7/12/08

Antecedentes

orfeoyeuridice

Periódicos y revistas donde he colaborado:

- “Diario Córdoba” (Córdoba, España)
- “El Correo de Andalucía” (Sevilla, España)
- “El Mundo” (Madrid, España)
- "Ideal" (Granada, España)
- “Punto y Aparte” (México DF)
- “Revista Hispanoamericana” (Cali, Colombia)
- “La Cultura nel Mondo” (Roma, Italia)
- “Empireuma” (Orihuela, Alicante, España)
- “Kanora” (Calarcá Quindío, Colombia)
- "La Carpa" (México D.F.)
- “El Caracol Marino” (Xalapa, Veracruz, México)
- “Cascadas de Polvo” (Caicedonia Valle, Colombia)
- “Ritmo de Viento” (Utrera, Sevilla)
- “Aleph” (Manizales, Colombia)
- “Resto do Mundo” (Fortaleza CE, brasil)
- “International Poetry Letter” (Buenos Aires, Argentina)
- “El Parnaso” (Málaga, España)
- "Palimpsesto" (Carmona-Sevilla, España)
- "Prisma" (Bogotá, Colombia)
- "Escritos", revista de la Escuela de Educación y Humanidades de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Colombia)
- "Norte. Revista Hispano-Americana" (México D.F.)
- "Imagen" (Caracas, Venezuela)
- "Común Presencia" (Bogotá, Colombia)
- "Sirgo" (Coimbra, Portugal)
- "8 Columnas" (Toluca, México)
- "El Hipocampo" (Sevilla, España)
- "Prometeo" (Medellín, Colombia)
- "Handschar" (Lugo y Ponteceso-A Coruña, España)


Actividades:

- Aula de Poesía Loreña. "Poemas de Juan Cervera", Salón de Actos de la Biblioteca Pública Municipal, Lora del Río, 13-febrero-1987, organizado conjuntamente por la Obra Cultural del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Sevilla y la Agrupación Cultural Amigos de Lora (ACAL).
- III Feria del Libro. Aula de Poesía Loreña. Presentación del libro “Tiempo de Lora” de Juan Cervera (nº 8 de la colección Aceña de Poesía). Biblioteca Pública Municipal de Lora del Río (Sevilla), 1989.
- Ciclo de lecturas “Poéticas del Sur”. Lectura de poemas en la Casa de la Cultura de Tomares (Sevilla), miércoles 19-junio-1991.
- Lectura de poemas, en La Alcaicería, una tertulia de poesía organizada por la asociación cultural El Ermitaño, El Puerto de Santa-María (Cádiz), 6-agosto-1992.
- Conferencias bajo el título “Por qué huelen las calles a pasillo universitario? La juventud no es una especie biológica” (jueves 7-noviembre-1996), y “ONGs, las charadas ideológicas de la cooperación y la solidaridad” (8-noviembre-1996), en el Salón de Actos del Pabellón de Uruguay, Sevilla.


Única distinción (y definitivamente última, porque aunque tuve la debilidad de participar en un par de concursos más, pronto elegí no caer en tan ubérrima tentación):

- 2º Premio del Certamen Literario de los II Juegos Florales de Cazalla de la Sierra (Sevilla), junio 1977.


Libros y cuadernos publicados:

- “Alrededor de una lágrima” (poesía), editado por D.C. de México, 1981.
- “La Huella de la Serpiente” (poesía), Colección Aceña de Poesía, Lora del Río (Sevilla), 1981.
- "La Piedra y el Bosque de su Efigie" (poesía), nº 3 de la Colección de Poesía Azahar, Lora del Río, SEvilla, 1986.
- “Rapsodia de lo oscuro ofreciente” (poesía), Colección Aquilea de Poesía, Málaga, 1989.
- “Otra manera de reír” (poesía), Suplemento antológico de Poesía Torre Tavira, Cádiz, 1989.
- “Estancia de los detenimientos” (poesía), Editorial Playor, Madrid 1990.
- “La poesía fue una vez una realidad sin nombre, ahora es un nombre sin realidad” (ensayo), Ediciones Volatinero, Sevilla, 1991.
- “El poema está en las palabras, sólo hay que sacar lo que sobra” (ensayo), Colección Abolays, Sevilla, 1992.
- “Señales en la hoguera” (poesía), en la colección de La Hoja Murmurante, separata de Arte Libertario, nº 80, Editorial La Tinta del Alcatraz, Toluca de Lerdo, Estado de México, 1992.
- “La Sociedad Posmoderna” (ensayos), Editorial Claves Latinoamericanas / Instituto Politécnico Nacional, México, 1992 (220 págs.)
- “Chechenia. Guía histórica y política” (ensayo) en Los Cuadernos del Aljarafe, Granada 1995 ( 52 págs.)
- “Carta a un joven universitario” (ensayo), en Los Cuadernos del Alajarafe, Sevilla, 1996 (20 págs.)
- “La libertad es existencia (A Propósito de cómo ser-en-comunidad)”, en Islam: un Clima Nuevo, Sevilla, 1996 (15 págs.)
- “Desde la Alcazaba (Indicaciones políticas para que la comunidad alcance su liderazgo)” (ensayo), Ediciones Kalima, Sevilla, 1999 (167 págs.).
- “Reclamos y presencias del advirtiente” (poesía), Ediciones Vitruvio, Madrid, 1999.


Otros libros:

- “Testimonios (Antología de sonetos de Juan Cervera, 1957-1986)”, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México, 1986.


Antología:

- "El Mamífero Hipócrita XI. Los símbolos de la devoración. Símbolos del hambre, de la sed, de la sangre y de la herida" (Novena Parte), selección de Fredo Arias de la Canal, en NORTE, Revista Hispano-Americana, Cuarta Época, nº 361, Mayo-Junio de 1991.


Mis traducciones:

- Cuatro poemas de “Regreso à fonte” de Casimiro de Brito, en Luna Llena, nº 2, otoño-invierno 1991, Rivas-Vaciamadrid (Madrid).
- "Casimiro de Brito: la poesía como ejercicio espiritual", artículo escrito por el poeta portugués Vergìlio Alberto Vieira.
- "José Santiago Naud y las leyes esenciales de la poesía", artículo escrito por el poeta brasileño Floriano Martins.
- “Vergilio Alberto Vieira: La poesía como ejercicio espiritual”, publicado en La Cuerda del Arco, Sevilla, mayo 1991.
- “Albano Martins: la poesía al nivel de la palabra”, entrevista dirigida y traducida por mí, publicada en La Cuerda del Arco, Sevilla, mayo 1991.
- “La poesía al pie del milenio” (fragmentos), de Casimiro de Brito, en Común Presencia, nº 8-9, 1993, Bogotá (Colombia).
- “Enrique Molina y el invulnerable mito de la Poesía”, de Floriano Martins, publicado en Punto Seguido, nº 32, Medellín (Colombia), diciembre 1993.
- Siete fragmentos de “Opus Affettuoso” seguidos de “Ultima Nupcia”, de Casimiro de Brito (no publicados).


Mis artículos, ensayos y reseñas en revistas y en diarios:

- “La Fidelidad del Amor (sobre el libro “Visión de la Ebriedad” de Juan Cervera), en el diario ovaciones, 2ª ed., México DF, 21-junio-1984; y en el suplemento cultural Enfoques, nº 29, de Gráfico de Xalapa, Veracruz (México), junio. 1984.
- “La fragancia del fervor; a propósito de la poesía de Juan Cervera”, en la revista Empireuma, nº 12, Orihuela (Alicante), abril, 1988.
- “Mayo del 68: la esperanza en el desierto”, en diario Córdoba, Córdoba, lunes 23-mayo-1988.
- “El hombre moderno: esclavo del síndrome bancario”, en diario Córdoba, Córdoba, domingo 13-junio.1988.
- “Mandela versus Coca-Cola”, en diario Córdoba, lunes 20-junio-1988.
- “Noviazgo electoral”, en diario Córdoba, Córdoba, domingo 3-julio-1988.
- “Una emigración hacia el bosque” (sobre el libro “El bosque insobornable” de Francisco Serradilla), en diario Córdoba, Córdoba, jueves 7-julio-1988.
- “El hombre reivindicativo”, en diario Córdoba, Córdoba, martes 12- julio-1988.
- “La escritura de José Kozer, un poeta cubano traducido a cuatro idiomas”, en diario Córdoba, Córdoba, viernes 5- agosto-1988.
- “La construcción de un espacio poético en Sevilla” (2 partes), en El Correo de Andalucía, 26-septiembre-1988.
- “A Propósito de la costumbre y la tradición”, en la revista Hispanoamericana, nº 6, Cali (Colombia), octubre de 1988.
- “El turismo o la huída en el artificio”, en diario Córdoba, Córdoba, jueves 13-octubre-1988.
- “Basallote y su memoria del tiempo primero”, en Cuadernos del Sur, del diario Córdoba, 27-octubre-1988.
- “La trama social del miedo”, en diario Córdoba, Córdoba, viernes 11-noviembre-1988.
- “El diseño: cultura del objeto”, en diario Córdoba, Córdoba, jueves 24-noviembre 1988.
- “A escritura de José Kozer, um poeta traducido a quatro idiomas”, (entrevista), en la revista Resto do Mundo, nº 14, Fortaleza CE (Brasil), noviembre de 1988.
- “La Televisión; un plebiscito cotidiano”, en diario Córdoba, Córdoba, lunes 19-diciembre- 1988.
- “Portugal padece de ataraxia cultural” (entrevista con el poeta portugués Vergilio Alberto Vieira), en Correio do Minho, Braga (Portugal, 26- enero-1989.
- “El poeta y su entorno. Juan de Rosas Palacio, un humanista inédito”, en Diario Córdoba, Córdoba, domingo 8-enero.1989.
- “Ficción y leyenda en María Victoria Reyzábal”, en diario Córdoba, Córdoba, jueves 27-abril-1989.
- “El círculo era una elipse”, en La Cultura nel Mondo”, nº 2, año XLIII, abril-junio 1989, Roma (Italia).
- “La poesía: historia de una inseguridad”, en Empireuma, nº 14, año V, otoño 1989, Orihuela (Alicante).
- “José Kozer: en el mundo del espejo o en el espejo de su mundo”, en Diario El Tiempo, Buenos Aires, diciembre 1989; y en Empireuma, nº 15, primavera de 1990, Orihuela (Alicante).
- “Todo poema es una intransferencia”, en El Caracol Marino, nº 136, nov-dic. 1989, Xalapa, Veracruz (México).
- “José Kozer y las certezas del espejo”, en La Jornada, suplemento cultural de Excelsior, domingo 1-abril-1990, México DF.
- “Roberto Juarroz y las indicaciones de los signos”, en Hora de Poesía, nº 69-70, mayo-agosto 1990, Barcelona; y en La Cultura en El Tiempo, nº 651, domingo 11-noviembre 1990. Azul, provincia de Buenos Aires (Argentina); y en Aleph, nº 77, abril-junio 1991, Manizales (Colombia).
- “Una aportación poética al lenguaje del bosque (a propósito de Ernst Jünger)”, en revista Aleph, nº 74, julio-septiembre 1990, Manizales (Colombia); y en Escritos, revista de la Escuela de Educación y Humanidades de la Universidad Pontificia Bolivariana, nº 21, vol 8, agosto de 1990, Medellín (Colombia).
- “Intelectuales: los mayordomos del poder”, en Dos Filos, nov-dic 1990, Zacatecas (México).
- "3 poemas de Estancia de los Detenimientos", en Prometeo, nº 22, Medellín (Colombia), 1991.
- “Cuando escribir poesía lleva un nombre corriente” (a propósito del libro "Ninguém" de Agustín María García Lópe), en Luna Llena, nº 1, primavera-verano 1991, Rivas-Vaciamadrid (Madrid).
- “Virgilio Alberto Vieira tras los indicios de la tierra”, entrevista publicada en La Cuerda del Arco, Sevilla, mayo 1991 (traducida por Agustín Mª García López)
- “José Ángel Valente; poeta en tiempo de miseria”, en Prisma, nº 39, III trimestre 1991, Bogotá (Colombia).
- “Motivos para José Kozer”, en Imagen, nº 100-86, febrero 1992, Caracas (Venezuela).
- “El poema nace del silencio”, en Prisma, nº 42, IV trimestre 1992, Bogotá (Colombia).
- "El poema está en las palabras; solo hay que sacar lo que sobra", en diario "8 Columnas", Toluca, México, 15 de noviembre de 1992, pag. 8.
- "Casimiro de Brito: entre el caos y la transparencia", revista Imagen Latino Americana, Caracas (Venezuela), 1993.
- “Lo que no me mata me hace más fuerte” (a propósito de Nietzsche), en suplemento La Mirada del diario El Correo de Andalucía, Sevilla, 13-enero-1995.
- “¿Qué queda de válido en Bosnia-Herzegovina?”, en el diario Ideal, Granada, 29-junio-1995.
- "3 poemas", en El Hipocampo, nº 1, Facultad de Filosofía, Sevilla, España, 2000.
- “El Museo Guggenheim, Caballo de Troya del lobby judío en Euskalerría”, en revista Handschar (Revista de Historia y pensamiento), nº 1, Primavera/Verano 2000, Lugo (Galiza), pp. 55-59.
- “El arte de dirigir en un mundo nihilista” (A propósito del libro de Antonio Medrano “Magia y misterio del liderazgo)”, en revista Handschar, nº 1, Primavera/Verano 2000, Lugo (Galiza), pp.47-51.
- “Kosovo o la guerra es la paz”, en revista Handschar, nº 2, Invierno/Primavera 2001, Lugo (Galiza)
- “Israel: claves de una situación intolerable” y “Los judíos y la vida económica (a propósito de Werner Sombart”, en revista Handschar, nº 3, Otoño/Invierno 2001, Ponteceso (A Coruña, Galiza), pp. 6-21, y pp 46-48, respectivamente.
- “Ernst Nolte y el pensamiento histórico-científico”, en revista Handschar, nº 4, Otoño/Invierno 2002, Ponteceso (A Coruña, Galiza), pp. 9-20.
- “La masonería y los modernismos islámicos”, en revista Handschar, nº 5, Otoño/invierno 2003, Ponteceso (A Coruña, Galiza), pp. 49-99)


Reseñas:

- Carlos Murciano, “Correo poético español”, en la revista Poesía de Venezuela, nº 95-96, enero-abril 1979, Caracas (Venezuela).
- Juan Cervera, “Antonio José Trigo, poesía y pintura andaluzas”, en el diario El nacional, México DF., 13-febrero-1980.
- Rubinstein Moreira, “Nueva poesía andaluza”, en El Diario Español, Montevideo (Uruguay), jueves 4-marzo-1982.
- Juan Collantes de Terán, “Poesía en Lora del Río” (a propósito de “La Piedra y el bosque de su efigie” de Antonio José Trigo), en ABC literario, 30-agosto-1986.
- Humberto Senegal, “la piedra y el bosque de su efigie”, en el diario El Quindiano, Armenia (Colombia), 6-febrero-1988.
- Orlando Materán Alfonso, “Acontecer cultural: La Cuerda del Arco”, en el diario la Religión, Caracas (Venezuela), 7-septiembre-1988.
- Ramón Reig, “Ha aparecido el tercer número de la revista poética La Cuerda del Arco”, en El Correo de Andalucía, 7-noviembre-1988.
- Ana Lilia Arias, “Antonio José Trigo, poeta y periodista”, en diario Punto y Aparte, Xalapa, Veracruz (México), 9-febrero-1989.
- Alberto Torés García, “Antonio José Trigo o el testimonio de los reflejos”, en La Gaceta, Málaga, 9-junio-1989.
- Humberto Senegal, reseña sobre el libro "Rapsodia de los oscuro ofreciente", en la sección “Letras y Letrados” del diario La Patria, Manizales (Colombia), 11-octubre-1989; y en la sección "Camino de los caminos" en El Quindiano, Armenia (Colombia), 7-octubre-1989.
- José Luis Zerón, “La estancia de los detenimientos de Antonio José Trigo”, en Empireuma, nº 17, año VII, primavera 1991, Orihuela (Alicante).
- Leo Magnino, “Estancia de los detenimientos”, en La Cultura nel Mondo, nº 2, abril-junio 1991, Roma (Italia).
- Sergio Campos, “Punto & Contrapunto (Sobre o ensaio: “Poesía fue una vez una realidad sin nombre, ahora es un nombre sin realidad de Antonio José Trigo), Cuadernos Do Mundo Manual, nº 1, ano I, Ilha do Gobernador, Río de Janeiro (Brasil), 1992.


Libro donde me citan:

- Ramón Reig, "Panorama poético andaluz en el umbral de los años noventa", Gudalmena, D.L., Alcalá de Guadaira (Sevilla - España), 1991.



Exposiciones de pintura:

- 1984: Muestra de Pintores Loreños, Lora del Río (Sevilla).
- 1986: Muestra de Pintores Loreños, Lora del Río (Sevilla).
- 1986: Colectiva, Galería Fuera de Comercio (Sevilla)
- 1987: Colectiva de dibujos, Colegio de Arquitectos (Sevilla).
- 1988: Individual en La Carbonería (Sevilla).

A propósito de “Reclamos y presencias del advirtiente”


Antonio José Trigo nació en Lora del Río (Sevilla) en 1961, autor de los poemarios “Rapsodia de lo oscuro ofreciente” y “Estancia de los detenimientos”, ahora ha publicado un nuevo poemario donde insiste en algunos de los temas y las formas de sus anteriores libros.
Una poesía cuidadísima, con un exacto sentido del ritmo, donde las metáforas dibujan un mapa poético lleno de nostalgia y humanidad. A. José Trigo se deja llevar de los símbolos que hay en cualquier mundo y hace una poesía precisa, y honda.

(Reseña aparecida en la revista “Magazine”, Madrid, marzo 1999, pág. 10)

5/12/08

Rapsodia de lo Oscuro Ofreciente



Rapsodia de lo Oscuro Ofreciente
(1985-1988)

(Publicado en Aquilea, Cuadernos de Poesía, Málaga, 1989)


Prólogo

Antonio José Trigo

Un poeta, otro poeta…, pero no otro más, sino uno muy singular.
En Antonio, el sevillano, hay un ancestral sortilegio, José; lleva en alma pájaros y en el apellido Trigo.
Se antoja un espíritu que deambula en la Astralidad, ataviado de Poesía y de Naturaleza.

Poeta del antes, después, antes y del fin, origen, fin, hace prevalecer su Luz airosa controversia con la oscuridad…, y vuela a la noche maternal.
El Creador no da Luz a cualquiera, sino a quien por Donura y Voluntad la busca; por eso Trigo, en su interior morada, la descubre y la evidencia aún envuelto en la transicional sombrura: “Rapsodia de lo oscuro ofreciente”.
De rima liberada, su verso es a menudo sin medida y sin ritmo regulados. Poeta que, aún sin conocerle en persona, cuando le leemos, pareciera impugnar: Soy tu espejo…, si me lees con detenimiento.
Se le advierte en el buril el permanente nexo con lo de arriba y lo de abajo, lo luminoso y lo grisáceo, y con lo oscuro; y un continuo y sutil nihil hace tictac en él, en su expresa sensación de “nada ser y no haber sido nada”.
Seguramente este poeta sí sabe de profundas reflexiones filosóficas y de numerosas claves culturales…, y se encompleja y se encomplica hasta borrarse casi su poesía, para tornarse Existencial Poeta Cósmico que trashuma por la tierra.
Dialecta, Afirma y duda. Y niega sin negar, aseverando. Es en sí mismo tesis y antítesis… Sin embargo, como que sabe dónde va…, como si, inexorable, lo extrajera una Luz. Siendo un poeta del más allá, su vigencia lo concreta acá, aunque esto pareciera Perogrullo. Dialoga con, e impacta a, quien lo lee.
Poeta buscador en pos de algo que quizá le espere en el próximo horizonte, pues, sin duda, escancia ya el agua de los míticos misterios; navega —en cuanto ave y no nave— libre e impromtu, este pájaro astral, cual sideral tormenta que sólo remansa en tanto descarga su inercia en el camino.
¡Leédle!, y no os arrepentiréis.

Juan Padrón
Miguel Hidalgo, D. F.
México, 1986.





A María Victoria



“La noche es un mundo que la misma noche alumbra”
Antonio Porchia


Fragmento I

Y en todo estabas tú…
Ahora tan sólo persiste tu encendimiento
con los bordes carcomidos por la sombra.
Tu palpitación, sitial de mis desgarramientos
donde aves de verano sorben
el agua de mi mirada
formulando otros silencios;
donde se deslíe en paisaje
el rumor implume con que giran
las alas vacías en mitad de la noche,
como en aquel tiempo antiguo
borrando los deslindes del sueño
en que de pronto sentíamos
convertirnos en piedra como el cielo.



Fragmento II

Antes de anochecer
—quieto tu cuerpo—
no sé qué paloma inacabada
punza mi piel con asedio sensitivo.

En la estancia inaplazada
se abalanza el oro fugitivo del reloj
que da la última hora: exacta cadena
de sesenta minutos negros
entre el ayer truncado
y el mañana predicho.

El mobiliario de puertas inconclusas
guarda los planisferios
que me conducen a ti, así lejana.

(El contorno de tu respiración azul
hiere la delgadez del espacio).

Al fondo, luz, suma dimensión,
total entrega.

Es el deseo de vuelta de otra vez
como las nubes innumeradas
sobre el torso azul de los caminos;
esas nubes (asimetrías obsesivas
del agua neutra; exangües pecios
de un gran naufragio),
que nos traen perdidas canciones de niño
en mil tardes inacabadas.

Coronada de rútilos incendios
en mí vienes como cayendo en no sentir,
mas, sólo me ofreces esta escritura dígita
de espejeante vaciedad,
de palabras temiblemente sordas,
que hoy mis manos ofician,
pues no tengo de qué vivir
a tu través anonadado.

Tú me inventas, te rehaces en mí.
Yo te nombro, excediéndome,
o aún mejor, me conformo
con acicalar tus mil colores abolidos,
de donde ya sólo me queda oír
el ruido de la sangre en la hierba
como un gran alboroto de pájaros;
ver pasar las nubes, el tránsito
de las nubes —culmen de mil rostros—,
con efímera ceremoniosidad;
ya sólo morir despacio
con la sensación implacable
de haber perdido algo para siempre:
una sombra de mí mismo,
un estridor súbito de ala sin pájaro,
que, como el borrador total del universo,
finca el cerco del molde que todo lo contiene.



Fragmento III

Con lento dolor algo amanece
dentro de la alta oscuridad
y se aleja sin volver por su orígenes
y se me pierde, flama de mis vigilias,
descendiendo, buscando el centro
en esta hora última —nudo de agonía—,
en que alumbro el deseo oscuro de ti.

¡Ah si pudieras ver en mi mirada,
no el largo surco de desmentida lluvia,
sino el cordel de lejanías
que ata el blanco esquivo de mis ojos
a la órbita negra de tu iris
o planeta múltiple salpicado de mar!

¡Ah si pudieras mirar la noche
estirar su ala dura
de vuelta de quién sabe qué mundos,
línea de mar donde el mar tropieza,
abierta para siempre a mis afiladas singladuras!

La luz a ciegas por extraños caminos
descubre el paso tranquilo de tu senda;
desgaja tu aire, tu aleteo de alondra
sobrevolando los largos arrecifes
de mucho confín adentro.
Luz increada que sobre ti columna,
encubriendo tu desnudez de río sin orillas.

Sólo de sí, hipnotizado en su vacío,
tu cuerpo toma del silencio la forma,
mientras en el cristal de lo oscuro ofreciente
aldabean las pupilas desnudas de los pájaros.



Fragmento IV

Golpeando los derrumbes de la luz,
vienes a mí, estibadora de mi sueño,
vienes a decirme al oído tu secreto
de materia solar sobre días frágiles;
tu secreto de piedra sedienta en torno del cielo,
de horizonte de agua acariciando
la rosa de las ruinas;
tu secreto que he de guardar
como el poema guarda la voz danzante
o como la tierra la semilla.

Mientras tanto, la danza, el rito,
que encierra acontecimientos primordiales,
agita del mar la luz nocturna
que me obliga a caer en lo vivido,
en la estancia sin idioma,
donde, a través de las palabras
que nacen para arder,
prefiero la condena a la duda
palpando el aire de no ser
más que sumisa ráfaga de ceniza.



Fragmento V

“Et la treille où la Pampre à la Rose s´allie”

Gèrard de Nerval


Una noche sin tiempo viborea
por el duodeno de tus meridianos
o círculos saviales,
y se esponja en arboledas de perdidos ojos.

Así, entre el pámpano y la rosa se bisela
el final de tu mirada, hasta el final de ti:
caudales transcorpóreos revelando
esa orilla muda que soporta el peso de las esferas,
porque siempre hay una rosa preludial
interpretando un gran salmo terrestre
contra el claro abismo,
contra la trepidación de la noche.
Una rosa que hacina
la médula de mis vértebras
buscando venas que acrecentar,
porque ya no soy mío
por morir de vida tuya,
y ya sólo me queda el júbilo ileso
de tu adentrado dominio de alas
para recorrer la cifra incierta de los bosques
—aciago declive de ceniza—, sin decir el mar.


Fragmento VI

Es por ti que la noche se vuelve maternal
residencia omnisilente, hoguera ahuecada.

Es por ti que el horizonte
es un ala trunca o frágil laja;
línea final o luz provisoria
que no cede bajo el agua.

Es por ti que en la espesa tiniebla,
entre las sombras iguales apresada,
la luz graba sus runas de oro
y descuella insospechados vuelos sin alas.

Gozoso aún, como empezando a irme,
a tu sombra —raíz aventada—,
por el huir o camino de verticalidad
a donde conduce el tiempo para verse ascua,
me pierdo y me reencuentro.
Si nada soy déjame en la nada.

Retomas para abrevar el fuego, el aire;
Para devolver a la tierra, al agua,
El espacio desplazado del fondo de la noche
Donde el esqueleto de mi voz descansa,
Donde cabes por prodigiosas exenciones protegida
De la nada de ser, de haber no sido nada.

¡Ah cuántas veces te he creído
creyendo ciertamente que vivir entraña
crecer sin cómplices, del otro lado ya de los sentidos,
como crece el cielo por negación de las alas,
o como crece el sueño que nunca acaba de ser
y que llaman vida por muertes aciagas!



Fragmento VII

Dime en qué confín tienes tu raigambre,
círculo obsesivo de la luz de todos los días,
donde todo parece estar fuera de sitio
haciendo constar a un tiempo su permanencia.

Tiempo logrado del aire, desde la claridad externa
que se abre como una mañana sobre lo inesperado
en la inminencia de las más pequeñas cosas.

(Piedras de solsticio abren tus ojos).

Hiende el aire en mar de noche
pequeños laberintos
como dados que ruedan por adentro y por afuera
del círculo azul del espacio.

Duerme el amor que entrega
mucho más de lo que entrega,
y la teoría de la luz
se rompe en sonidos claros.



Fragmento VIII

Somos dos alas como dos inundaciones
remontando un azul ya mudado
por encima de los montes recién abiertos.

Sobre la piedra del tiempo se oye
dilatarse en mil detonaciones
nuestro corazón corroído de estrellas.

Ya te me deshojas tras el cerco de los montes,
¡quedo tan lejos de mí por morir de vida tuya…!
Instante de abandono en que se es porque se ama.



Fragmento IX

Llueve, llueve en la nocturna encrucijada.
En tus manos las hierbas fantasmas dormitan
y en tus ojos como dos noches puntiagudas
un arco se tensa para asestarme
tu indefinición de bosque que nace sin cesar.

Por tu fulgor sonando alto se entraña el aire.
La brisa trae perdidos signos astronómicos
ya de vuelta, al eco de la luz.

Llueve, llueve en la nocturna encrucijada.
La luz sobre el musgo verde
trenza los sordos cordajes de la lluvia,
silenciando el pulso de este tiempo
donde borbolla tu gémina fosforescencia.



Fragmento X

Suena el azul balbuciendo
grandes bloques de aire
en la noche abierta,
esponsalicia.

Se encienden fuegos
de lentos cirios
al otro lado del espejo,
en el círculo henchido
o vórtice incontenible
que discurre en fuente,
en sueño sumersivo,
y se abren con calor
tus manos —raíces tensoriales—,
sobre lo efímero
del amor y de la noche.

Emerges al fondo de mí
hasta perderte,
hasta desatar tu eclíptica,
en el centro de ese centro
en donde reposa el sol y el aire,
que se desprende
de tus insomnes ojos
de aguas marinas
viniendo del continente
de los pájaros.



Fragmento XI

En torno del ojo azulfuego del bosque
la música —fuego petrificado—
se opone a la oscuridad cegadora.

Bajo tu sol los días crecen.
Sólo tienes que abrirlo
para yo vivir en orden libre
un minuto del no ser,
un exhorto sin destino;
para que todo, contra el tiempo,
cobre su justa proporción,
ya que vivir es un tránsito pensativo,
un estandarte de existencia pronta.

Todo termina en ti, fulgor transitorio,
donde el fuego hace un resumen del agua
y la tierra lo propio del aire.

Todo llega y pasa, lujo del espacio,
al otro lado del espejo, en el centro de todo,
en el fondo sin fondo de tu mirada
donde rescato marfiles de primeros impulsos,
donde oigo surgir de sí un oculto fervor de mar,
circular adentración, estrechumbre gozosa.

Tu cuerpo, a superficie ofrecida,
sólo se entrega al fuego de las horas
hurgando mi única certidumbre;
descubriendo en lo alto
el abismo que se abre en todo cuanto existe,
que no es lo que acontece,
sino lo que ha dejado de ser
por la quietud del fondo que me suma,
por el eco plural que me acecha.

Así, te acercas y te evades,
como un nocturno designio de pájaros
en la suprema audiencia de los árboles.

Mira que tú has nacido
sólo para saber que todo
en el aire es inconsútil habilitación:
la sostenida caída de todos los pájaros,
el sonoro pulso de las nubes
cercando el corazón de la lluvia,
y las inmemoriales lejanías
llegando al centro del espacio.

Así, en fuga, creces contra las imprecaciones,
contra los modos de ser prescritos.
Transcurres hasta la ardentísima cumbre
donde bulle o borbolla el centro de la luz
en cuyo leño se oculta el enigma,
la palabra o piedra de sacrificio
que se agota en la distancia inmóvil,
que te desvela, te define, te nombra.
¿Una palabra? Eres una palabra, sólo palabra,
que no está escrita, para decirse inacabablemente.

Heme aquí que, al pronunciarla,
siento la oculta furia
con que las cosas escapan de sus formas,
con que el azul se desploma en el aire,
con que la ceniza empaña el cristal del fuego,
con que la lejanía soslaya el color de la arena,
con que el mar se comba detrás de la lluvia.

Basta con pronunciarla, con invocarla,
sobre la rosa de la negación,
para saber quién soy y conocer quién eres,
pues, aun no siendo iguales en todas partes,
seguimos el mismo camino siempre.



Fragmento XII

Vienes a mí huyendo de tu huída,
pues todo lo que se fuga
borra todo trazo de retorno.

Llegas sin aviso, como el sol,
alma inquiriente, a pesar de la distancia,
como una forma de muerte
que circuye el itinerario de mis recuerdos,
y extiendes tu corazón
totalmente entregado al mío.

Tu mirada —cauce precursor— sostiene
todo el cuerpo de la noche,
se hace centro, danza helicoide,
fuera del imán de la niebla.

Ya dentro de ti no estoy para mí mismo.



Fragmento XIII

En este estar sin ser,
en esta difícil espera,
quién sabe de qué mundos,
piedra de fuego, tú llegas,
como el aire, resumen de cielo,
a mi noche entreabierta.

Dimensión de uno mismo
a sí mismo: lenta hilera
de adentrados espejos
por mis astilladas venas.
Crecimiento súbito de árbol.
luz que me sostiene y quema,
que me prolonga la huida
entre cielo y tierra.

Dentro, en el espacio desnudo
—inanidad de placenta—,
como un ondear,
como en una pared sin grietas
el ascendiente jazminero,
me deslío, piel de tiniebla.
Muero al mundo fugitivo
—ficción extrema—,
y se me abre el alma
y se me pierde a plena incandescencia.

Rodando, circulando, creciendo,
despojado de mí, ya sin huellas,
voy negándome sobre tanta ceniza
para ser un poco menos yo mismo en tus esferas.



Fragmento XIV

Ya la noche plena con su luz dentro,
tierra húmeda de días antiguos
donde yo quisiera quedarme por siempre,
donde todo no es, no transcurre,
como en impávido mar velero grácil.
Y al confín, la música
bajo el fondo del ser, despojadísima.

(Tus dedos: pájaros impacientes acaso
en el filo de las horas).

Ya el tiempo se nos va, se deshace,
curvando la corteza de la sonrisa,
para de pronto sentir que nos persigue el sueño,
que nos atraen, nos fascinan las cosas mudas,
las piedras olvidadas en cajas redondas,
y la libre musicalidad de las constelaciones.

Ah sólo tú, bienamada, sabes adónde va,
así ardiendo en silenciosas pausas,
el tiempo de todos y de nadie.

Así tú y yo buscamos, por extrañas tinieblas,
lo que fuimos una vez y ya no somos.



Fragmento XV

¡Luz, más luz! Dilución del ser,
giro precesional del que fluye música
girando locamente en torno de mi lugar único.
Siempre la luz, súbito espino,
ciñéndose a un trascielo
de fugaz corazón humano,
como un chorro de frágil cristal
que se trueca en ala y termina en abismo.
Siempre la luz derramando noche,
borrando las perspectivas,
ponteando el río de mi muerte
en álveo sumersivo.

Es el peso del alma en su órbita oscura
adensando el aire, techumbre del rocío.
Música cristalante ungiendo mis residuos verosímiles;
fronda dócil que se acrece y se niega
tan pronto como se disipa y desaparece
la transparencia que te ronda.

Angulo paraláctico el de la oscuridad
entre la esculturación de tus manos arboradoras
y el centro de la luz, con el tiempo dentro.
Casi no más que un espacio tardío,
racimo cenital de ínsitos azules
que se pierde de vista y que en sí vuelve,
pirosfera en expansión, a sumergirse
en la exánime oriflama de la noche.

Descienden del cielo los signos del zodíaco.
Corre entre mis huesos la vía láctea.
Tú me sigues, rondadora de adentros,
albor presentísimo, aguja mordiente.

Los pájaros y las flores
incursionan el equinoccio vernal
y se me va la existencia
y se eterniza la inicial avidez de mi infancia.

Despojado de mí, me transcribo
como un alquimista sobre las páginas del formulario
transcribe absortas efemérides,
en mi anhelo de ascensión
para llegar desde donde no estás.
Seguirte, estarte, serte, amurallarte,
para desasirme, abismarme, perderme;
descorrerte, desorbitarte, absorberte,
para aniquilarme, unirme y transformarme;
transcurrirte, resolverte y dejarte,
para darme, desvestirme y clarearme.
Perderme de mí mismo buscándote, buscándote,
florángela, advenir lucífero
en el juego oscuro de las navegaciones,
en este furtivo transcurrir por tus cauces ciegos.
Perderme cuando la noche carezca de espesor
y nada me sea ya sino secreto aliento,
eternidad ansiosa de estar en todo lo que existe.



Fragmento XVI

Recuerdo de tantas horas aquella noche,
primigenia provisión al entrar en tu desierto.
Aquella noche danzando en el zodíaco.
Tu noche o piedra sin tiempo.

Vuelan las sombras de los pájaros
detrás de cada esquina,
detrás de todos nuestros pasos
(todavía temen la luz)
y cuelga de tus alas la tercera orilla
de aquel río subterráneo o insomnio
disimulando su descenso
de agua inmóvil y sucesiva.

Aquella noche o pentagrama de fuego,
alúcida caja de prestidigitadores
donde se guardan rotos juguetes
de niños que nunca fueron;
polícromas piedrecillas de bulliciosas fuentes;
ramas caídas de paisajes inmóviles
y escaleras vitrificadas hasta el borde del cielo.

Atravieso la noche, ansia y duelo,
que se pierde con mi infancia,
donde aún resuena la llama de la tierra,
el corazón del bosque,
pero, ¡tú estás más allá!
Salgo a buscarte, a escuchar
tu pulsación de mañana
que cae una y otra vez como nube
sobre el duro camino,
para ser en el tiempo golpe de ala.

La eternidad, algo de tu mirada,
cae —nocturna alucinación— en mil estrellas.
La noche se vacía. Va a emboscarse
En el extremo límite.
No sé cómo seguir. Te vas de mí y me llevas.

otra manera de reír




otra manera de reír

(1989)


y aconteció que el poeta
ante la euforia de los mercaderes
se quedó riendo y siguió riendo
(uno siempre es digno de risa)
y dijo al mundo
sin celebrar nada concreto
que él vino no a decir
(un decir sin más de cualquier modo)
que todo pasa reducido a silencio
ni a escribir a este lado del paraíso
versiones ficticias de su vida
para la incensación de lo absoluto
no a descubrir los códigos
sin alternativa y su absurdo
ni al niño que todos llevamos
hacia la muerte
no a descubrir que la risa
es una manera de la lágrima
ni a hablar de una soledad
desde otra soledad

sino que vino como un nómada de carpa
para atravesar la ciudad dormida
donde el desierto crece
cercando la irremediable insidia
de los funcionarios que interpelan
aterrados heridos sitibundos
quienes deben estar a las ocho en la oficina
a precisar una justa causa para morir
mientras imploran sin más salida
que adjurar servidumbres amadas
ese poco de vida propia que en otros ha quedado
porque ¿quién que vive en la ciudad
con un dolor de plomo en la garganta
no ha tenido un amor que fue su ruina?


vino no a visitar el ágora
donde el canto asfixia
cansado de tanta palabra inútil
de quienes para esforzarse en la fuerza del deseo
saben dolerse tan de sí que su voz
truecan en pálido elogio de mármol
a punto de transformarse en reliquia
sino a poner fin a esta patraña
de reclamar alguna parte
en los litigios de máscaras
calzadas sobre máscaras
ensayando por oscuras callejuelas
no repetidos gestos de auxilio
de perdón o blasfemia
sino otra manera de reír
a quemarropa
porque ya no hay nadie que le asista
(todos se alambran el paso
de deseos jamás cumplidos)
de los tahúres los muy cabrones
quienes escondiéndose de sí
para tratar el asesinato del sol
demandan con ojos furibundos
y remendadas sonrisas
un destino sobre mármoles ilustres

deben comprender señores:
el poeta no hizo el sol a su imagen
ni la cadencia de su música definitiva
cerniendo la criba de los años
sino tan sólo la densidad implícita
que surge del discurso inconfeso del aire
y de sus arterias aún íntegras
no es naturalmente el dueño
de esa irrescatable música
pero sí es su interlocutor privilegiado
en el sentido mismo de saberse
en la trampa mejor de cada instante
la consonancia externa
de una metáfora delictiva
en el sentido mismo de reconocerse
como un vendedor callejero
que custodia tardes prolvorientas de azul
yendo y viniendo por calles de deriva
no siempre nombrables donde olvida
sus rostros y nombres sucesivos
en el sentido mismo de lo que es
cultivando los acuciosos herrumbres
que le envía la noche
con los que vela cumple
su palabra abierta al silencio
con un brillo de otro mundo
que resulta ser este mismo
sin intento ni designio ni mensaje

alguien puede alcanzar a oírla
mientras un buen vino alivia el paladar
porque no hace música anegadora
sobre los astros y sus posibles derivaciones
en trueque del cambio de escena y escenario
(no no es ese su propósito)
ni rescata orquídeas de niebla
de ninguna marea opalina
de canto provisorio
sino que sondea ciertas certidumbres
y sosiegos que envisca para vivir
como cuando uno desciende a mirar
una misma cosa con nombres diferentes
alimentada de implementos domésticos
sin caer en los apremios ilegales
sin que se oxide la ternura
por rancios desquites de suburbio

por eso lleva la mirada vacía
para llenarla de climas y de pájaros
y así poder entrar
donde recalan los deseos
donde todo ha de ser para ceniza
porque vino de la estación más alta de la lluvia
a sostener sólo un fragmento
de aquella primera hora solar
en que se levantaron las cosas
en desencajados templos

por eso aquí se queda
cara al corazón con sus señales
con su asombro nunca perdido
con sus manos ya desasidas
sin precisar voz ni luz ni tacto
sino a quienes gustan venir a ver el jardín
de la mano de alguien que no ama
la mirada clínica de sí mismo
que en otro ha ido formando

aquí queda con su inocencia antigua
huésped de cualquier ciudad sin tregua
en busca de algún rostro perdido
al cumplirse una cuota normal de actividades

así metido entre las gentes
antes que alguna tempestad secreta
le extravíe con su fuerza mayor
y le haga pasto de quién sabe qué sueños
(pobrecito ofendido que sería él)
antes que el justo tiempo humano
(esto es la condición necesaria
del álbum y del corazón
el claro enigma del pie sobre el cuello)
destruya toda demanda contra el olvido
con rabiosa alegría feroz alegría
el poeta vive la leyenda de la rosa
sobre la escalinata de la ceniza

27/11/08

Reclamos y presencias del advirtiente



Reclamos y presencias del advirtiente

(1988-1992)


(Publicado en la Editorial Vitruvio, Colección Baños del Carmen, nº 14, Madrid, 1999)



«Desde que me cansé de buscar, aprendí a encontrar.
Desde que un viento me tuvo prisionero,
con todos los vientos navego.»

Nietzsche
("Mi suerte")



OFICIOS Y MALEFICIOS

I


Ahora que el sueño del hombre aviva
sus horas amenazadas con el arcano mayor
de algún argumento biográfico,
¿quién va a descubrir esa lluvia confundida,
temerosa, que cede al final de primavera
e infla los mares?, ¿quién va a descubrir ahora
la isla azul del aire que concilia desiertas montañas?

Quién sino aquel que realza sus derrumbes
más ligeros, y no tiene para compartir
sino el canto de un pájaro viejo que latiguea
su sangre solar en jaula que sólo ostenta óxido
y el pulso en pie de una flor sin otoño
que se abre, que irrumpe en la fiesta
de su espacio, y enhebra, en brote audaz,
ni antes ni después, el sabor de una fruta
(porque no hay un sólo pájaro que no corra
el albur de ser una huída encarnada que habitar,
como no hay una sola flor que no corra
el albur de ser una fruta furtiva
con que labrar un tiempo irrepetible a su favor).

Aquel que es, finge, funda la esperanza y el miedo.
Aquel que derrumba puertas para que no prevalezcan,
para poder librarse de inútiles avisos,
y gira los espejos que comparecen graves
contra la pared de incesantes ejecuciones.
Para todos está siempre su presencia inoportuna,
como un fantasma que avisa del naufragio.
No importa que nadie responda a su cantar.
Ha llegado desde tan lejos que trae
en sus uñas la luz que removió.


II


Cuanto más camina por las calles llenas
de sofocadas confesiones, circuidas de engaños,
de rezongos de máquinas, tanto más el advirtiente
edifica el silencio para albergar la voz que ahora huye.

Cuanto más hace fundación fugaz su andanza
por celdas de tinieblas, tanto más del advirtiente
queda su dolor solo en aquellos corredores
llenos de espejos ventriculados que recogen
en saco roto el orín de viejas miradas homicidas.

Cuanto más se detiene con aquellos que le brindan
un vino en copa colmada siempre de tedio,
mientras queman todos sus retratos y llevan
en sus bolsillos las primicias intolerables
de alguna inconforme pena o de algún aspaviento
de envidia, tanto más el advirtiente semeja
una flecha incendiaria a la siga del blanco.

Cuanto más crece tentacular la burda mentira del oro
tanto más el advirtiente da a sus hechos dimensión de arco
y a solas con su impulso construye la luz en las palabras,
esas pequeñas estúpidas que no se quedan quietas,
más susurrantes que el silbo de los murciélagos
sobre las noches horras de tercos insectos.


III


Cada palabra rompe el corazón en alas,
enciende hogueras para aprender la lejanía,
propicia lugares de encrucijada
entre viajeros perdidos en la historia.

Cada palabra esparce sobre el mundo
la claridad que un día se desnudó
de un tiempo inútil y nos doblegó
la mirada para uso de los pájaros.

Cada palabra nos golpea todo el tiempo
con su moneda dura, cerrada,
para que no olvidemos el dolor.

Cada palabra construye en sus adentros
su rehén sin posible rescate del camino del sol,
su hombre extenuado de cielo, sin demás.


IV


Como el hombre que llega hasta el deseo último
de su sangre, cuando habla de sus cosas
termina dejando un rastro de gran burla
por aviesas escaleras, ¿cómo no confundirle
con quien arroja la noche a los perros,
con su traje de hollín escuálido,
y elige pasar, sin ninguna respuesta,
sin ningún reclamo, entre quienes legislan
las ciudades con metal aciago y desmentido?
¿Cómo no huir de la vera de quien se obliga
a acrecentar su vocación de astrolabio,
a librar una norma de pájaros de raudas migraciones,
y a hacer el camino que dirá de él mismo
qué es cuando sepa que ya no va a estar?

Durante el día busca su rumbo cubriendo
la distancia entre una emboscada y un asedio,
montando guardia a la cruel ruina
que va de la simiente hasta la flor
como viajero perdido en una historia perversa.

Por la noche, en cambio, remueve los escasos
y diseminados restos del corazón errante
de los pájaros, con cuyas primeras cenizas,
tenazmente derramadas, con su azogue irredento,
amasa la luna frotando un misterio de arcilla al tacto.

Ahí, de pie, sin indulto posible,
cómo va a ver tregua para quien no registra
la máscara irrisoria de una promesa
o un testamento, cómo se va a callar si las palabras
no están hechas para rebajar el mundo.

Con su mirada que se niega a servir,
con sus manos que extiende para que las horas
no amanezcan con sorpresas divisorias,
ahí, a la vista de nadie en el corazón de todos,
el hombre, sin demás, inventa nuevos delirios
al veredicto inapelable del ardor.




ACCIÓN DE GRACIAS



Antes de seguir tornando a su estrépito
la vanidosa aflicción de la nostalgia,
como torna el acero a su funda
con el vejamen de la rosa limpia,
quisiera agradecer a quien se debe
tanto hermoso equilibrio, fruto del mundo y la luz.

Muchas veces puse una mano en el horror
de la página en blanco y la otra en el limpio azul
de la tarde; muchas veces tuve que cernir
las nubes para que no quedaran
en sus cenizas revoladas osamentas de pájaros;
muchas veces rompí todos los muros con la risa
porque ya no había armas que descolgar de los muros;
muchas veces imaginé reyes en tronos sin nombre,
¡y qué capaz en no darle a la eternidad descanso!

Sólo me resisto a creer que el mundo es grande
para la noche y pequeño para el día;
sólo me resisto a acatar la orden de esconderme
en las escarpaduras de la vigilia
y escuchar el atabal de los ejecutores
cómo repite su amenaza, su asedio incesante,
clavándome en el vientre sus fueros de uñas,
porque nada me absuelve de la agonía
por no haber alcanzado la gracia de ser sensato,
de creer que siempre es demasiado nunca
para esperar la rudeza inigualable de una señal.
Es que hace tanto tiempo que tengo ganas
de decirle a la gente que esta hora no se ha abierto
para poder rescatar plano s ni para deshacer vislumbres;
tan sólo para un tumultuoso júbilo.




ZONA EN TERRITORIO DEL ÁGUILA



Los guerreros se marcharon sin esperar
nuestra voz. Así sucedió siempre.
No nos quedan sino algunas palabras
y señales al claro testimonio de un tiempo insomne
(no las palabras dichas tan sólo con los dientes
que prosigan la historia a pulso de ausencias
y hallazgos —aquella que siempre es posible,
desde Homero, volver a relatar,
entre las luchas, entre las derrotas—,
sino las antiguas palabras capaces de aventar
contra las ruinas el viento feroz de la sangre,
cuando en ellas uno a sí mismo se abandona
como viniendo de muertes y olvidos necesarios).

Porque uno viene con los pasos o los desvíos,
las entregas, tan contados, que a fuerza de contar
pierde la cuenta en esta ruta de flor y canto.

Si bien aquí nadie vivirá para siempre
sólo con sus costumbres gentílicas y tenaces toses,
¿por qué venir a tener mando sobre la tierra
sin poder dejar escrito el nombre crecido
de este suceso de tiempo hacia otras fechas?

En vano hemos venido a salir de la luz,
sin que nos hayamos dado en préstamos
los unos a los otros en este lugar
donde, una vez, los tambores sonaron sus augurios,
de no ser por esta respiración que se celebra
sin mudar en odios mudos las fieras estaciones.

Entre tanto, al pie ya de la consumación,
y antes de tener muerte a filo de obsidiana,
sea el baile aquí en medio de las flores
con músicas lejanas y renovadas lunas.
Por esta noche, ¿acaso se puede ir en pos de algo
que no sea un sueño que no transcurre, no pasa,
según es su deber de sueño, sino que sube
como un agua de pájaros hasta ser
nuestro mapa, nuestra toda geografía?

Por costumbre levantamos las copas adorables,
sin desgarraduras, y llevamos los estirados músculos
a la tensión de la insólita tarea de abrir caminos
a las constelaciones, desperezando las andanzas,
pintando las vocales de la palabra viento
por las calles estrechas de tabernas,
sin que haya urgencia de decir la ríspida frase
o la burla precoz, sin que las sembraduras
de la tierra sean signos de imprecisa añoranza.

Por costumbre decimos cielo cuando miramos el cielo,
decimos: ¡vaya, qué nuevas nuestras manos
por azules antiguos, siempre estrenando
la dignidad del sol, la transparencia del mundo!
O decimos: ¿qué hermosas palabras hacen posible
este activo sueño, si de nada sirve poner un espejo
delante de los labios para inventariar
los designios del aliento, ni tomar por asalto
el mundo, aprovechando su descuido?

Aprendemos a construir la luz con palabras
como hacían los antiguos guerreros al llegar
al límite, sin miedo ancho sobre el pecho,
porque más allá hay dragones,
porque para una vez que estamos en la tierra,
en esta región donde el águila se hizo hombre,
es necesario arrancarse el corazón
para ver con más luz bajo su sombra.

Pero las hermosas palabras que una y otra vez
vivimos no tienen en realidad importancia,
sino el espacio sin nombre en que la luz se construye.



(Para Musa Valencia Posada)



ESTACIÓN EN LO BLANCO



Al recodo de los años raídos
por las sucesivas rondas del sol,
cuatro paredes no bastan
a esta costumbre diaria de amontonar
palabras rescatadas, voces alegres, familiares,
y morirse en torno de un momentáneo café.

Tanto tiempo porfiando en encontrar algo
que, aunque vivido en otro tiempo, se conserva,
no se deja de memorar, como llegado un día después
de muchos horizontes en el aire de los primeros pasos
que no se borra, porque —ya se sabe—
cualquier tiempo pasado fue decisivo,
y porque no tiene casa en realidad quien busca
detrás de las horas su propio inventario de luz.

Ya hace tantos días que la tierna errancia
de nuestras manos palpan la ceniza dormida
de turbias sábanas donde el amor se hizo.

Tantas horas oyendo llegar la nieve desconocida
y sin pisar, que cae en nuestro diario de viaje sin fecha,
sabiendo que tras las sombras agrietadas
de los muebles nos aguardan perdidos eslabones.

Horas que se esfuman en cuanto gira la estancia
como bola sin manija, como un paisaje
en la rueda de ojos recién venidos.
Horas que hacen de la sed su único alimento.

De comprender esto poco importa
si multiplicamos el vaivén de las flores consumidas
en primavera, porque no hay nunca flor
que a su impaciencia sola, trace,
al helor del tiempo, el programa de su relumbre,
con sus profecías, dictámenes y capitulaciones.

Poco importa si dilatamos con los ojos la bruma
de junio en los cristales cansados de dedos que oprimen.

Poco importa si escuchamos al otoño tropezar
en las esquinas al divulgar sus oros prematuros.

Hay algunos días que lo mejor es quedarse
desnudos con lo que somos, aquí,
en el centro de tanta transparencia,
mirando que se estén las cosas
sin presentirlas el tacto de la araña,
sin que se sepa dónde surgió su oscuro viso,
sin que se sepa por qué camino nos llegó
la fiebre indistinta del recuerdo después
de haber dejado su huella azul en el alcohol.

Y así, desnudos, confidenciados de que el aire
retorna veloz a su pereza perdida,
en alabanza de tan buenos desterrados del sol,
es bien que no se proclame que todo es fin,
al menos antes de ser nuevamente los niños
que fuimos observando la refracción de la luz
sobre el agua o, sin saber para quién, emitiendo pájaros.



EN UNA ENTERA MIGRACIÓN



A veces, en una entera migración
cada hombre a su manera busca
el arribo de una tierra futura.

Y no va ni vuelve sino festejando
del tiempo la transparencia del mundo.

Marcha para sus lejanías huérfanas
donde poder sacar su voz a preguntar
y preguntar sobre los signos de la ausencia.

Sus ojos (¿quién le hizo tan grandes los ojos?),
sus ojos ven los muertos del desierto y escuchan
su mudez (en tiempos así hasta los ojos oyen).

Girando así apenas, y oyendo así en lo hondo,
el mismo desierto, escucha el hombre,
impaciente, el eco de sus pies ahuellar la distancia,
porque no hay tregua en la arena para competir
con el golpear rabioso de las muchas aguas sumadas
y porque sus labios incansables alargándose con sed
no sonsacan reniegos a la palabra «retorno»
cuando, sin esperar ninguna expiación prometida,
sin demorar jamás el derecho a caer
sobre su espada para rehuir al adversario,
interpela a la oscuridad de las rogativas.

Qué ojos fatigados de vadear, el desierto,
y qué dedos en exorcismo de buscar, la luz.

El hombre escapa por su vida sin mirar tras de sí,
busca esa tierra sin tormentas que asuelen,
que borren el rastro de sus pasos sobrios y tercos
que avanzan callados por el gozo de andar,
no más, sacando llamas rojas al desierto.

Es peregrino, no se queda, remonta
la hilera de pájaros que se van, que vienen
muchas veces y mucho, antes de venir,
a esta tierra que no sabe y que ama inventar.



ANECDOTARIO


I


Si el tiempo suelta su afán suicida.
Si detrás de cada paso queda un rayón
de niebla entre las calles solas
y una vitalidad de escasez y fatiga.
Si una nube pasa erigiendo
el corazón sin nombre de los pájaros
por el silencio de cálidas estaciones.
Si la avenida de farolas lleva
hacia el camino azul de los insectos absortos,
pero móviles, que escrutan
el peso exacto de las flores.
Si ya, todo instante, en su arrebato hermoso,
puede ser, cada vez, la última jugada,
entre más tarde, ahora y el pasado.
Si en el amor no hay más reflejo que el olvido.
Si el gozo es más vulnerable que el dolor,

¿cómo preparar el tamaño del sueño
sin detener esta memoria devanada que viene
de algún decreto de inclemencia del mar?


II


Si alguien busca siempre las cosas familiares
a su recuerdo sin disipar los delirios.
Si alguien va adonde van los que se pierden
sin descanso, y cómo, y a qué precio,
sin el sedimento agrícola que se levanta
en una ola de pasiones utilitarias
entre la abulia y su inocencia mayor.
Si alguien se sienta a demorar su propia sorpresa
y va y se disuelve en la llama que le ha engendrado.
Si alguien deja sonar una ventana de golpe
mientras los cristales agudos del aliento rozan
el muro de piedra y quedan temblando las cortinas.
Si alguien ve en un trozo de periódico atrasado
cómo surge de esa algarabía de palabras usadas
los pasajes de su ayer, sus miedos, sus servidumbres.
Si alguien es capaz de saber que hay
unos instantes en que la mirada es un cambio
de música oída en largas horas de nieve.
Si alguien torna llevadero el sopor añoso
de esa risa que se hiela, de una edad insoslayable,
nacida siempre en el hueco de las conversaciones,
y aguarda la muerte que sabe a pulso nutritivo
como aguarda la serpiente, sin azararse, su presa,

¡ya alguien sabe, dueño sin émulo de sus lugares,
que al entrar en la luz ya no se halla la salida!



APRENDIZAJE DE LA MIRADA


I


Mirar cómo se posa el polvo
sobre la vigilia memorable de los retratos
que refrendan, cada día,
la misma insidiosa servidumbre.
Mirar al fondo de los ojos
de un cuerpo desacariciado cómo desciñe
el aluvión de fuego de toda lastimadura.
Mirar al amor que cambia cuando llueven
pájaros dentro de la carne herida
arrastrando desmemorias, semillas de rencores.

Mirar es llenar el espacio de un esplendor sin nombre,
a fin de disponer una cantidad hechizada de sol
para fundar tantos sentimientos de lejanía
como sea preciso, siempre tan del corazón.


II


Como para cada silencio hay un mundo
de pájaros en desbandada,
para cada salto en el abismo
hay la corriente de una mirada:
flor de antigua claridad sin término
que cierra sobre la cumbre sus alas,
que aguarda los fríos, las brumas violentas,
las antiguas reciedumbres, las vencidas ansias.

Todo empieza sin ninguna duda
bajo la nieve abundante de la mirada
que ocupa el lugar de los ojos y no el que queda
entre los ojos, entre penumbras cálidas,
porque nunca, antes y ahora, en este mundo,
cada cosa, cada ser, en su inmóvil danza,
persiste en el corto momento que viven
como persiste a la embestida tórtola el águila,
en callado designio, en callada imagen,
haciendo círculos hasta alcanzarla.

Sólo el esplendor sin nombre llena el espacio.
Nada se interpone hacia su centro en que la luz es nada.

Ya la noche pone en marcha su caja de aviesos ritmos.
Ya no hay retorno de la última audacia.

Entre señales furtivas, la luz que se nos concede
queda desnuda en pequeñas nostalgias,
porque, ¿dónde sino en los ojos, convertidos
en la claridad que aniega, queda incendiada
la noche tutelar que cada uno de nosotros,
con furor, sabe al otro comunicarla?

Al final, sin rostros ni lugares intermedios,
uno, tan dócil, de todo sueño se desata,
hasta no ser nadie, solo asueto,
no más que un jeroglífico de aridez y escarcha.

Al final todos, tan efusivos, hacemos hoguera.
¿A qué, pues, preocuparse, si todo pasa,
si no hay sitio que cercar ni sendero por donde huir,
si doblamos la esquina, y ya es la noche callada?

Vivir acaso sea acercarse al mundo
y guardar el silencio de las cosas que no se alcanzan;
sea tener los sentidos atentos al viento de eternidad
que nos vence, nos sostiene y encarna;
sea deletrear vuelos hacia las estrellas
en donde se organiza la mirada.



INSCRIPCIONES EN UNA PIEDRA



Todo tiene su hora y su sitio
en esta morada desabrida.

Tiene su hora y su sitio
la voz más sola del hombre
donde naufraga el mundo
arrasado por el acuciante asedio
de tortuosas promesas de armonía.

Tiene su hora y su sitio
la fiebre azul de los amantes
en tanto se aman, en tibio lecho,
como fieras lentísimas.

Tiene su hora y su sitio
el ave que retorna con el polvo
de continentes cálidos
en sus alas aturdidas.

Tiene su hora y su sitio
la moneda necesaria
que el mendigo recoge
esculcando su escudilla.

Todo es así en el lugar preciso
y a su hora, ¿qué creías?
¿Acaso es posible poner a resguardo
el buen sabor de lo vivido
sin devolver una señal luminosa de cortesía?



TEATRO DEL SOL NEGRO



Remoto se abrió el mundo al sol negro
y el sol negro se hizo cauce precursor
al aire que se adquiere contra las ansias.

Asomado a todos los predominios,
a todas las sospechas,
el hombre —huésped amigo del dolor—
traza en la ceguera de luz
su mapa de sordas rebeliones.
A esperar nada, la recia familia
no le dejó más que una memoria sometida
por tácita herencia, de donde fructúa
las variaciones discretas de los días
y extrae de los anegados espejos
el músculo azul de la infancia,
no para ocultar en la memoria
la proporción de un sueño,
sino para brindarle una constancia a Onán.

Así sucede que pasa que acontece
que ocurre que el mundo cae
al no soportar la convivencia dura que exige
el silencio que queda después del amor.
Así, a cada hombre su deidad impacientada,
porque hace ya mucho que para siempre
no hay testimonios de largas paciencias
en tanto columbra el sol negro inquisidor
en el desierto de las alcobas esponsalicias,
y porque hace ya mucho que para siempre
se sabe con Séneca que el sol no tiene
espectadores más que cuando se eclipsa.



LA CONDICIÓN HUMANA



Han extraviado su equipaje.
Por eso exhuman espejos sin estaño
y alisan el plumaje de las piedras.
Todos, en fatal itinerario, luchan solos
por su labio calculado de experiencia
a cambio de un valor de cobre de rutina,
mientras en la sombra las ciudades se despeñan.

“Por nada, porque hace frío,
porque está oscuro, porque el agua escasea
cada vez más y la casa se quema” (1).

Fuera de alcance, respirando apenas,
inmóviles, mudos, con los ojos ofuscados,
sólo quieren que toda su infancia
suba al nivel del corazón de súbito
para seguir fabricando mariposas
o animando la flor perecedera.

Por nada, porque hace frío,
porque está oscuro, porque el agua escasea
cada vez más y la casa se quema.

Han extraviado su equipaje.
Por eso beben el brebaje espeso de años
y se demoran en una dolida urgencia.
Todos acogen en lo más profundo todo lo que arde
para no perder pie en lo blanco
porque se saben murientes a sabiendas.

Por nada, porque hace frío,
porque está oscuro, porque el agua escasea
cada vez más y la casa se quema.


(1) – Versos del poema “Todo y nada” de Vahé Godel, 
en versión al español de Alfredo Silva Estrada.



APELACIÓN AL EFÍMERO



Si todo se debe al modo de beberse el tiempo
sólo está por saber si este montón de fechas
con sus golpes ciegos, este libro de horas urgentes
como flechas negras que es la vida desde hace
ya mucho, desde siempre, es una agresión de las formas
contra los sitios familiares o una arteria
que se vacía en la noche derramando ángeles.

No te enojes, no tienes todo el tiempo para vivirte,
más no pierdas el tiempo en hacer balance
de lo que cuesta usar los corazones y los largos caminos
de otros, porque no hay nadie que compre los recuerdos
de nadie, ni nadie que se cale los zapatos de nadie
con que transitar más camino del que es posible recorrer,
ni nadie que busque voces de nadie que derramar
cuando aprieta su silencio para decir algo que no es algo,
ni nadie que anhele su parte en deseo de nadie.

Qué importa que andes enfurecido o triste
en la sorda pervivencia de las ciudades
donde —recluso de los años, huésped
de hábitos inconstantes— pierdes las plumas
de tu vuelo en los colchones de cóleras amables.

Con la lumbre furtiva que en el pecho se afana,
no poseemos para expresar los golpes ciegos
de la vida sino los sueños prestados de la infancia,
aquellos con que dimos los primeros pasos sobre el día
y ahora (después del discurrir callado de ciegas beatitudes)
nos sirven para cruzar las piedras ciegas de las calles.



MONÓLOGO DEL VIENTO



Hago dúctil la horma de los pasos
temerosos de lo que huyen,
porque, ¿quién sabe si corren o si dejan
de correr, si no más que viajeros hay
que han agotado ya todos los paisajes?

Muchas veces reemplazo mi cólera de siglos
por esas calles de dios donde la palabra
convoca la desventura con sus horas, días, años,
sin que el ojo múltiple del vino calme su sed mayor.

Muchas veces despojo a la mirada su seguridad
de perderse entre los árboles donde una vez
dejaron escrita, sin acertar ahora su sitio,
la gramática comparada del lenguaje de los pájaros.
(¿Dónde poner la mirada sino en las cosas rotas,
por descuido, sin lugar exacto, apacible?)

Muchas veces fui dentro de casa
sintiendo cómo la luz, que es voraz,
escribe su memoria desde el sueño
adelantando para todos su vaticinio.

Muchas veces vi lucir el astro negro
sobre el lado de afuera, pero, ¿qué solución
se concibe, de luz no usada, por el lado de adentro?
Ah, qué viejos de luz, los hombres van y vienen
como queriendo comprar, con el oro aciago
de cada día, plenos vestigios a la infancia.

A cuántos desplomó esa densa carga
de clandestino júbilo de hombres, a cuántos,
yendo y viniendo a sus oficios liminares
de mesa y de silencio, para, al fin, confiarse
a esa luz que llega, voraz, que gana
su límite y hace sus vencimientos.

Sólo yo —viento habitado— atravieso ciudades solas.



DE LA NOCHE Y SU TRIUNFO



Un día asistiremos obligatoriamente
a una melancolía de azucenas,
cumplida ya la cifra inalterable de los pasos,
y a partir de ahí seguiremos solos
como hombres de lóbrego mar
con el moho de algún naufragio
en sus manos infamadas.

Ahí nos reconocemos como máscaras,
como una conjunta mirada ciega
de héroes huérfanos que se ignoran
y se achispan en insensatas tabernas,
los sábados, por no tener con qué comprarnos
una isla extraña, por no encontrar
cartas y fotografías de amores pasados
tal como nos hubiera gustado poder incinerarlas.

La noche se solaza a nuestro lado
como un cóncavo silencio de cerrojos descorridos
y, ¡cómo se amolda a las horas del día!

Ahí llega, está golpeando a la puerta:
un flash de muerte en la sonrisa.

Nada quedará de todo, sino la ceniza
de diluidos imperios de vastos nombres.
Hasta nuestros rostros se desplazarán
entre los espejos peregrinos que inundan las paredes
perdiéndose en monótonas semejanzas.

Pensar que nos vamos a morir de risa de estar vivos,
que nos vamos a agonizar con las palabras
hasta que la luz pregunte por nosotros.



COMENTARIOS


I

"Yo no soy más que un árbol que se alejó del bosque,
llamado por una voz de mar profunda."

Joan Vinyoli


Frente al mar que desempolva viejas crónicas de sal,
entre las ruinas un tanto polvorientas de las ciudades,
un bosque silencioso vaga sin ruta y sin objeto.
Qué mudos pasos trae, doliente y fiel peregrino.
Por el mar quiebra albores, enciende su guardia.

¿Quién no ha oído nunca este cuento del bosque que anda
frente al mar, y se va alejando, siempre alejando,
y al principio se aterra y hace intento de huir
como huye la destemplanza de un niño sin juguetes
por el desierto circular de un país en guerra,
y luego advierte que ha retornado al origen,
a la luz de una oleada de pájaros migratorios
que son de él la memoria fiel, inderrocable,
como la memoria son del río las guijas?

¿Quién no ha visto cumplir sus días junto al mar
alguna vez, mientras el sueño tiende su emboscada?

Allá vá, va siendo, se asume a su estiaje,
no se detiene ya, está dispuesto el árbol
a rastrear, perplejo, esa huída del bosque
ante el paso de las horas que corren alegres
disolviendo sus azúcares, como queriendo
rescatar en un instante toda una vida perdida
en oir la voz del mar y su código de gaviotas.

Fiel al bosque y su correduría persiste,
porque ser fuerte es tomar las cosas de raíz
y la raíz para el bosque es el bosque mismo
que va lejos, más lejos, cada vez más lejos.

Así, hasta donde puede llegar (no importa adonde vaya)
yo soy el árbol fuerte, arraigado en los ojos del mar,
ese mar insistente que resuella a la distancia,
ese ardor angustioso, esa hoguera, esa lumbre
que derrama cráneos de pájaros sobre el horizonte
y me desnuda de amorosa hojarasca.

Mío es el sueño que se comba sobre sí mismo
y la sorpresa advirtiente, ya que nada es inútil
ahora que el clamor de mis navegaciones marcha sólo.


•••

Considero un árbol como un rumbo que se instala
abriendo su caudal sobre la senda.
Porque sólo un árbol define un paisaje
verde, luminoso, cercano, sonoro, lento,
entre cruces convenidos y ágiles
donde dar la fruta mejor o la sombra ancha.
¿Quién que es no recuerda el árbol
de sus tempranas opciones en contacto acertado
con esa enorme claridad que lo sostiene?
Porque el árbol, aunque no ande rondero
por la tierra, ¡cómo lucha por llegar a su estatura!
El árbol donde canta el pájaro porque sí
arrastrando en el pliegue de sus alas
todo el deber del bosque.

Pero aun si su efìmero armazón se delata
a merced del antojo incendiario
que primero le estuvo disponiendo,
o del temblor que sospecha ya el cercano otoño,
o, cómo no, de la tala enfurecida, árbol será
hasta que la raíz se libere en relámpago.



II


(Al leer "El lenguaje de los pájaros"
de Farid Uddin Attar)


Está muy bien que vea a través de las palabras
que se bienvienen al viento y a las inquietas estaciones.
Pero, las cosas, ¿son para ser dichas?
¿No sé que al decirlas con palabras difíciles de hallar,
la noche crece entre los labios,
y que cuando las hallo, las cosas
ya no retornan a mí de cada lejanía?

Está muy bien que vea a través de las palabras
que no transmiten el ajetreo del vivir,
pero de pronto cada palabra dictamina
obvios llamamientos, enhebra
los sonidos del mundo en nuevas acomodaciones,
y me hace volver a un lugar muchas veces,
donde las formas no arrastran oxidaciones,
a compartir toda permanencia o todo viaje,
a invocar la sal y el mercurio de los vientos
que mellan la llave de los pájaros
que se fugan o advienen sobre el exceso
de horizonte en busca de su rey,
para terminar sabiendo que no hay rey
sino reino y que todos ellos lo son.


III


"Te dicen: hay fuego en el bosque.
Vas hasta el fuego en el bosque y lo ves.
Tú eres el fuego en el bosque."

Raÿa, de Mahmudabad


Si nada arde con la luz de ayer,
si lo que veo es todo lo que encuentro,
¿quién rezonga el conjuro, hasta el albor,
de las palpitantes lentitudes del misterio?

Si bien está que se viva y que se muera,
¿quién ata largos cordajes de cordajes de alientos,
quién borra la noche del amor y del camino,
quién construye el polvo entre la luz y el cielo?

¿Quién me hizo venir de la fiesta del sol
que ultraja ciudades, templos,
e ir, con un acertijo de sombra en la sangre,
sobre la mínima altivez del hueso?

Si todo es un río que nunca acaba de pasar,
¿a dónde he de dirigirme, huérfano el gesto,
sin traer la segura llave que franquea
el paso oscuro de los días, sin fieros vientos
que hostiguen mi flor entre las ruinas,
sin resguardo con que sujetar lo abierto?

Si, aun respondiendo al desafío presuroso,
me ha de sorprender lo inmóvil sin remedio,
¿de qué me sirve poder revocar
mis palabras y escurrir señales e intentos
a través de todas las noches y de todos los fríos,
si las palabras son, en realidad, monedas de fuego?

Ocasiones me figuro que soy, de veras,
como un árbol que se escapa del incendio
en que arde todo sin quemarse,
porque, sin reducir mi vida a cánones adversos
con que celebrar la estación de las cosas perdidas,
me consta que voy a morir para vivir de nuevo.



NECESIDAD DE CUMBRE



Porque no hay injusto destino irremediable
voy y vengo con esta mano dura
que tiembla en la semilla y me posee,
reduciendo su forma a un trato con los pájaros,
y esta voz a tierra que gira y arde,
entre la montaña y la atmósfera.

Ya antes en todo tiempo esta mano temblorosa
había azotado al trigo, y esta voz,
siempre volteada como una moneda,
había sentido nostalgia por países lejanos.
¿He de escupir, ahora, la miga de mis dedos?
¿He de gastar mi voz mientras me adeuden
su reverso, el sitio donde se adivina
la longevidad del aire a ciertas horas del sol?

¡Que el mundo no sepa, tan frágil
de presagios, que lo invento con mi voz!
¡Que no sientan, las cosas,
agrupadas en anchas temperaturas,
que las defino con mis dedos!

¡No habite mis contornos el furor de los días
sino para alimentarme de un inmenso gozo,
de las montañas no abolidas!



CANTATA DE LOS AMANTES


I


Siendo resabio de la sangre que amanece
el corazón nos convoca a los acordes del día,
antes que colme la noche su ropaje suntuoso
de flores que se agostan y callan, carcomidas;
antes que el vino funesto en el borde amargo
de la mirada comience a insinuar su afán suicida.

Por una vez más, aunque nos ensombrezca
el hueso en flor de tortuosas alegrías;
aunque se libre el valor de mil olvidos
en ruleta de feroces caricias;
aunque, al bajar juntos las escaleras
que nos acercan, nos reúnen y nos fatigan,
algún dolor que fuimos extienda su aceite oscuro
sobre el mirador de la sangre o rosa removida,
por una vez más, crujen y se derrumban
los sentidos, sin que nos velen sus bellas mentiras.

¡Cómo nos regocijamos en un rumor cóncavo de llama,
cómo juntamos el polvo disperso de la muerte sabida
y reconciliamos, al tiempo que las estrellas
espolvorean su nieve dorada, nuestras cenizas!

Si tenemos en el hueco de nuestras manos juntas,
no el fulgor de la llave sobre cerradura enmohecida,
sino el futuro del sol que no ha de pasar para siempre
sobre este lugar tan abierto de tanta hora vacía,
¿quién vendrá, entonces, falso y ajeno, a cobrarnos
el adeudo inflexible de nuestra estancia vivida?


II


La noche vino por el aire de los pájaros.
La quise levantar y establecer entre mis huesos,
pero huyó despavorida abriéndome en el pecho
los seguros dientes que brotan de tus tactos.

Así está concebido que, al paso de los años,
abra a tu música –definitivo y cierto–
mis pausas de ocio, y que de los nudos abiertos
del amor salga la flecha errante de los astros.

Se funda así el lugar cada vez que nos levantamos
para sufrir la jornada entre el día y los sueños,
de donde, con el alma sola que nos queda, ya sin nervios,
queda lejos esa época en que fuimos tú y yo, sin ambos.

Desde todo, desde el centro en donde hemos llegado
nos consta que crece a nuestra medida el tiempo
porque con la mitad de una flor inventamos
el paraíso, y porque perdimos la gloria al perder el silencio.


III


No sé cómo llamarte para que me respondas.
Pasas con tu gran luz sin cuerpo en tanto cuerpo
como pronta abeja hacia el panal oculto,
como un río que transcurre para que siempre lo posean.

No sé cómo llamarte, con nombre de qué cosa,
hasta alcanzar, ya ruinosa la noche,
la altura de los astros que nos permanecen.

Alzo los ojos. Veo el cielo sin cielo de la ciudad,
donde cada uno con su soledad de pródigo,
en el envés oculto de la penuria,
contempla la imagen deseada de sí mismo.

Pero hoy que mis ojos recuerdan la importancia
de los pájaros, la forma en que siguiéndolos
el aire deja de ser un extremo de la tierra,
sigo sin saber cómo llamarte,
como a qué bosque escondido,
donde una vez y ahora coinciden,
donde el espacio último se ha quedado,
pleno, erguido, sobre ruinas circulares.
¿Quién sabe si no será una fantasía?

Ya no más me preguntes cómo pasa el tiempo.
Otro día al morir dejaré, sin sorpresas,
tu nombre en otro cuerpo mendigo de pasos
que conozca cómo lo que queda desaparece
y lo que fluye está ahora aquí mismo.



IV


Perseguidos del sol que arde el camino,
afrentamos los cuerpos cada día en los cuartos
más dudosos, para desplegar la ceniza memorable
que en el mundo son los que se aman.

Las grietas de los muebles se llenan de horas antiguas,
mas sólo aquel fuego que convoca al fuego no duerme.

De aquí, de este lugar gozado a mares
en donde nos vemos salir y entrar a la luz
como aire que a otro aire sube,
¿quién nos va a sacar?

Vamos, ven, vamos a entrar en nuestro lugar,
cumplirlo, antes de que llegue la noche
con su despoblación,
ahora que todos los sonidos han cesado.
¿No oyes que todos los sonidos han cesado?



INFORME PARA INADVERTIDOS

"Si mi tiempo me contradice,
lo dejo pasar tranquilamente.
Yo vengo de otro tiempo
y espero ir a otro."

Franz Grillparzer


Si mi tiempo me contradice
con su amarga canción, declaro
que, en misión de confines,
contra mil vientos aciagos,
vengo de todos los caminos del mundo
y de todos los fuegos explorados.

La luz fuera de quicios
conflagra mis murallas, en tanto
todo se me va dando inútil
y ajeno, muriendo de ordinario,
pues morir no puedo otro día
por más que los hacedores de calendarios
me acosen, afilando sus dientes
en mi pan tierno y ácimo.

¿Qué más puedo decir...?
Sólo me quedo, sólo y desmemoriado.
¿Qué puedo ya decirte si, venciendo mi sed,
ya quema tu vino en mi vaso?

No quiero hablar de la muerte,
porque para serte franco
no abandono el mundo por el mundo,
sino que vengo con tus pasos,
ya míos, de una presencia creciente
corriendo tras el hallazgo,
y no del polvo fugitivo u ocioso
ni del sol que enciende lo soñado.





(NOTA de Contraportada)

El poeta venezolano Juan Liscano dijo que “sus poemas no responden a la enfermedad del actualismo, de la inmediatez, de lo ´pop´y ´beat´. Su poesía de encierros líricos y llaves de nostalgia tiene rica sonoridad interior. Reacciona con un lenguaje imaginístico y metafórico contra el realismo de la cotidianeidad tan de moda por influencia de la poesía norteamericana, la cual ha perdido el misterio de la palabra poética trascendente y simbólica.”

Estancia de los Detenimientos




Estancia de los Detenimientos

(1988-1989)

(Publicado en Editorial Playor, Madrid 1990)


Prólogo

EL JÚBILO DOLOROSO Y DIFÍCIL DE LA ESCRITURA

En “Sueños de Occam” el narrador Alejandro Rossi pregunta: “¿No es una gloria completar un movimiento? ¿No es una gloria volver al centro del cuarto sabiendo que es imposible haber hecho más? ¿No es una gloria prepararse, sin angustias, a rendir cuentas?”
Antonio José Trigo en su “Estancia de los detenimientos” trabaja, con júbilo, dos espacios: el de la cerrada habitación y el del arco exterior, celeste, cuya parte visible podrían ser las palabras con que se hacen los poemas de este hermoso libro (sin rendir cuentas, sin angustia) y cuya parte no visible podría ser la forja trascendente que conforma el aura de sus poemas.
Y por igual, nuestro poeta, complementando y completando el júbilo doloroso y difícil de la escritura, abarca la tradición de su milenaria Andalucía árabe (punto de partida) y el rostro aún no visible de la modernidad, cuyo lenguaje se entrevera a la tradición; una tradición no detenida sino viva; y que precisamente en estos poemas, en sucesión, se entrecruza, vivificadoramente, con lo nuevo, lo actual, reuniendo, completando el arco, fundiendo visibilidad y no visibilidad, en evocadoras estructuras, en suavizadas escenas del Espíritu, aromáticas estancias del ser que se busca cantando y que alrededor de su propio eje circula, no narcisísticamente, sino para orear el alma, dejando que trasude sus reminiscencias, de tradición y novedad.
Poemas que parten de la comunidad, comunican, y desde sus propios flejes en reverberación, crean comunión: la del individuo (poeta) entrañado en su comunidad; la de la comunidad (poesía) entrañada en la totalidad (historia, cosmos, destino). Y con ellos, “Todo queda iniciado. El fin huye”, que es un modo nuevo, un modo fuerte de decir lo viejo, y categórico: ha de haber una iniciación (y nada mejor para ello que la soledad de la estancia) y desde ésta, luego de los recuentos, ha de haber un detenimiento (armonía) que nos revele que no era el fin la esencia de la búsqueda sino, sencillamente, la necesidad de oír, celestial y detenidamente, “la secreta conversación / del agua sin el agua, de la rosa sin la rosa, / del aire sin el aire, para ganar mi certeza”. Revelación zen (satori), sencillez absoluta, sumaria, pero no simplificación. La rosa inmortal y esencial de Rilke ha sido renovada.
Bécquer, centro moderno de la tradición andaluza, española, universal de que participa Antonio José Trigo, ha sido renovado: (Bécquer: “Saeta que voladora / cruza, arrojada al azar, / sin adivinarse dónde / temblando se clavará” — Rima II); (Antonio José Trigo: “Cruza la flecha el fondo avaro del espacio”): el puente entre ambos es claro. Hay destino pero no un destino; hay pulso y lanzamiento pero no blanco ni objetivo (muchos menos, aspiración a una diana de recompensas, triunfos, vanaglorias). O dicho de otro modo, de nuevo recurriendo a las palabras del poeta Trigo: “como el vino es el discurso de la copa” que es un modo nuevo, tradicional, de decir que en esta estancia lo detenido (copa) y lo incontenible (discurso) se cruzan en quietud, se estabilizan en movimiento perpetuo, poético, en un vino que puede reposar y alcanzar forma, una forma, en su contenido, o puede derramarse o ser derramado para el júbilo del cuerpo, del espíritu lector.

José Kozer
New York, 1989.



“No soy más que un vulgar trocito de arcilla,
pero me he asociado con una rosa”,
dijo Saadi de Shiraz traspasando
el borroso dibujo que era,
así, no más que un dibujo borroso
de impropicias circunstancias,
como diciendo: ya ves, siempre habrá luz,
oro confabulado, razón de eternidad,
bajo el arco de la rosa
para andar en hueso y alma.



I

El tiempo aquel sin horas
en el estar sin ser de los relojes,
en esa concordancia azul
que viene de muchos siglos,
abre surcos de inciertas navegaciones,
hace brotar incesantemente
de su sucesión oscura
el ímpetu de la llama
hacia el abierto corazón de los pájaros.

Se hace ala la fiesta alrededor
y entramos de pronto en lo distante
como en un sendero de bosque
que, al no tener huellas,
desimanta el vaciado
del viento, la nube y el ave.

Un rayo lava el agua del río
que ya no vuelve y no protege;
tiempo ardido de no estar y de perder
la ávida furia que corona la corriente.

Así, sin llegar a donde estoy,
la noche se me va por lo amado
y abre brecha en la mañana,
de donde no me queda más que esperar
el arco, el límite, el cielo,
en este lugar sin lugar del poema,
lugar de mis reinos, de mis ruinas,
porque en la estancia a lo más a que se llega
es a no poder llegar, en cuyo secreto:
el sonido del sol trabaja la flor del agua
transcribiendo su salmo de infinito.



II

Hiende el aire nocturno
choque de espadas gentilicias
disolviendo para siempre
la humedad de los orígenes,
la marcha del bosque,
proporción de atmósfera.

El agua mana, asedio cantarino,
mientras los espejos eyaculan
la oculta geometría de las cosas.

Círculos excéntricos
de insaciable llama
vierten libación tornadiza
azumbre a azumbre.
Complementarias inexistencias
que han de aliviar lejanos océanos,
mientras los tiernos orígenes de tus ojos,
como viejas islas, lanzan señales
a donde la noche nunca llega,
y se curva y arde el arco
de tus innombrables dichas transitorias.

Ya no hay reposo para mí en tu búsqueda,
atravesando tu estancia predilecta
entre la delgadez helada de los recuerdos
que respira, ondula, áureos estandartes,
y el encierro de la forma, siempre ardida,
que asume el hueso estricto
de la desubicación, la inflorescencia.



III

En la estancia de los detenimientos,
donde cabe pedir la sustancia de los soles,
la música del agua, la caridad del aire,
sé que todo en mí vive, más adentro aún,
en rescoldo, en voraz relámpago
por el cuadrante absorto de las tormentas.

Ya transcurre el diamante roto de la fiebre
rasgando el espejo desierto de la nula androginia,
salpicando con agua de luna
el corazón quemado de los pájaros,
quiera tu voluntad que pueda ser
tu codificación de toda transparencia
para hermanar los corazones de los árboles
y ponerle alas de dragón al azogue del instinto.

Déjame, amor mío, ser tu ceniza.



IV

Alcabalero de tus cien puertas inconclusas
por las que dejo de ser aprendiz de música,
te pierdo y te encuentro en el orden expreso de la noche,
mientras tu voz retuerce la envoltura
de subterráneas acomodaciones,
y tu mirada mide la caída de las estrellas.

La noche vacía tus ojos
como el frío del cierzo cercena
los ojos de las águilas,
y los cubre de música de avispas.

(Hay el esqueleto del aire solo
corriendo por su marfil el latido de la tierra)

Esta noche no estoy para nadie,
salvo para la primer visita
que a la mañana hace el sol,
como el vino es el discurso de la copa
o por lo menos el de la transparencia.



V

Me llevas hasta donde nos e llega
sin antes salir de todo equívoco prolongado,
flecha cautiva, habiéndome herido,
estableciendo en tu nombre, el aire,
que esgrima en el espacio inmóvil
su tensión cumplida —fulgor sacramentario—
como un vino signado en mil copas frágiles,
mientras, en feraz llanura, los pájaros
se desploman —semillas de alas—,
de la raíz ahondada al alto y semoviente nuberío.

Cruza la flecha el fondo avaro del espacio
donde, pasado el puente de las dudas,
se proyecta enseñanza de amor,
arrebatadora temperatura de jardines
abriéndole a la luna su pulmón muerto.

Me llevas hasta donde tu reverso mudo
solemniza laberinto fundado,
en este lugar sin lugar de la configuración
en el que la ágil luz de los astros
se borra en mil montañas, en diez mil senderos.

Tu luz enarca el zodíaco de la noche
y tu voz quiere ser una sola palabra;
esa palabra piadosa aprendida desde muy niño
que atestigua convenientes mordazas;
con que nada se dice y lo contiene todo,
mientras se deslizan los nombres
de todos los dioses no sabidos,
los nombres que, en probabilidades contenidas,
nos sirven todavía desde muy lejos.

Más allá de tu voz un ilusorio sistema
de historias inescrutables de países y climas,
de inusuales abecedarios transcritos
en idiomas milenarios, incubre y trasciende
el latido de mis amargas reliquias.

Me llevas hasta donde no se llega,
donde escribir un poema no significa nada,
donde dejar la perversa costumbre de nombrar
prestidigitando indecibles providencias
es tender la mano abierta al don oscuro,
aunque prefiero ser por la palabra,
contra el verso conquistado
que ya circula por fuera,
pues solo se conoce lo que se ama,
y si sólo se ama la rosa,
debe esmerarse tan sólo en su cultivo.



VI

Desprendido de hogar, sin saber de ninguna tregua,
llamo a tus puertas inconclusas
tras las cuales el agua pasa,
igual rumor, sin poder ver el paisaje,
y siempre junto a ella, el único impulso,
el fulgor callado, enérgico, del hombre solo.

Todo tiene su secuencia y su término,
que es sentirse, el que mira, ahora adentro,
ante algo que viene del principio o del fin del aire,
donde no hay lugar al dejamiento.

Tal vez es esto lo importante.
queda para siempre, como la rosa,
aquello para lo cual una vida no basta.



VII

Entre el sol de entonces y el de ahora
nada muere, no hay límites.
Al cabo se vive y preguntando en suma;
vidriando esta dolencia inconstante de fantasías,
reciennaciente del tenaz ultrafirmamento.

Con un vacío sin sol en la mirada
lanzamos venablos inútiles
contra el lomo de la noche.

No hay razón más honda que nos venza:
devenir gozosa la mirada hasta dentro,
donde la lumbre sacudida, a contratierra,
aparta de sí la urgencia de su ahilamiento
buscando a cada instante, confiando su certeza,
a la libre circunvalación del sueño.



VIII

Se cifra la noche en la aritmética del fuego
mientras el mar derrama soles:
figuración y fuga
de una incisiva vegetación de alas.
El mar o agua de pájaro contra la roca.

En cada palpitación
un río de llama alza su geografía
y en el ocultamiento de las cosas
el crepúsculo nos muestra sus ciclópeas carnaduras.

En la cárcel lóbrega de la espuma
mi cruz y raya de navegante
en señal de desafío
inquiere la forma del agua
que acrecienta al espacio
de incógnitos estigmas,
y allá en el fondo de tu embocadura,
en la cámara de audiencia del mar,
un imperio tras otro se derrumba
en la atmósfera innumerada de mis naufragios.



IX

Viniendo voy de tu huída,
abrumando la forma, el color, el límite,
esgrimiendo flechas emboscadas.

El espejo se queda, entre los dos, vaciado,
absorbiéndonos en la encarnación del reflejo,
en ese arrobamiento que nombran alma,
más, ¿qué luz, siempre en la danza, nos advierte?,
¿qué cielo en supuesta rama columbra
y riega de estrellas la sangre?

Vuelve el águila sagrada de lo calmo
bajo la tutela del mar que entalla
la vigilia imposeída del sol,
cicatrizando la quemadura del aire,
colgando de las horas vanas,
entre piedra y vuelo, hasta el confín,
donde ruedan términos de lejanía.

Viniendo voy de tu huída,
pues todo es ir sin volver,
demorado vitral de las últimas nostalgias
que estridulan las pupilas de los pájaros,
pues que vives aguardando mi partida.



X

Tras el cerco inaugural de tus incendios
duermen los climas y los mares.

Caído el cielo, huyes por los jardines
suscitando fuentes, donde el corazón
antigravitatorio de la rosa
—lento son de pájaros huidos—
crece desde el fondo de tus ojos.



XI

En el agua ardida de la noche
enarbolas el pulso de mis fingidas muertes,
idéntica en tu luz al sol primero,
mas, siempre queda la otra incertidumbre;
este ciego ver que no se ve que se ve
y se gana lo que se pierde;
este monótono saber que no queda nada
de tanto ardor y tanto sufrimiento
mientras la caída final del astro de los pájaros
se suma en la distancia
para no ser más errabunda materia
entre la granada deshecha del fervor
y la invalidez de todas las consistencias.



XII

Siendo ahora el río donde todos pasan
está escrita en tus orillas
la epopeya de mi sed incalmada.

Siendo ahora el río donde todos llegan
tu voz sostiene un momento de luz
y se afana en verberar las arboledas.

Agua, y agua, y agua, y agua…
aguardando el retorno de las aves.

Agua aterida buscando, bajo diversas lunas,
su reforestación de mil soles.

Siendo ahora la noche donde todos quedan,
tu piel de arena la mar ensalma.



XIII

(Leyendo el Mathnawi de Jalâl al-Din Rûmi)


(Los crepúsculos ocultos en las auroras,
y las auroras preñadas de crepúsculos)

Miro al fondo de tu mecánica celeste
invalidando los veneros que mueven
la piedra de molino del universo,
reclamando tus aerolitos, tus lúnulas.
Así, perdido en la ciencia que te nombra,
tenso en silencio, en indefensión,
el arco de los sentidos que te saben,
y en pos de la muerte con que me matas voy
como una nube por los caminos, desuncida,
a ras de horas de los pájaros,
va a ninguna parte a perderse siempre.

Todo es hueco, danza helicoide,
más allá de las hogueras furtivas
donde el peso de tu imagen disparada
mella el filo del viento y de la nieve.



XIV

Dardos de jazmín marcan todas las horas,
mientras los pájaros sin geografía
me dictan la lectura de silencios
y el musgo de la arboleda
lo propio de su sueño milenario de islas.

Rumbea la nostalgia, en manantial feliz,
frangible el pulso que me veda el mundo,
y despunta otra hora que no es
donde el vino del ardor se escancia.

¿La imagen, no existe…?
Sólo verbo, gracia y pájaro.

Germinación de vuelo, me queda a guardar
sólo el centro dehiscente, volcando mi ceniza,
pues sólo soy la paráfrasis de tu nombre olvidado.



XV

Como la sed le pide al agua
su efigie de materia solar,
voy por el camino de ti,
cendal de niebla contra el olvido.
Hacia ti, cumplida la llama,
hasta alcanzar el grado de lo subsistente.
Hacia ti voy, hasta conciliar el pulso
de mi corazón durante un año
con la hermenéutica de tus dones
que el ala suspensa consiente
contra la raíz requebrada de la sangre.

Siempre yendo hacia ti, conculcando fuego,
saltando todas las consistencias,
pitagorizando mi ser en arboladuras breves,
ya me acreces o me niegas
dentro de la estancia segura
donde la hora tiembla y cae,
como el agua le pide al agua
con un murmullo lento sobre quieto estanque.



XVI

Contemplo mi caída,
este caer sin llegar
proyectado desde adentro
que me conduce del silencio
a la nieve y de la nieve al vislumbre.

Cada ala precede al renuevo,
simula luz hendida
entre el sonido y la piedra,
entre la claridad inmóvil
que incinera su término
y el árbol impune de mis venas
que sostiene su minuto de aire.

La sombra de ser hombre
se queda sin atmósfera
en su empeño de inmaterializarse.

De pronto se oye latir
el fondo mismo del eco
—lo que la nieve hace oír,
la nieve sobre la nieve—,
trayendo a mi memoria
no sé qué desolada tortura,
y la danza del fuego
arrasa brumas,
y el agua escapa de su forma
al margen del peso de cada caricia,
y el movimiento desemboca
en el acto mudo e inerme
donde se afirma —don de llama—,
en noble ceniza de pájaros,
esta mi muerte.



XVII

Echo por dentro la llave, fervorosamente,
y me pongo a escribir, a descifrar
el eco atroz del idioma, cuando es la noche
noche de la noche que me pierde;
cuando, sin pie, sin ala, ya descansado
de todos los caminos andados
en la zozobra, en el exilio,
hallo mi ley conculcada
a la hora final del aire y del día
y vivo un poco con mi propia muerte.

El peso de la tinta soporta crimen estéril,
promete arroyos entre la lira y el acero.
Así fluye el dardo tenaz de la escritura,
manantial de retorno a su vocación de nieve.
Fluyen las palabras o máscaras bien adheridas
afianzando su velo, o disipándolo;
memorias fugitivas que no se detienen ni se demoran
derogando las leyes del horizonte,
recorriendo la forma de mi fervor caedizo.
Ah caridad del silencio junto a tantas fingidas muertes.

Sólo queda en paz, al reverso de las horas,
la rosa girante del poema interdicto
en el fondo avaro del silencio,
para no ser ya más leído, no negado.

Entonces la maniobra abierta del instante
expresa de pronto todo lo que es preciso oír
hasta llegar al páramo, en fértil consunción,
en continencia de pájaro huyente,
donde redimir nostalgias con sabia desventura,
donde imprimir otro vértigo a luz más cierta.

Nada quieras, pues, saber de mi pasado
porque siempre ocurre lo que es de esperar
cuando todo lo que se aleja vuelve a su ternura.

No hay hechos memorables, sucesivos.
Lo que se vio una vez se vuelve a ver igual,
aunque en distinto grado.
Es más, del jardín la rosa no se forma dos veces.

Aquí me quedo, aquí me quedo,
donde duermen las cosas, sus ecos, sus lugares,
sin saber cómo llamarte para vivirte
porque el encontrarte se te pierde con saberte.



XVIII

Circula por la estancia de los detenimientos
llena de lámparas abatidas y muebles enfundados
el sueño perdiendo su derrota.

Es como si nunca hubiésemos estado aquí,
donde las palabras como incendios
se llenan de día o de noche
devanando las horas de otros tiempos.

Ya nosotros dos, sin ambos,
contra el derrumbe de la historia,
en el acto de conocer,
y con el don de nombrar,
de esculpir en fuego,
¿quién nos buscará por donde no hemos ido?



XIX

Abriendo otros caminos a la noche
siempre veré todos los tiempos
como un solo día, que dura y pasa,
porque siempre reobra el cilicio
la umbrosa reciedumbre del clavel
y se cierne para el vértigo
el arco de tu propia resonancia.

Todo queda iniciado. El fin huye,
a medio hacer la secreta conversación
del agua sin el agua, de la rosa sin la rosa,
del aire sin el aire, para ganar mi certeza,
para escuchar un pensamiento compartido,
para confiar en el mañana, voluntad de amor,
y en tus ojos, firmes en lo que sueñan.

Es ahora la hora de cerrar el libro para siempre
—veredicto de la primera página—
porque tal vez es la palabra lo que sobra,
porque todo es siempre en la noche vindicativa
ya que nunca es ni antes ni ahora nunca.
Al fin y al cabo, el fuego que nos acerca nos separa.