19/2/13

Por el espacio de la memoria

Portada Sombra de Euclides


Por el espacio de la memoria


El título de la última obra publicada por Francisco Basallote, “La sombra de Euclides”, se entiende por el epígrafe que antepone al libro y que extrae de la Wikipedia: “Un sistema de coordenadas es un conjunto de valores que permiten referenciar unívocamente la posición de cualquier punto en un espacio euclídeo”.

Euclídes fue un matemático y geómetra griego, conocido como “el padre de la geometría”, autor de la obra “Los elementos”, donde expone las propiedades de las formas regulares, a saber: líneas y planos, círculos y esferas, triángulos y conos, etc., y donde se encuentran sus famosos teoremas que se aprenden en la escuela. Es más, sus ideas constituyen una considerable abstracción de la realidad, llegando a inspirar la teoría del universo de Ptolomeo, según la cual la Tierra es el centro del universo, girando los planetas, el sol y la luna  a  su alrededor en circunferencias y combinaciones de circunferencias perfectas.

Pero, ¿cuál es el “espacio euclídeo” del poeta? Sin duda alguna, el espacio de la memoria, donde las cosas — por decirlo con palabras de Sergio Chejfec, en su obra “Lenta biografía”— no son más que “sutiles pretéritos, que ya no son y siguen siendo”. Este conjunto de “sutiles pretéritos” son las coordenadas que trata Basallote de salvar de la evaporación fijándolas en palabras. Siguiendo esta idea, la lejana y ya inexistente morada de la infancia se sigue construyendo en el poema, a pesar de ser un territorio desvanecido en el tiempo. La poesía no hace más que enfatizar el deseo de cubrir con palabras la extensión de lo perdido.

En su preciso ensayo dedicado a las diferentes formas de habitar (“La poética del espacio”), Gaston Bachelard nos enseña que toda morada de la infancia puede ser resumen del universo y que su recuerdo, cuando estamos lejos de ella, puede convertirse en conjunto de la melancolía o refugio imaginario para nuestra soledad. ¿Acaso no vuelve la morada del ayer, por la magia de los recuerdos, para que el poeta la habite en el presente?



Como no podía ser menos, “La sombra de Euclides” está construido como la mayoría de los libros de Francisco Basallote, como un conjunto de poemas que se ramifican en muchas direcciones, como rizomas simultáneos, paralelos y convergentes, donde incluso —nos atrevemos a decir— recoge poemas que no cupieron en anteriores libros. La misma intención de transmitir cosas con el mínimo posible. Las mismas formas breves que favorecen la intensidad y la densidad, donde incluso incluye tres haikús  y varios brevísimos poemas en prosa, continuando con su personal estilo ajustado, preciso, claro, que se caracteriza porque no trata de describir los contactos con la realidad que quiere poetizar, sino su elaboración final en emociones que funcionan a partir de un mínimo detalle expandido.

Efectivamente, estamos ante un nuevo conjunto de poemas de Basallote que se ramifican como rizomas. ¿Pero qué es un rizoma? El filósofo Gilles Deleuze resumió los caracteres principales de un rizoma así: “a diferencia de los árboles o de sus raíces, el rizoma conecta un punto cualquiera con otro punto cualquiera, y cada uno de sus trazos no remite necesariamente a trazos de la misma naturaleza, pone en juego regímenes de signos muy diferentes e incluso estados de no–signos”.

En este contexto, la estructura de los poemas alude a la multiplicidad de los recuerdos bajo la apariencia de inclusiones, reflejos, bifurcaciones, frecuentemente complicada por las repeticiones cíclicas. De ahí que cualquier poema de un libro de Basallote puede ser conectado con cualquier otro. Es así como un poema está encajado dentro de otro. El mismo esquema se repite o se invierte, de manera que todos los poemas se interconectan y se complementan. Pero, ¿por qué ocurre este principio de conexión? Porque siempre asocia las poderosas categorías del tiempo y el espacio en ricas implicaciones, hasta encontrar una versión plena de un momento singular, una vez limado ese aparato euclidiano que traba la memoria. Porque lo que propone Basallote es el regreso no sólo a su pasado sino a su propio origen, “a esa dimensión donde la evocación se identifica con la invención, donde la memoria se nutre del olvido; más aún: donde el olvido es el no-ser que es una forma del ser”, como dijo Guillermo Sucre de Jorge Luis Borges. ¿Acaso no fue este último quien dijo en su poema “El instante”: “La memoria erige el tiempo”?

Pero, ¿porqué destaca Basallote la sombra de su “espacio euclídeo”? La sombra representa —desde que Jung lo planteara— las aspectos oscuros de la personalidad que juegan un papel compensatorio cuando se equilibra con los aspectos radiantes.

De entrada, la primera sección del libro se titula “Luz”, y lleva cita-epígrafe de Eloy Sánchez Rosillo:

“Este deseo, esta necesidad
de retornar mil veces
a donde está la luz.”

A continuación, hay un poema-prólogo, en cursiva:

“Si acaso el destello pudiera
ser el heraldo de la dicha
la luz entonces no sería
sino el ámbito feliz donde
el instante se transformara
en ágil vuelo, la estampida
de un ángel blanco en el silencio
azul de su partir herido.”


Y deja bien claro cuál es su cometido: “En la luz, las exactas coordenadas de tu búsqueda.”

Mientras, nos muestra sus definiciones de la luz:

“el desnudo esplendor
del arco abierto
a la sorpresa
de su deslumbramiento.”


“la luz era
no sólo resplandor
que abate, sino estancia
de amor.”

“es alquimia
la luz
que fluye por los atanores
de la memoria
sorprendida
en tan alto
deslumbramiento.”


Si queremos descubrir la clave de este libro la encontramos en un artículo suyo titulado “Los lugares de la memoria”, donde escribe: “salvo en la poesía intensamente intimista, prevalece en el recuerdo la presencia de los lugares donde se cobija la emoción. Dice Juan Carlos Mestre: ˝Siempre se regresa al paraíso perdido. Lo cierto es que uno vuelve al territorio de la infancia, a los ´loci memorie´, a los lugares de la memoria. Son los espacios donde tuvo uno por primera vez conciencia de la palabra árbol, de la palabra río; donde vio por primera vez una mariposa, un relámpago...˝ Y Borges dirá: ˝Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío... No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.˝. Es decir se canta lo que se pierde, pero esas pérdidas tienen un espacio... Todo paraíso estuvo ubicado en ese ámbito físico de la dicha. Tomás Segovia escribe en sus Diarios: ˝Cuando evoco alguna época mía, tengo la sensación de que esa época no está en el tiempo, sino en el espacio...˝” (1).

Así ocurre en “La sombra de Euclides” que, sea “en el azul / la estela de los ojos”, sea con los ojos cerrados, la luz “se enciende en el nudo de la memoria”, le trae siempre “los días felices /en la casa perdida / de la memoria”; sea en su “recordar callado” (donde sobreviene siempre la misma claridad, la “silenciosa claridad”), la luz delimita el ámbito de sus pasos “por adarves del viento” (donde la memoria le deslumbra), porque —como remata en el artículo “Los lugares de la memoria”— aunque “el tiempo pasa, quedan intactos los lugares de la memoria…”

¿No es acaso el poeta quien muestra el poder del momento, quien “saca a la luz” ese algo invisible que forma parte de la experiencia cotidiana? No es otro el sentido de toda epifanía, esa iluminación que se da en medio de la oscuridad, y que siempre ocurre en experiencias comunes. Como muy bien dijo Ashton Nichols (autor de “The Poetics of Epiphany”, Tuscalosa: Alabama UP, 1987), la imaginación epifánica llena los detalles que la memoria descuida y crea una unidad con los detalles fragmentarios muertos del pasado.

Pues bien, Francisco Basallote presta una atención poderosa a cada objeto que observa, hasta convertirlo en recurso de iluminación, cuyos destellos intensifican esos instantes en que parece que el tiempo se detiene. Un tiempo:

“cuyos vectores
fluyen desde la nada
al río inmenso de la vida
abierto al goce
de su esplendor.”

El tiempo para el poeta, en este orden de ideas, es la suma de privilegiados momentos (a modo de “flashes”) de conciencia emocional, transformados en palabras. Puede decirse, incluso, que en esos destellos ve su destino pasado, presente y futuro.

La luz sobre la pared “hasta el plano de la azotea”, sobre el tejado de cal, sobre el muro de piedra, bajo la parra de un patio, en la esquina de la calle, en la última hora de la tarde (mientras “vira a magenta y violeta /el fuego del ocaso”), en los ojos de un niño (“luz cernida / por los brazos del mundo / como lluvia fecunda / en tierra feraz”), en el horizonte; en suma, en toda “la realidad de lo palpable”, teniendo como objetivo extraer la vida duradera que arde en cada momento.

En este punto, destacamos en Francisco Basallote una paradoja en relación con su obra: brevedad y una paradoja de la brevedad que, sin embargo, genera la reacción opuesta, es decir, una barroca proliferación de poemas que se multiplican al infinito. Pero como son poemas-relámpagos, ejercicios de síntesis presentadas como breves digresiones, pero que son, en realidad, intensas concentraciones, que están más allá de cualquier argumento, no se trata de una poesía barroca por la brevedad de la forma, sino por el contenido tan suave, lacónico, económico; es, dicho con otras palabras, poesía barroca por ausencia, y escrita con un impresionante oficio de miniaturista.

“En el designio
de la luz,
la piedra
es ámbito,…”

“Sentir la luz
como se siente la vida.”

“Prisma de la luz,
la tarde,…”

Llegamos ahora a la segunda sección del libro, titulada “Espacio”, y con cita-epígrafe de Miguel Martinón:

“Aún puedo volver,
pisar de nuevo aquellas plazas,
recorrer estas calles,
acaso para despedirme…”

Y que lleva otro poema-prólogo, en cursiva:

“Herido de luz el espacio
se desdobla en expectación
y en transparencia, desertada
realidad, el flujo de ámbar
cercena el estupor del cielo
en los cúmulos encendidos
y arden los fuegos del color
en este verbo de la luz.”


Donde afirma que:

“Todo es espacio
azul,
blancura,
piedra angular
de la nostalgia.”


Y donde encontramos tres haikús impecables:

“En la pared
ha crecido una higuera,
higos de cal.”

“Sobre los muros
se mueve el acebuche,
llegan los mirlos.”

“Se va encendiendo
el sol de la mañana
en mi recuerdo.”


Para llegar finalmente a la tercera y última sección, titulada “Tiempo”, con cita-epígrafe de Jaime Gil de Biedma:

“¡Ay! El tiempo. Ya todo se comprende.”


Y, cómo no, con otro poema-prólogo, en cursiva:

“Cierra el arquero
la curva de su día;
en el principio de la dicha
el venablo exacto de luz,
ahora se detiene el agua
en las clepsidras
y fluye en el destino
que se abre en río
de amor; en los instantes
recuperados en las antorchas
suspendidas de la ecuación
escrita en el sueño de Euclides.”


Donde constata definitivamente:

 “Debajo de esa luz
está la luz
del tiempo de la dicha.”

Una dicha que recorre algunos meses del año (enero, febrero y agosto ausentes): marzo “luminoso, incipiente en preludios de amor”; la luz de abril como “la daga que el corazón cercena de nostalgias”; mayo demorándose “en el espejo de sus crepúsculos”; la “luz frutal” de junio;  “vertical julio”; septiembre con “aroma de membrillo”; luego, tras el agua del otoño, el poeta no quiere la oscuridad del invierno “si quedan los destellos de tu esplendor.”

Porque:

“Sólo hay tiempo
en el deslumbramiento
de tus ojos,
se detiene el ayer
en el brillo
de los instantes
que hoy revives
en su misma luz.”


“En el cantil del tiempo
cuando la luz
se acabe
deja encendido
el faro de tus ojos,
sean ellos alba
tras tanta noche.”


Hasta aquí este nuevo libro de Francisco Basallote, con poemas breves y concentrados de formato minimalista, donde se rechaza la anécdota y todo tratamiento narrativo de la materia poética, pero que avanza en secuencia espacio-temporal (“en las coordenadas de la luz, el lugar y el tiempo”) como para decirnos a modo de proclamación que la poesía es, o debe ser, cobijo y estancia de la luz.


Antonio José Trigo




NOTAS:

(1).- “Los lugares de la memoria”, de Francisco Basallote, publicado en el nº 41 de la revista “Letras, tu revista literaria”, Ediciones Alvaeno, diciembre de 2011, pág. 61.



Imagen idealizada de Euclides:

Pintura idealizada de Euclides





7/2/13

La poesía, señor hidalgo...

Don Quijote en su biblioteca2



LA POESÍA, SEÑOR HIDALGO...

Don Quijote al caballero del verde gabán, fragmento del capítulo XVI de la segunda parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1615).



(...) La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener, el que la tuviere, a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias, o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino. En resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la alteza de sus conceptos. Y, siendo esto así, razón sería se estendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya. Pero vuestro hijo, a lo que yo, señor, imagino, no debe de estar mal con la poesía de romance, sino con los poetas que son meros romancistas, sin saber otras lenguas ni otras ciencias que adornen y despierten y ayuden a su natural impulso; y aun en esto puede haber yerro; porque, según es opinión verdadera, el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta; y, con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: est Deus in nobis..., etcétera. También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiere serlo; la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama; que, siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las esencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y espada, y así le adornan, honran y engrandecen, como las mitras a los obispos, o como las garnachas a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas, pero si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele: porque lícito es al poeta escribir contra la invidia, y decir en sus versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que, a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes y príncipes veen la milagrosa ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol a quien no ofende el rayo, como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honrados y adornadas sus sienes.


Miguel de Cervantes
(1547 - 1616)


(Imagen: pirograbado de Juan Elías Macías)