás la luz
de su negrura.”

“Cierro los ojos
y no cesa la música
oculta en las esferas.”

“En el incendio de la noche
la destrucción de tu mirada.”

El poeta, confinado en su estancia oscura, cerradas las puertas y ventanas, se priva de claridad, como si quisiera vaciarse, reducirse o disolverse.

“¡Oh! Noche altísima.

En tus candelas
el abrazo de tu negrura
y la copa de mi disolución.”

Sin duda, podemos hablar de la “kénosis”, vaciamiento o reducción, que se traduce en una ceguera que impugna todo optimismo metafísico que exalte la plenitud y la inmensidad. La noche como limitación, vaciamiento, aniquilación, e incluso auto-abnegación, en la que el poeta no quiere mirar hacia adelante, hacia un espacio abierto, atrapado entre el anverso y el reverso o envés del espejo y de la noche, en pertinaz parálisis.

El uso de la negatividad en el plano léxico: “negrura”, “tinieblas”, “noche”, “nada”, “sombras”, “destejida”, “violada”, “maligno”, “destrucción”, “veneno”, “venganza”, “abismo”, “falacias”, “caos”, “tenebrosas”, “hendidas”, “perdido”, “cenizas”, “holocausto”, “oscura”, “locura”, “negra”, “amargo”, “oscuridad”, “naufragio”, “derrota”, “cínicos”, “agrio”, “estéril”, “pavorosa”, “irremediable”, “olvido”, “malicia”, “irresoluble”, “disolución”, “vulnerable”, “desolación”, “tembloroso”, “podrida”, traduce sin duda ese proceso de “kénosis” o vaciamiento, tras el que encontramos el drama existencial del desconsuelo al abordar la temática de la pérdida (“la ausencia destejida” que “retorna a sus abismos”; “la sombra sin nombre”; “tan sólo quedará / en el espejo / la sombra / de su nostalgia”), dando así una máxima intensificación de la vivencia de esa nihilidad.

Por todo esto, la “noche oscura” de Basallote como signo de finitud tiene algo en común con la “noche oscura” de los místicos, excepto en todo aquello que se refiere explícitamente a la inquietante oscuridad del misterio de la fe. La noche es tan larga y tan oscura que parece no tener fin. Porque es la “noche del medio”, la “medianoche”, descrita en la tradición mística como la más profunda y oscura, la más dolorosa. Lo dramático es que esta noche no supone ningún tránsito al advenimiento de la luz, sino que se conduce, en un movimiento de eterno retorno, al mismo sitio, el de la “noche inescrutable”.

Esta retórica “negativa” converge con la “retórica de la desposesión”, en los términos con que Miguel Mas acuñó dicha expresión a propósito de la escritura de Valente (2), como radical expresión de despojamiento. Una “retórica de la desposesión” que se convierte en una logofagia, en cuanto que asimila lo ya dicho, lo ya escrito, llevado hasta el paroxismo. “He ahí tal vez –como dice Andrés Sánchez Robayna, poeta apreciado también por Basallote— el más hondo signo de la palabra, el signo de la desposesión. Una palabra —la del poema— destinada a ser infinitamente reenunciada o re-creada” (3).

¿Cómo no recordar, a este respecto, estos dos versos de Valente, extraídos del poema “Antecomienzo” del libro “Interior con figuras”, libro del que extrajo Basallote los versos ya citados, como epígrafe para este poemario? Dicen así:

“beber aún en la desposesión oscura
en donde sólo nace el sol radiante de la noche.”

En este orden de ideas, es significativo que las imágenes que Basallote emplea recurren una y otra vez a la idea platónica de la caverna, en cuyo fondo el “alma-espejo” refleja la sombra de una nostalgia. En su estancia vacía, desamparada, carente de vista y de luz, el poeta observa cómo

“El viento,
los dóciles cipreses,
la lluvia,
en la caverna de la noche
magnifican la música
de sus gemidos
y las sombras de sus vectores.

Todo es sublimación
de lo oscuro
que
la noche significa.”

La noche no cuenta con aliados. La luna, en lugar de manifestarse para suavizarla, no es más que un “señuelo para falacias de claridad”. Y las estrellas, signos de la marea cósmica y luminosa, aparecen confinadas en el envés del espejo, donde “danzan las horas / al frenesí de la nostalgia”, convirtiéndose en simples “fragmentos de un tiempo prestado.”

Su afección oscura permanece durante todo el poemario, formando su espectral consistencia, de manera que su verso final: “queda la noche”, reitera esa revelación dolorosa, esa lección de desconsuelo que al principio descubre, hasta el extremo de darse la paradoja de que los espejos especulen sombra en lugar de luz.

“La noche y su magia
encendida
en el juego estelar
de sus espejos.”

El poeta queda apresado, borrado de sí mismo, previa abolición de la mirada, quedando a la espera en el silencio y la tiniebla. En este espacio confinado constata que no hay frustración del deseo ni atracción por algo más allá, por lo que se echa en falta que emerja o se establezca una nueva relación con el símbolo-luz, porque si incluso “los hilos de la luz / forman la trama / de la negrura”, ¿cómo salir de este momento signado por el pesimismo nihilista?

Inmerso en la oscuridad, “perdido en la oscuridad en la que vivo”, sólo puede invocar a la “negra dama”, la “negra ráfaga de tu esplendor”, la “negra lumbre de tus ojos” a través de la mirada “en el límite del espejo”, donde se adivina

“la desolación de mis ojos
para siempre vacíos
después del resplandor
de tu negrura.”

El sentido metafórico de estos continuados oxímoron, donde a una palabra se aplica un epíteto que parece contradecirla, nos recuerda la poesía mística. Como muy bien se sabe, los gnósticos hablaron de una luz oscura, y los alquimistas de un sol negro.

Pero aquí estamos, por el contrario, ante la oscuridad, el desconsuelo por una ausencia, y la muerte, contraposición de la luz y la vida. No estamos por tanto ante la noche como un estado del alma, símbolo central de la mística, junto con la Subida y el Monte. No estamos ante un proceso espiritual concebido como un movimiento nocturno, porque la noche se ilustra como “sima escondida”, “caverna”, “negra cueva”, “negra cavidad”, “oscura sima”, “honda negrura”, “hondo precipicio”, etc., prevaleciendo el desencanto, la espera retraída y la oscuridad. Estamos, por el contrario, ante una disposición de ánimo, caracterizada por la negación gradual y progresiva en profundidad, que no genera al final ninguna afirmación absoluta.

La noche no se concibe como “tránsito”, sino que es una estación permanente, de la que no es posible salir a buscar nada.

“Sólo tú, noche
me salvarás
si yerra mi derrota.”

No hay soñar, no hay aspiración, no hay búsqueda, no hay deseo, sino que los verbos y las frases empleadas ilustran siempre la pérdida, lo que hace que el libro se lea con cierto pesar, pues nunca aparecen los elementos positivos que conlleva la noche al lado de los factores negativos; no se describe el camino de tránsito de la tarde a la mañana, o mejor dicho, a la aurora, pasando por la noche de la contemplación. Incluso cuando afirma que llegará el alba tras la noche, “enjoyada de luces” y coronada tras el seto de enebros, queda patente que serán luces nada esperanzadoras.

“Tras esta noche,
llegará el alba
enjoyada de luces
y aureolada de enebros,
en su boca la brisa
constelada de sal
y en su pecho el olvido.”

La noche, pues, para Basallote no es un símbolo dinámico, porque no implica un proceso de cambio, una transmutación de la propia naturaleza, quedándose el yo poético apurando “el estéril momento de espectador” que siempre evocará “en acíbares de nostalgia”, haciendo vida de licnobio o noctámbulo.

“Sólo la noche queda
para llorar
las estrellas perdidas
de tu mirar.

Ya me he perdido,
madre, en la oscuridad
en la que vivo.”

La oscuridad como contraposición del seno materno que protege y da vida. Sin duda, se trata de esa misma “noche prenatal” en la que tiene lugar el recuerdo de la madre-materia, tal como Mª Ángeles Lacalle ha estudiado a propósito de Valente, pero que aquí percibimos como algo “evanescente” que se consume hasta convertirse en un recurso meramente lírico, porque no es la interpelación originaria a la madre-materia lo que Basallote pretende en este poemario.

Por el contrario, la vivencia se transmuta en la de una hondura existencial inscrita en el cuerpo y la memoria, estando representado el paso del tiempo por la clepsidra (elemento muy presente en su obra poética, en general), el reloj de agua usado en la antigüedad durante la noche, cuando los relojes de sol perdían su utilidad. Pero aquí el agua de la clepsidra tiene “agua podrida”.

“la muerte tan cercana
enturbia el agua
de las clepsidras
con el perfume de la noche.”

Porque se tiene en la memoria un universo que se perdió

“al deslizarnos
por el agua podrida
en el cantar de las clepsidras.”

Llegados a este punto, ¿podemos decir que estamos ante una reflexión poética sobre la vejez y la soledad, como parte de la angustia existencial del ser humano integrado a su caducidad? Creemos que sí, que estamos ante la vieja metáfora de la vida como una pendiente hacia la muerte, vida destinada a disolverse en la nada o, lo que es lo mismo —según sus propias palabras—, en “la ruta ineludible hacia la nada, su fin profundo”. La rueda de la vida se ralentiza, y la ilusión se destierra ante el paso de los años.

Esta inmersión en lo oscuro, en la “alta negrura inescrutable”, cuyo dulzor saborea, porque le ha abierto “la miel de sus arcanos”; este sumergirse en lo oculto de la significación para así captar en profundidad la esencia de lo poético, así puede indicarlo. Ahora bien, pese a ser la noche un “holocausto de los ocasos” que se vislumbra en “mi gran abismo”, cuando tiene lugar el reto de enfrentar “su negrura” a la noche, sale triunfador, “clavando sus estrellas en el agua de la memoria”.

Efectivamente, Basallote trabaja con la metáfora de la noche, y dialoga con lo oscuro, pero, al ir acotando su lenguaje, y en la medida que lo acota, se vuelve, en su esencia, numinoso, inefable, inaccesible a la comprensión conceptual, hasta convertirse en signo apretado, que se visualiza solamente a través de una atenta y honda lectura. Porque el poeta es consciente —en palabras de María Zambrano— de que “en la incertidumbre que es la vida, los conceptos son límites en que encerramos las cosas, zonas de seguridad en la sorpresa continua de los acontecimientos” (4). ¿No es acaso la oscuridad (como el silencio o el vacío), medio directo de expresión de lo numinoso?

Esta fascinación por la noche, por tanto, es la sustancia de este libro. Ahora bien, dado que el lenguaje poético es simbólico por naturaleza, siempre que manifiesta, oculta. Por tanto, ¿qué es lo que oculta “Sólo queda la noche”? Nos atrevemos a decir que el fin de un ciclo vital, en el que el poeta enlaza la visión desengañada de la época barroca con el nihilismo contemporáneo.

No es difícil comprobar, en este punto, cómo concuerda con la noche barroca de Lope de Vega, esto es, con la “noche fabricadora de embelecos”, con la noche turbadora, “encubridora vil”.

“Sea la noche
en el olvido
de sus incendios
ceniza irremediable,
materia inútil
que en falaces arquitecturas
el recuerdo sublima.”

“Por senderos ocultos
repta la noche
como una sierpe,
presto el veneno
de soledad.”

En esta suerte de zozobra o turbación vemos algunas resonancias del desengaño barroco, de manera que podemos hablar de este libro como momento barroco, en cuanto que es un momento en que hay bajamar existencial.

Se ha cumplido un ciclo vital medido en términos de pesimismo y desengaño,

“donde te buscas
y solo hallas el beso
de unos labios perdidos
en el tiempo,
el amargo
sabor de la derrota
y el metálico estertor
en el vacío
de cínicos abrazos.”


En este régimen nocturno de caída y disolución (acorde con la “nigredo”, negrura o muerte, primera fase de la búsqueda de los alquimistas), el poeta lleva a cabo un repliegue, movimiento de retracción hacia adentro, dejándose sorber por el mundo negativo de la noche, de la oscuridad abismal, porque sólo en ella se encuentra refugio en el que sentirse a salvo del devenir temporal; sólo en ella se encuentra la “armonía” musical y poética, dado que “no cesa la música oculta en las esferas” (lejano eco de la tradición pitagórica, según la cual la palabra poética reproduce la analogía secreta del universo).

Estamos ante la noche de las noches, en la que el alma no puede liberarse, camino de la luz, según el patrón repetido por los místicos; por el contrario, esta noche nada promete y no está a la expectativa, por lo que es posible hablar de la presencia de una semiótica de la depresión.

“Estuve en el cantil
de su negrura
al filo
de su eterna venganza.”


“De la negrura emerges,
ensimismada noche
de abismos,
(…)
misteriosa obsesión,
(…)
negra ave de locura
que de mi corazón emerges.”

Hasta el extremo de que, en la lucidez de la oscuridad y del silencio, las palabras no iluminan.

“Palabras que en la noche
coexisten con estrellas;
mas no alumbran,
son la constelación
de los enigmas,
la irresoluble incógnita
que cada día
intentas despejar inútilmente
en la ecuación
de tu propio algoritmo.”


Dado que lo esencial del lenguaje poético es la fluidez de los signos, Basallote en este libro demuestra el dominio de los signos nocturnos sobre la luz. Es significativa, a este respecto, la correspondencia que establece entre la noche y el mar.

“Como la noche,
el mar
es un amante
en cuyos labios
besamos el olvido.”

“El envés de la noche
trasviste su malicia
en el océano lunar
de su blancura.”

“Como el mar
oculta en los abismos
su cifrado secreto,
la noche esconde
la dulce embriaguez
de su oscuro vino
en lagares de soledad,
honda negrura.”


Pero lo más inquietante del libro es la identidad que se oculta tercamente, ese tú que no se ve, de manera que el hueco de esa ausencia genera el abismo constante de la interpelación poemática, que ya anunció desde el primer verso del libro:

“De tus manos, la noche
y el don
de sus constelaciones.
(…)
De tus manos, la noche
y su negrura.”

En muchas ocasiones ese “tú” se refiere a la noche, y en una sola recurre a la figura de la madre.

“Sólo la noche queda
para llorar
las estrellas perdidas
de tu mirar.

Ya me he perdido,
madre, en la oscuridad
en la que vivo.”

Pero es fácil descubrir que en la mayoría de las ocasiones está refiriéndose a sí mismo, empleando incluso el plural mayestático:

“Vimos la sombra
sin nombre,…”

“Noche, sólo negrura
a la que descendemos…”

“Desvestidos de luz
saborearemos…”

Por todo esto, y ya para concluir la lectura y la relectura de este poemario, Francisco Basallote siente que es tiempo de ser un guardián en la “noche altísima”. En esa valoración, cómo no recordar estos versos de Novalis: “¡La luz tiene fijado su tiempo, pero fuera del tiempo, fuera del espacio, está el reino de la Noche!” (Himnos a la Noche, II).

Otro guardián nocturno, José Ángel Valente, llegó a decir:

“En esta noche, cuerpo,
iluminada hacia el centro de ti,
no busca el alba, no amanece el cantor.”

Pero también declaró, esclareciendo su poesía:

“Hay una luz remota, sin embargo.”

Porque hay que asociar la luz a lo oscuro, al hueco, a la noche, a lo oculto; hay que remitir al ambiente de oscuridad durante la espera amorosa y al sueño, para llegar al régimen diurno de expansión y elevación. Porque, como dice un proverbio, no se llega al alba sino por el sendero de la noche.


Antonio José Trigo
(Sevilla, junio-julio 2011)


NOTAS:

(1) .- Mª Angeles Lacalle Ciordia, “José Ángel Valente. La palabra, lugar de encuentro”, Edición de la autora, Tudela, 1998, pp. 137-138.

(2).- Miguel Mas, La escritura material de José Ángel Valente, Editorial Hiperión, Madrid, 1986.

(3).- Andrés Sánchez Robayna, “Sobre dos poemas de José Ángel Valente”, ensayo aparecido en el libro “En torno a la obra de José Ángel Valente”, con ensayos de J. Ancet, A. Ferrari, R. Rossi, A. Sánchez Robayna, G. Agamben, J. Jiménez y E. Lledó, Alianza Editorial, Madrid 1996, pp. 41-46.

(4).- María Zambrano, “La reforma del entendimiento español”, en “Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil”, Trotta, Madrid, 1998, p. 152.

17/2/11

Basallote y su memoria del tiempo primero

(A propósito del libro de Francisco Basallote, “Frontera del Aire”, editado por la Delegación de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Vejer de la Frontera, Gráficas León, Véjer –Cádiz—, con dibujos del autor, 1988)





La poesía es universal porque es particular. Estas palabras pueden aplicarse, con acierto, al primer libro de poesía publicado por el poeta vejeriego Francisco Basallote, titulado “Frontera del Aire”; un poeta que crece ilímite con nobleza espiritual, a la par con la intensidad lírica y ontológica de su poesía. Y decimos esto, no como uno de tantos respaldos que se dan a los amigos cuando, con sincera admiración y fraternidad, se presenta por primera vez parte de una obra que no ha sido todavía puesta a prueba, sino como solidario respaldo a quien sabe, como Eliot, que la naturaleza de la poesía “es una lucha intolerable con las palabras”, con el tiempo en las manos.

Cada poema de este libro es la anotación existencial de un lugar de Vejer –“ciudad que se abre al paso de la luz”, más allá de las sombras-, de la que nace un rumor de astros de la tierra. Alcazar, Corredera, Puerta del Mayorazgo, Torre del Mayorazgo, Arco de la Villa, Arco de las Monjas, Barranco, Buenavista, Callejón del Fuego, Castillo, Río Barbate, Museo Fotográfico Chirinos, corren por la memoria del poeta y por las venas de la tierra, hasta brotar el vertical sentido de la vida: “humana piedra trascendida”. Pero siempre procurando, como decía Pessoa, el “modo interior del exterior”.

Francisco Basallote, pues, metido en la fragua de los recuerdos, sabedor de la impermanencia de las cosas, como lo reconoce “en los arbotantes de la dicha efímera”, descubre -sometiendo la terca, la insumisa resistencia del tiempo- el sitio donde el alma de las cosas está, y la señala con su palabra en continuo movimiento dentro de la luz, dentro de cada rincón geográfico y humano de su pueblo que se abre –“geológica verdad”- sobre la piel del aire.

El poeta acude a “la esplendorosa constelación de la niñez” a hacer una especie de inventario de las piedras tutelares –“ensoñadas solidificaciones”- que evocan vestigios de los años “entre el ejército del sol y el del olvido”, con ese propósito de re-creación, “sin tiempo ya para lo efímero”.

El poema final –“In Terrae Nomine”-, de gran densidad, resulta ser la clave y, en cualquier caso, resume o define certeramente el libro. Es la más íntima reacción del poeta aprisionado por su propia condición humana, quien, al cuestionarse su presencia en la tierra, “hurgando en la infinita herida / en busca de los enigmas / que la luz escribe / en la misma frontera del aire”, se queda pensativo, meditando y dialogando consigo mismo, con tal de entregarnos el secreto vital, la bondad del sentimiento, como bien hace.


Antonio José Trigo


[Reseña publicada en Cuadernos del Sur, del diario Córdoba, 27-octubre-1988]