22/6/12

Francisco Basallote: “cazador de instantes”

portada Gotas de lluvia



Francisco Basallote: “cazador de instantes”

“Gotas de lluvia” (Guadalturia Ediciones, Sevilla, 2012), otro nuevo ciclo poético que se superpone a la obra que Francisco Basallote produce en círculos concéntricos a modo de impulsiones.

Con el mismo estilo conciso, escueto, parco, cristalino, de siempre, horro de ínfulas, este libro lo pone bajo la advocación de la poesía japonesa, tan querida por él, siguiendo en alza su inclinación a la transparencia, la sugestión y la llaneza, tres de sus metas deseadas, aunque su lírica no alcance —no es su propósito— una actitud orientalizante que transmita serenidad ni calma. El poeta no consigue estar en paz con el mundo, porque sigue pesando la tristeza.

“En este instante vuelve
el cielo a ser el mismo
que una tarde lejana
cubriera mi tristeza”

El título del libro lo extrae de un haikú de Ueshima Onitsura, que pone como epígrafe en “El retorno de los ánsares”, primera parte del libro, donde Basallote contempla el ritmo de las tardes grises del invierno, protegido y a la vez recluido en su habitación, su cuarto:

“…el frío,
el vendaval, las nubes,
la lluvia, el prodigioso
deslumbramiento del ocaso, …”

Expresión directa del instante, que queda fijado en un solo trazo, en la primera pincelada. No en vano, Basallote se define en este libro como “cazador de instantes”. ¿Acaso la memoria no guarda sólo el instante?

“… resplandor
de un instante que permanece
encendido en el flash
de su deslumbramiento.”


¿Cómo no recordar la célebre frase de Gaston Roupnel, según la cual “el tiempo sólo tiene una realidad, la del instante”?. Idea metafísica decisiva de su libro “Siloë”, y que fue tan bien estudiada por Gastón Bachelard en su celebrado libro “La intuición del instante” (1932), donde afirma categóricamente que el tiempo “es un polvo de instantes”.

Pues bien, en esta primera parte del libro, Basallote afirma que “todo se ha detenido…, todo está quieto…, salvo el tiempo que nos engaña… en el débil reloj de nuestro pulso”. Como “cazador de instantes”, logra en su poesía una suspensión del tiempo y una condensación del espacio.

Está detenida la hiedra sobre la tapia, la niebla tras la ventana, el poniente que viene del mar, el vuelo del cernícalo “en el aire frío de enero”, las ramas que se mueven del pino, el pararrayos doblado por el viento, el lirio que crece en la cuesta, y el gorrión en el alféizar. Imágenes que confirman el aislamiento trágico del instante, porque —como bien dijo Bachelard— “el instante es soledad…, (y) el tiempo limitado al instante nos aísla no sólo de los demás, sino también de nosotros mismos, puesto que rompe con nuestro más caro pasado.”

En la segunda parte (“La lluvia de los montes”), bajo la advocación de Issa Kobayashi, vuelve la mirada atrás,

“Y he de volver
a mirar hacia el tiempo
que se esconde en espacios
remotos, en los ámbitos
dispersos del olvido…”

“por si al volverme
quedara algún instante
desprendido del tiempo,…”

Un tiempo que produce un dolor “como agua que pule”. La “persistente lluvia” del invierno, una vez “atravesado los mismos senderos de niebla”, le traslada a su infancia, y entonces (“en la turbia memoria / donde me pierdo”) el viento hiere, pero venciendo al tiempo.

“—no sé porqué todo el recuerdo
son días eternos de lluvia—”

¿Acaso no es el pasado una perspectiva de instantes desaparecidos? ¿Acaso la lluvia no es una evidencia del fluir del mundo, elemento que conecta el presente con el pasado?

“Ésta es la misma lluvia
de aquellos días,
con igual persistencia…”

“No ha cesado la lluvia
como no lo ha hecho el recuerdo,”

“En la lluvia regresa,
tiempo perdido.”

En la tercera parte, y última (“Alquimia”), bajo la advocación del Taniguchi Buson, se recrea en la “excelsa incertidumbre” de la tarde, rumbo cierto “hacia la perenne ceguera” de la noche. Y aquí, de nuevo (como en otros libros anteriores), Basallote sólo ve lo oscuro: “oscuro destino”, “espejo de la nada”, “prisma negro”, “espejo oscuro del olvido”, “cárcava oscura de la raíz de la nada”.

“Sólo eres un reflejo
de tinieblas, imagen
de oscuridad, hueco
que abandona la luz…

(…)

Sólo eres el vacío
donde la incertidumbre
halla la clave oculta
de su espejo, el azogue
perdido de su envés.”

Por eso entendemos que el uso de la palabra “alquimia” como título para esta última parte del libro, es correcto siempre y cuando se refiera (sin ser consciente de ello el poeta) a la fase alquímica de la “nigredo”, donde la materia se repliega en sí misma. Porque la “nigredo” no es sólo el estado inicial de la obra alquímica, sino la cualidad de la materia prima, existente antes del caos o de la “masa confusa”. Dicho con palabras del argot alquímico, la materia negra se hace blanca cuando se rocía con azogue. Esto es, la fase de la “nigredo” llega a la primera meta del proceso (la fase de la “albedo”, el alba), si se purifica con el azogue.

“En el creciente
de Piscis, es la luna
un resquicio de luz,
filamento curvado
en el traslúcido matraz
donde se disuelve lo oscuro
en la incógnita alquimia
de los deseos.”

“… en el mármol oscuro
del friso de las sombras,
frontera de las nubes,
ejerce su liturgia
en los altos ciriales
de los ángeles, arco
creciente de la luna,
claridad o misterio,
alquimia de la luz.”

Sin duda, Basallote, sin ser consciente de ello, está describiendo la fase alquímica de la “albedo”, esto es, el estado argénteo o lunar, pero ahí se queda, ignorando que esta fase debe abrir el camino a la unión y a la fecundación, hasta llegar a la fase final, la “rubedo” o, lo que es lo mismo, la salida del sol. Por el contrario, se queda en el estado lunar, circunscribiendo la alquimia a la concepción dinámica de la transformación de los colores, donde el gris de la tarde vira hacia el negro de la noche.

“Alquimia de azabache
la transmutación del ocaso.”

Y persistiendo en el tono pesimista de siempre, donde las nubes y los pájaros van

“hacia un lugar sin fin
donde habite la nada,
tan oscuro destino.”

“donde juega la luz
a ser estrella
en los vivos fractales
de su desolación.”


Encadenado siempre a la continuidad de los instantes desaparecidos, aunque sin participar en ningún lamento, el concepto del tiempo que tiene Basallote es clásico, en el sentido quevedesco: el tiempo se concibe en su fluir hacia la muerte (la “hora irrevocable”). No es un “tiempo recobrado” (por decirlo a la manera de Marcel Proust), ni es un “tiempo disecado y conservado mágicamente” (a la manera como Borges concebía el libro). Por el contrario, alude en todo momento a la naturaleza corrosiva del tiempo. Los “instantes muertos” son:

“pétalos encerrados
en el espejo oscuro del olvido.”

De ahí su desolación —tras descubrir “la raíz de la nada” en la “cárcava oscura” de la noche—, no de que su “verbo cercenado” esté asediado por el silencio, sino de que pueda estar amenazado por una vigilia estéril, por:

“el dolor de magnolia
herida en los senderos
ocultos del poema
que nunca escribirás.”

Antes ya había advertido que sus pasos

“escriben
sobre oscuros renglones
de olvido, tan silentes,
en la noche del tiempo.”

Y aunque no se atrinchera en el solipsismo con gesto trágico, siente el tránsito que se dirige sin remedio a la nada, la angustia de saberse un ser efímero.

“como sombras de un tiempo
erramos por este ámbito
en busca de los hilos
de la luz, de la urdimbre
de su trama”

Versos que nos trae a la memoria aquel aserto de Píndaro, según el cual el hombre es “sueño de una sombra” que se esconde en los pliegues del tiempo.

Como conclusión, nos atrevemos a afirmar que los elementos que constituyen la base de la unidad de la poesía de Basallote son: la contemplación de lo circundante como vivencia, en la que la poesía forma parte de su acontecer cotidiano, como una suma de impresiones del instante; y la incertidumbre constante como forma de indagación y exploración del mundo y del hombre vistos como enigmas.

En este sentido, Basallote utiliza la pregunta retórica para expresar su voluntad de saber a pesar de la imposibilidad de la respuesta, compartiendo así su angustia con quienes leen sus poemas.

“Qué pasa con el cielo azul
que queda allá tras ese manto
liminar que cercena el horizonte.”


“Hacia qué negra esquina
de la noche esas nubes
vuelan, …”


”Quién rasgará la seda
oscura que te envuelve,
qué mano poderosa,
qué cuchillo de luz
hendirá las volutas
de ese cuerpo de niebla,
de ese negro arquitrabe
de excelsa incertidumbre
en que te eriges, vana
ubicuidad de sombras,
en las altas cimeras
donde nace el olvido.

Quién, qué arcángel fluyente
de espadas encendidas
descenderá a tu seno
de sellados vitrales
para descifrar signos
y cábalas ocultas
en los altos linderos
donde el tiempo culmina
la sed de su vorágine.”

Con estas preguntas retóricas el poeta no espera respuestas, por tanto, no hay conclusiones. Perdón, sí hay una conclusión: la poesía para Francisco Basallote tiene como función la de ser elemento compensador de la incertidumbre que genera la soledad, la vejez y la muerte.



Antonio José Trigo


Alquimista en fase de nigredo

Alquimista meditando en el estado de la "nigredo", al comienzo del "opus"
(De H. Jamsthaler, "Viatorium Spagyricum", Francfort, 1625; citado por Carl Gustav Jung en su libro "Psicología y Alquimia", Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1957, pág. 295)

2/6/12

La Desterrada de Margarita Michelena

Michelena-Margarita


LA DESTERRADA

I
Yo no canto
para dejar testimonio de mi estancia,
ni para que me escuchen los que, conmigo, mueren,
ni para sobrevivirme en las palabras.
Canto para salir de mi rostro en tinieblas
a recordar los muros de mi casa,
porque entrando en mis ojos quedé ciega
y a tientas reconozco, cuando canto,
el infinito umbral de mi morada

II
Cuando me dividiste de ti, cuando me diste
el país de mi cuerpo y me alejaste
del jardín de tus manos,
yo tuve, en prenda tuya, las palabras.
temblorosos espejos donde a veces
sorprendo tus señales.
Sólo tengo tus palabras, sólo tengo
mi voz infiel para buscarte.

Reino oscuro de enigmas me entregaste
y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo,
y es lengua doliente y una copa sellada.
Esto es la poesía. No un don de fácil música
ni una gracia riente.
Apenas una forma de recordar, apenas
—entre el hombre y tu orilla—
una señal, un puente.

Por él voy con mis pasos,
con mi tiempo y mi muerte,
llevando en estas manos prometidas al polvo
que de ti me separan, que en otra me convierten
y que es mi frontera inexpugnable,
un hilo misterioso, una escala secreta,
una llave que a veces abre puertas de sombra,
una lejana punta del velo centelleante.

Esto tengo y no más. Una manera
de zarpar por instantes de mi carne,
del límite y del nombre que me diste,
del ser y el tiempo en que me confinaste.
Has querido dejarme un torpe vuelo,
la raíz de mis alas anteriores
y este nublado espejo, teatro apenas
de la memoria que me arrebataste.

Y yo que fui contigo solamente
una sonora gota de tu música oceánica,
lloro bajo la cifra de mi nombre,
en esta soledad de ser yo misma,
de ser entre mi sangre un nostálgico huésped
que su idioma ha olvidado, mas no olvida
que es hoja separada de su ramo celeste.


III

Pero voy caminando hacia el retorno.
Pero voy caminado hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia tu rostro,
allá donde la música dejó ya de ser tiempo,
allá donde las voces son todas la voz tuya.

Aún es mi camino de palabras
aún no me disuelves de tu música,
aún no me confundes y me salvas.
Mas tú me tomarás desde el cadáver
vacío de mis pasos,
derribará tu soplo la muralla
y apagará la vacilante antorcha
con que mi voz, abajo, te buscaba.

Recobrarás la espada
que un ángel puso en mi costado
y este sonoro sello que en mi frente
me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré este reino
a frágiles palabras.
¿A qué cantar entonces, si ya habré recordado,
si estará abierta entonces esta rosa enigmática?



Margarita Michelena


MARGARITA MICHELENA: LA MUERTE EN SU POESÍA


Nacida el 21 de julio de 1917 en Pachuca. Muerta el 27 de marzo de 1998 en la ciudad de México. Margarita Michelena. Poeta y periodista. Su legado, empero, fue la poesía. Nada mejor hizo en su paso por este mundo. Dentro de su poesía, la presencia de la muerte fue una constante anticipada.
En “La casa sin sueño”, de su libro “La tristeza terrestre”, 1954, dejó dicho: “Miro pasar la sombra. Ya estoy muerta./ He muerto viva. Mi cadáver yace/ entre espejos de llanto y de ceniza.” Sus cenizas dispersas ya en el mar son parte del ustorio cósmico.
Margarita Michelena vivió esperando su muerte. ¿No es esto, queramos o no, lo que todos estamos esperando inevitablemente? En los poemas de “Paraíso y nostalgia”, que datan de 1945, ya escribía: “Yo vivo en este día que no cierra los ojos,/ esperando la muerte de esta amarga dulzura,/ la caída de mi alegría bárbara.”
Vivió, dicho con sus propias palabras, Margarita Michelena, así: “Yo, extranjera en mi carne/ y en mis propios sentidos,/ la visible y ausencia.”
Mujer de extraordinaria inteligencia, poeta de lúcidas visiones y guerra interna con su propia vida, que siempre fue más de una vida. Escuchemos su canto: “Yo puedo ser dos vidas./ A las dos puedo amarlas./ A veces las sorprendo, con su canción,/ A una, jugando con mis cabellos./ Y a la otra matándome/ con su fuego de estrella/ elegida para morir ardiendo.” Mujer de fuegos subterráneos y, como dijera José Gorostiza —“oh, inteligencia, soledad en llamas!”— en combate perpetuo y sin tregua con la inevitable soledad humana, por más que nos vistamos de toda clase de compañías.
Margarita Michelena murió, como todos, mucho antes de morir propiamente.
Continuemos prestando oídos a su canto, que fue la más sincera manifestación de su esencia: “Ajena ya a la vida siempre en joven presente,/ abstraída a la gracia/ de esperar el divino renacer de la muerte,/ yo, cancelada y sola sin huella de esperanza.”
La voz de Margarita Michelena jamás se alza para complacencia de las galerías. Su pureza poética es absoluta. Su canto un clamor integral de contenidos silencios y de una profundidad estremecedora. Canta siempre en duelo de vida y júbilo de muerte redentora. Confiesa: “Yo no he llegado nunca al final de la noche./ Y el mar existe./ Y yo deseo correr/ hacia mi entrega y a mi muerte.” ¿No es la vida, vayamos despacio o con prisa, una carrera hacia la muerte? Sí lo es. La vida, finalmente, no nos aclara la última cuestión. En tanto vivimos no es posible rasgar el velo del misterio. Hay que morir para ver, aunque sea ello un ver sin ver donde la luz lo ciegue todo. Hay que morir para escuchar y descifrar la palabra final o el expresivo y absoluto silencio.
Margarita Michelena, gran poeta, sin embargo, llega a decir: “Sólo he sido un impulso por huir de la muerte”, pero, ¿se puede huir de la muerte? Nadie puede huir de la muerte, no ya de la propia, sino tampoco de la ajena. Vivimos con la muerte al hombro y frente a los ojos. La vida, en realidad, no es más que el esqueleto de la muerte. Inútil querer engañarnos. Y Margarita Michelena lo sabía muy bien, digamos que perfectamente. Es por eso que en “Gris” escribe: “Hay una espesa muerte/ que divide las cosas.”
Es cierto, muy cierto, pero la muerte para Margarita, en “Laurel del Ángel”, 1948, es también “amorosa”. Recordemos: “Sí la amorosa./ La más plena hermosura./ La llama de tiniebla/ y de frescura”. Muerte deseada y soñada: “Y yo era sólo un sueño y el deseo/ de morir.” Vivir es en parte un secreto deseo de morir. En la poesía de Margarita Michelena nos vamos encontrando con harta frecuencia con la muerte: “Algo ya de mi muerte está aquí ahora”. Y continúa: “Ya no me pertenece/ la voz que está cantando a mis espaldas/ y mi puro planeta está llegando/ a ponerse debajo de mi planta/ porque ande mi memoria entre nieve.”
Memorias y olvidos. Vida y muerte. Canto. Únicamente el canto permanece. Margarita Michelena permanece en su canto, en su poesía, donde la muerte, a toda vida, nos habla de esta manera: “Deja que en este punto mi ceniza/ se caiga desde mí, que me desnude/ y me deje a tu orilla, consumada./ Que con brazos de amor —no los tuve—/ llegue por fin a la sortija de oro/ con que el misterio ciñe tus murallas.”
Margarita Michelena, periodista temida, fue por sobretodo poeta, una gran poeta, aún todavía no del todo descifrada y menos admirada y querida, la verdad suele ser antipática. Voz la suya que nos seguirá hablando en sus poemas radiantes de vida y muerte hasta el fondo del ser: “Vivo a veces mi muerte. Me recuerdo./ Adivino mi rostro y sé mi nombre./ Y la puerta se abre. Y yo penetro/ en mi primera identidad y salgo/ de la casa fugaz de mi esqueleto.” Libre ya de su esqueleto, Margarita Michelena, a toda muerte, es decir en plenitud de vida, por aquel “país más allá de la niebla”, entrevisto por ella y, hoy, ya, por ella habitado, en fulgor y clamor de poesía ajena a la cárcel de las palabras, las rimas, los preocupados acentos y otras rejas, vive su muerte en reunión y celebración de vida con los seres que amó y se le adelantaron en el camino, como fueron Efrén Hernández, María del Refugio, Eunice Odio…
La muerte, en suma, es el verdadero y real encuentro con nosotros mismos y con nuestra sagrada tribu espiritual.


Juan Cervera Sanchís