31/10/09

La Cuerda del Arco, revista de poesía (nº 1, 2, 3 y 4)

Si se dobla un palo y se ata con una cuerda que no le permita enderezarse, la cuerda lleva en sí la energía del palo doblado. Así, la tensión de la cuerda en relación con la energía engendrada por la torsión del arco, constituye la unidad de dos contrarios en una totalidad. Este equilibrio dinámico es otra manera de expresar la dualidad que, a nuestro entender, anima a todo quehacer poético, como recurso a la duración interna, que escapa al acontecimiento, y que, por tanto, ennoblece, a través de los signos que la componen, al ser efímeros que somos.


CA-1

LA CUERDA DEL ARCO, revista de poesía, nº 1 (marzo 1988)

Director: Antonio José Trigo
Secretaria de redacción: Victoria Chacón
Diseño gráfico: ajt
Dibujos: Pedro Molina


SUMARIO:

- Juan Cervera: “Sextinas del amor intocado”
- José Antonio Jiménez: “Los poemas del río”
- Humberto Senegal : “Haikús”


CA-2

LA CUERDA DEL ARCO, revista de poesía, nº 2 (mayo 1988)

Director: Antonio José Trigo
Secretaria de redacción: Victoria Chacón
Diseño gráfico: ajt
Dibujos: Jesús Morillo


SUMARIO:

- Francisco Basallote: “Breve calendario en Piscis”
- Francisco José Cruz Pérez: “Poemas”
- Agustín María García López: “Teorías”
- Manuel Jurado: “Nueve poemas atlánticos”
- José Antonio Moreno Jurado: “Variaciones sobre un mar en otoño”

EDITORIAL:

(Notas para una CONSOLACIÓN DE LOS POETAS O BUFONES ASEDIADOS)

“Tan sorda queja tiene la soledad como el desierto” (Góngora)

Hay que sentir cada vez más la solidaridad directamente humana y terrenal, cotidianamente profunda y conmovedora, actuando en el pensamiento y sentir la burla por lo gregario humano, el desprecio ante la lógica, no ya como el que constantemente pule sus perfiles —las vaguedades que se van por los caminos del reflejo— sobre su ser de secreciones, con ese vago anhelo de conocerse y ser ante el espejo de control y de advertencias, atenuado de bruma crepuscular, envuelto en velos primiciales, en paisajes desteñidos, tras el miedo que incorpora su fantasma en la sombra, sino como aquél cuya luz interior se labra ásperamente, concretando su desvelo, doliéndose del despredimiento, lejos de la tiranía de lo accesorio y de la domesticidad de la rutina, avivando un dulce brote de ansiedad frecuente, descifrando los signos y transmitiendo sus señales, como llevado pájaro sin sueño, donde se le advierte en sus ausencias y en sus urgencias.

Quizá sea esta actitud, a la orilla del acontecer, una expresión heroica de quien sabe que está determinado y obedece toda imprudencia viva, no quedándole más remedio que meditar sobre la eternidad para aplacar el rencor de su espíritu: defendiendo no lo curioso, sino lo frenético, con corazón salobre y vagabundo; perdiéndose hacia arriba en una sublimación sobre el vacío, hasta encontrar el ámbar de la noche, que está pero no se supone dónde.

De hecho, como bien dijo Nietzsche, “lo sublime no es sino la subyugación artística sobre lo terrible”, que siempre anega, haciendo sombra de música, guardando una semilla negra de agostamiento.

Es la convulsión de negaciones, de tinieblas blancas; el desconcierto lírico, como base, y la pureza íntima como fin, con tal de “apreciar sin vértigo la extensión de su inocencia” (Rimbaud); de recobrar el equilibrio difícil —gravitación del vértigo— que uno pierde cuando se posa en la ruta de las cosas y las mayorías…, donde brotan los pasatismos y vanguardismo aleatorios.

Ese equilibrio que une lo visto y lo adivinado en una sensitiva imprecisión, ambos en distracción y riesgos, desde los pequeños círculos íntimos hasta su proyección en grandes horizontes.

Esa difícil unidad entre el ser y el espacio, soledad y desierto, cuyo sentido está creado con la sustancia de una ansiedad lejana, haciéndose legítima la calidad de la queja sorda.


Antonio José Trigo


CA-3

LA CUERDA DEL ARCO, revista de poesía, nº 3 (octubre 1988)

Director: Antonio José Trigo
Secretaria de redacción: Victoria Chacón
Diseño gráfico: ajt
Dibujos: Pepe Pons


SUMARIO:

- Juan Bautista Villaseca: “Poemas”
- Miguel Angel Zapata: “Poemas”
- Denise Levetov: “Muertes “(de su libro: “La escala de Jacob”)
(Traducción: José Kozer)
- Antonio Rodríguez Jiménez: “El rostro mentiroso”
- Juan Cervera: “Haikús”


INTRODUCCIÓN DE ENCARGO:

Pose nº 1

Como dice Sócrates en el “Fedón” platónico, el poeta “debe tratar en sus poemas mitos y no razonamientos·”. De ahí que el propósito de la poesía no sea el de “hacerse entender”, sino el jugar ancestralmente en la simbología. Para ello hay que poblarla de actos t de movimientos, aunque sean variaciones sobre un mismo movimiento primario, que necesitan de un lenguaje de ideación, esto es, una expresión elíptica que guarde significados implícitos y en parte inexpresables, donde toda traslación fantástica se deshaga en lo óntico. Es por ello, precisamente, que Platón no quiso desterrar a los poetas, sino que vino a decir, más o menos, lo siguiente: “El mejor homenaje que se puede hacer a los poetas es desprenderse de ellos”.


Pose nº 2

Hasta el momento, pues, los poetas no están obligados “constitucionalmente” a guardar silencio, aunque socialmente no tengan ningún significado, estén dejados a su arbitrio, sin poder escapar a la maldición de estar condenados a ser, “malgre lui-même”, poetas.


Pose nº 3

La poesía todavía no se ha perdido en la noche de los tiempos, pese a tantas hondas y agudas sentencias poéticas con “acopio de estética”. La poesía como un medio para un fin, no como un fin en sí misma, con tal de buscar y solicitar el ser bajo sus mascaradas y sus gesticulaciones; de desenmohecer todas las pretensiones o todas las alienaciones.


Pose nº 4

La poesía como comentario “metafísico” al desencuentro del hombre con la realidad, a cuya dimensión ha de salir a desnudar su alma.


Pose nº 5

En definitiva, en una época como ésta en la que la poesía se hace lectura ocasional y poco transitada; en la que el divorcio entre producción poética y público está determinando una actitud defensiva por parte de los poetas, porque al final de cuentas, nadie quiere que escribas, ¿qué más da que no sea comunicadora, que no pertenezca a la vorágine de lo cotitiano?


Pose nº 6

Para expresarlo con fraseología wittgensteiniana, la poesía es más para ser “mostrada” que no para ser “dicha”. ¡Escribir o callar-morir para siempre!


Juan de Rosas Palacio


[Este nº 3 de LA CUERDA DEL ARCO iba acompañado de la Separata nº 2 (octubre 1988), así como de una hoja a modo de prospecto de medicamentos, que a continuación acompañamos.]


prospecto



CA-4



LA CUERDA DEL ARCO, revista de poesía, nº 4 (septiembre 1990)

Dirección de edición & Proyecto gráfico: Antonio José Trigo
Comité editorial: Floriano Martins (Brasil); Miguel Angel Zapata, José Kozer, Gonzalo Rojas (USA); Amadeu Baptista, Vergilio Alberto Vieira (Portugal); Enrique Verástegui (Perú); Samuel Tarsicio Valencia, Humberto Senegal, Carlos Enrique Ruiz (Colombia); Juan Cervera , Librado Basilio (México); José Luis Zerón, José Manuel Ramón, Agustín maría García López (España); Reynaldo Jiménez, Víctor Redondo, Alberto Luis Ponzo (Argentina); Marcel Hennart (Bélgica).
Artista plástico invitado: Alberto Blanco.


SUMARIO:

- Jorge García Usta: “Libro de las Crónicas”
- Enrique Verástegui: “Ángelus Novus”
- José Kozer: “Carece de Causa”
- Rei Berroa: “Libro de los Fragmentos”
- Armando Romero: Las Combinaciones debidas”
- Roberto Picciotto: “Hasta el Solsticio”
- Juan Manuel Roca: “País Secreto”



“Lo que dicen las palabras no dura. Duran las palabras. Porque las palabras son siempre las mismas y lo que dicen no es nunca lo mismo”. (Antonio Porchia)


¿De qué hablamos cuando hablamos de poesía?

Aunque no creemos que la poesía mueva o conmueva mucho a nadie hoy día, no podemos dejar de demostrar una bondad de aprehender las sutiles antenas del acto poético, aun cuando quien entra en el espacio poético supone debe encontrar medidas ideales, pero pronto se desengaña y se da cuenta que aquí, como en otros ámbitos, también rigen los intereses triviales.

A este respecto, como cree Cioran: “los poetas, salvo pocas excepciones, son juntamente verdugos y mártires de la palabra”.

Mala época, pues, para la poesía, y albricias para los ciudadanos que escriben poesía, obligados ellos mismos a agruparse en unidades de fácil contabilización, resultándoles difícil involucrarse en el mundo. Pero lo peor de todo es que el poeta apenas escucha al poeta, cuando todos escribimos, por principio, al dictado de otros, perdidos en versiones, recreaciones, interpretaciones de un mismo tema, paralelismos intencionados, afinidades expresas, etc.

Pese a todo, ello no evita se haga saber nuestro particular compendio de afirmaciones, pues tal como suceden los tiempos, no hay más remedio que invocar “una idea de hombre” ante toda acción, todo proyecto, expresando —¿cómo no?— una reacción personal y una declaración de principios. Vamos, que hay que aparecer en público como individuo, y no como representante de tal o cual camarilla que se aclama recíprocamente. Por ello, de entrada, ¡ya!, hay que pedir perdón por no satisfacer a aquellos que se sumergen en las revistas literarias en busca de algún que otro placer de la ambigüedad culturalista, porque no debe tolerarse ningún grado de decadencia, todo lo contrario, hay que estimar el diletantismo, la clarividencia, la sensibilidad para el juego poético, venciendo con furia y sin consuelo, pudores pacatos, infantilismos y localismos.

Antes, al poeta se le exigía un compromiso político; ahora le piden que enuncie un “proyecto literario”. En este sentido, hoy se suele preguntar a los poetas: ¿con qué proyecto, desde dónde escriben?, los cuales suelen responder remitiendo a las antologías redituables que establecen unas relaciones competitivas y frígidas, como queriendo decir: “Sé que soy poeta, y bueno, lo siento; que es el mayor conocimiento sentir”, sin darse cuenta de que “cuantos más unidos, más solos”, que solía decir Juan Salvat-Papasseit.

Al igual que los seguros de vida dotan al hombre de una envidiable autoestima (aunque lógicamente se hagan por todo lo contrario), parecido es, en poesía, el recurso a las antologías. Porque la gama de coberturas que ofrece tener una póliza de credibilidad antologable, cubre cualquiera de los múltiples riesgos —personales o patrimoniales— que pueden acontecer.

Así, pues, si usted, lector, es poeta y quiere sentirse plenamente seguro de su autoestima, acuda a una antología de confianza, toque el ombligo del crítico potentado, avieso en jurados de concursos poéticos, que te seleccione y te amplifique por medio de dispositivos adecuados, y no se deje amedrentar por el terror a la página en negro. Todo ello te inducirá a andar por mil recovecos, a sospechar el tomar sitio en la subasta de los poetas que a otros poetas se les venden y se les entregan incondicionalmente, con tal de que el rumor halagador se transforme en canto de apoteosis entre colegas y correligionarios. No temas, de esta manera no se te caerán de las alforjas de los bastimentos parnasianos aquellos compromisos de dedicación de la vida a elevados propósitos que un días hiciste y, además, podrás hablar, buscar y dudar sin exponerte demasiado al desprecio o al insulto.

Como en todas las levas artísticas, en el ámbito poético hay de todo. Poetas paniaguados o víctimas. Poetas clandestinos o declarados. Poetas autonómicos o municipales. No obstante haber poetas virtuosos y austeros que viven retirados y huyen de las distracciones y concurrencias, hoy lo que existen son asociaciones, más o menos tácitas, de poetas frecuentadores de “parties” mundanos, teorizadores en simposios culturales de variada vitola (por aquello del intelectual integrado), poetas “brokers” de variadas fiducias, para quienes cuando se tercia, se discute, pero sin ser indulgentes y fraternos. Unos y otros se miran de soslayo, se vigilan y se espían. Ordenan sus estados de gracia. Enseñan incongruamente sus manifestaciones de intemperancia, estupro y crápula. Con toda su falsa sublimidad y su trascendencia, la tendencia general de la poesía que hoy se escribe en este país, se basa en la creencia de que el amor es un exceso de realidad, lo cual sopesan con un exceso de intelectualismo y con una continua proliferación del discurso.

Por nuestra parte, frente a dicho estado de pesantez intelectualista en la poesía actual, de quienes, con dedos grasientos, creen que son poetas porque escriben en una lengua culta, que habla y piensa por ellos, sólo podemos oponer la sencillez intuitiva y la contención, e impugnar que entre la tierra y el cielo hay más ritmos de los que sueñan los poetas, aunque ya se sabe que la única filosofía que vale es la que expresa la poesía, con turbación y estremecimiento.

La poesía comienza siendo un acto solitario, e implica la ruptura con todos los lugares comunes, de ahí que las conferencias, simposios, encuentros, antologías, enumeraciones, índices, roles, elencos, inventarios, repertorios, censos,…, donde se habla mucho de poesía sin incidir directamente en las cuestiones que deberían tratarse, destruyen la grandeza del mester. Si a esto añadimos que el público asistente a los actos de poesía no exige mucho tiempo para otorgar su reconocimiento, ya está todo previsto. Es en dichos actos donde tales prebostes o intendentes de la poesía asalariada apuestan por una poesía que constantemente ensaya una despedida, aparte la farsa y el arrobamiento histérico, menopáusico, de ciertas tonterías.

Por doquier los poetas levantan tinglado ceremonial para jalear, loar, ensalzar, lo cual resulta la peor de las formas en que un poeta puede comunicarse. Sin duda, los poetas lo hacen porque es lo más fácil, les cuesta menos trabajo que escribir un poema enterizo. Hablar de poesía cuesta muy poco y exige poco trabajo; además es sumamente útil y barato ya que es fuente de fácil información para los medios de comunicación. El tinglado ceremonial conlleva el hecho de que siempre se repiten las mismas cosas, siendo lo peor de todo el que se considere como poesía todo aquello que la invalida. Así, por ejemplo, se habla de los poetas, una vez muertos, de las cosas que se cree que aquellos dirían, lo cual es tener razón por interpósito cadáver. Pero no acaba ahí la cosa, porque siempre que los poeta se infiltran en dichos tinglados ceremoniales es para acoger la preeminencia, aposentar el mando, resguardar la propiedad, empinar la dominación, esconder la autoridad, despertar la vigilancia, encender la sospecha, transformar la calumnia, nutrirse de recelo, orientar la traición, envolver la malicia, fecundar la violencia, exprimir la adulación, ensanchar la pusilanimidad, tensar el pavor, embriagar el furor, vestir la delación, inducir la intriga, adiestrar la falacia, alentar la altanería, llevar la querella, fortalecer el atropello, urgir la venganza, aforar la palabra, atontar la opinión, catequizar el pensamiento, enjutar la tristeza, refrenar la súplica, petrificar la impiedad, afilar la crueldad y cubrir la muerte.

Dichos acólitos de cagatines, abortadores de amores amnésicos, se pasan el tiempo tratando de olvidar con sus exabruptos esteticistas, que a la hora de la verdad, se quedan en casa, más propensos a la incertidumbre y al retraimiento, lo cual, dicho sea de paso, conforma la imagen tópica del poeta, más algún “plus” añadido por índice de pusilanimidad —que no peligrosidad— que confina el sonambulismo huraño.

No hablemos de quienes se visten de estúpida alondra del desierto o de puritano de la macrobiótica, o de quienes, por contrapartida creen que para ser más excelso poeta hay que intoxicarse con tabaco, hipnóticos, aspirinas y alcohol, por aquello de que ser escritor maldito no es más una manera para la opinión de sofocar o de disuadir la provocación, con tal de colocar en todas partes su existencial efigie, pero que al final —¡caray!— resulta que no son más que portadores del verbo o, lo que es lo mismo, escritores de segunda mano, pues no tienen en cuenta el hecho de que a toda heterodoxia es esencial la referencia directa a la correspondiente ortodoxia. De lo contrario, se la puede calificar de heterodoxia estupefaciente.

No. No hablamos de quienes, confundiendo este manierismo con un anticonformismo, lo adoptan como estilo de vida, porque es de saber que ya hay quienes hemos dejado de tomar en serio a la “generación” de los poetas-profesores, es decir, de quienes siguen enseñando la poesía como una ciencia, negándose ser, como dijo Cervantes, “el regocijo de las musas y otras baratijas que vuestra merced ha dicho”.

Pero lo más grave de todo es esa terca teoría del discurso dominante, según la cual tenemos que estar dispuestos a aceptarlo todo, ya no con resignación, sino con entusiasmo, hundidos en la banalización autocomplaciente. La ventaja está precisamente —como alguien ya ha dicho— en que los poetas nos hablan de sí mismos, pero no nos cuentan su vida. No hay poeta que no suela caer en silencios y dudas, porque, a este respecto, no puede olvidarse que por espacios paralelos otros solitarios desbrozan caminos paralelos.

En definitiva, y dado que la única comunicación seria es la comunicación escrita, nosotros siempre apostaremos por aquellos que, con rotunda hombría, inexorables en su anónimo, no rinden un centímetro de su terreno para ir hacia el público; quienes, con hosquedad, no postulan el encanto, sino el conocimiento de los orígenes de la expresión, exaltando la exigencia poética de lo social sin embrollar los propios discursos en mariconerías pitopáusicas. Son aquellos que no admiten, para su obra, otra envoltura que la que ellos mismos escogen y ordenan, de una manera dura, viril y severa, con notable logro y amedrentadora insumisión, al margen de los embalsamadores que hacen someros sumarios (léase antologías) de poetas, y más allá de todas las denegaciones prosaicas de lo cotidiano, con tal de desbrozar la realidad como artificieros del pensamiento, de reconocer su ambigüedad, dada su inscripción en la existencia viviente y, por tanto, de saberse sujetos limitados “hic et nunc”, pues, como dice Antonio Porchia, “el poeta no es una cosa hecha. Es el ignorado por sí mismo”.


Juan de Rosas Palacio