17/10/09

Casimiro de Brito: entre el caos y la transparencia

Al leer los poemas de Casimiro de Brito uno encuentra las características de la buena poesía, que podríamos enumerar de la siguiente manera: el poema pasa sin solución de continuidad desde la explosión del conocimiento hasta el sonambulismo de aquellos momentos en que la realidad es tan excesiva que se pierde la noción de las cosas; pasa desde la revelación de la flor hasta la visión de la opresión y del amontonamiento de oscuras demoliciones; desde la acción hasta la contemplación; desde la desmesura de la batalla poética hasta la irrealidad de un aturdimiento sin sentido.
Estas características, junto a aquellas otras que él mismo nos sugiere en esta conversación, nos acercan a su mundo poético.



¿Es posible considerar la poesía como un ejercicio de pureza contra la cruel amenaza del lenguaje?

— ¿Cuánto pesa una palabra? ¿Dónde la balanza que las pueda pesar si ellas, las palabras, son a veces más leves que el aire? Sutil aproximación del silencio la que se hace a través de la palabra poética, alquímica. Cuando un hombre se aproxima a la esencia del ser y siente fundirse al cuerpo en redor; en el dorso infinito de la madre absoluta... La palabra, entonces, sólo tiene sentido si disimula las dunas del silencio. Desnudamiento mutuo al final —ritmos que se confunden como se confunden, en la pintura de Tapiès, la cruz obsesiva y la miel de la tierra, como en nuestra vida se confunden en cada momento el magma y la ceniza y, en la rosa, su voluptuosidad y la dolencia anunciada... ¿Qué hago yo entonces en los libros de mi oficio? Deslizo, me muevo como puedo entre la escritura de la tierra y el vacío flexible de mis propias señales, signos. Dos respiraciones. Tal como Descartes se veía “en el término medio entre Dios y la nada, (...) entre el ser supremo y el no-ser”, así me muevo yo en estas aguas casi heladas de donde salgo terriblemente quemado.

—Reducir la poesía, como suele hacerse, a un discurso literario al servicio de diferentes y contradictorias estrategias culturales es una de las formas más seguras de empobrecerla y despojarla de su contenido espiritual. ¿Estás de acuerdo con nosotros en creer que la palabra poética, el legado espiritual de la poesía, son normas de perfección interior y humanidad que nada tienen que ver con las proclamas de algunos grupos y su manipulación interesada por quienes se esfuerzan en promover una atmósfera de confusión y de literatura comercial?

—La palabra comercial no tiene nada que ver con el mundo, sino apenas con las estrategias casi siempre pornográficas de un submundo pseudo-cultural. El contrato "entre la palabra y el mundo" de que habla Georges Steiner está siempre por ser roto por unos y recuperado por otros, y ese contrato no deja de fascinarme, ante todo porque ni las rupturas son definitivas (aunque se trate de Mallarmé o de Joyce), ni las alianzas exentas de distanciamiento. Signos que nos parecen en un momento dado pegados a lo real, trátese del mundo exterior o de realidades personalísimas, surgen después, por la magia de su transparencia, en situación soberana y casi "artificial", lo que de hecho son: artificios de papel donde se inscribe la memoria del olvido, la “claridad cósmica” mencionada por Hermann Broch. Más aún: si no siempre es legible en la palabra poética el caos, la angustia de su origen, algunos, algunos oídos privilegiados podrán escucharla. Todos cabemos, aunque diferentemente, en el espacio que se forma alrededor del poema. Un juego, al final; un juego perverso entre un “homo ludens” que permanece muerto bajo la luz de su texto y otros hombres no menos lúdicos que transforman el poema en su casa impermanente, ahí donde otro ser de nosotros es fundado.

—Para ti el poema es “de fuego devorador”; como el agua, los poemas están “abiertos a la geometría de todos los cuerpos”. ¿Entiendes, por tanto, el poema como una alineación de símbolos cuyos destellos brotan a medida que se penetra la geometría espiritual de las palabras?

—El poema para mí es fuego devorador pero es también otras innumerables cosas... que oscilan entre el caos primordial y un cierto deseo de transparencia. “La transparencia de todos los misterios”, escribía Lezama Lima en un diario de 1939... ¿Será la transparencia de los enigmas más oscura que el enigma de transparencia? Esa claridad, ese deseo de transparencia que me sustenta no es menos oscuro, no... oscuridad de metáforas blancas, vocación del "haiku" o del aforismo, hilos del habla que se aproximan al invisible como si yo viese lo que de hecho no puede ser visto ni escuchado.

—Como el árbol se pliega a su tropismo, el animal a su instinto, ¿crees que la palabra se pliega a una motivación de luz?

—La luz, la luz...”habitarla / suspenderme ileso en ella / y en mi rostro sereno / libertarla” —escribí hace 30 años, allá lejos en el comienzo del oficio. Y no aprendí nada. La vocación de la luz continúa, una luz o sonido fósil que preside nuestra pobre diáspora, pero ahora yo sé (aunque no sepa nada) que la morada de la luz es al mismo tiempo un deseo y un destino. No hay diferencia entre el día y las tinieblas, entre caos y armonía, lo que hay son ritmos, ciclos, mareas; no hay diferencia fundamental entre ser hombre y no serlo, entre la vida y la muerte —breves y varias respiraciones de la Gran Respiración. ¿Podrá el poema decirla? Broch dice que sí, que ella, la literatura, “incorpora el reflejo de ese brillo transcendente”. Es una cuestión de alcanzar o no la perfección, sus márgenes —una perfección que en sí contenga una saludable reserva de caos, de impureza, de “signos en rotación”, en fin, ese lugar oscuro donde una presencia inaugural sea también un lugar ausente que acoja nuestra tendencia al exilio, a una soledad más acompañada. El poema dura (la dulce soledad del poema) porque está lleno de misterio, ese frágil misterio del “duro deseo de durar” de que hablaba Eluard.

—Igualmente podríamos decir que la palabra se pliega a una motivación de silencio, ¿no?

—El silencio, si. El silencio. Pudiese yo merecerlo.

—El poema, ¿es el único país donde nos derrotan?

—No sé. El poema no es efímero ni eterno, oscila, es un animal mutante y mudado por quien lo frecuenta, un insecto de mil colores de inmediato asociado a otros modos de escucha, y todos ellos son justos. No me olvido que el poema es también el acto tan subjetivo de “descifrarlo”, de asociar a su cuerpo una piel nueva para uso de quien a él se acrecienta. Cada lector de San Juan de la Cruz leerá otra cosa en estos versos:


“Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche”.


La clarividencia que cada uno de nosotros asocia a este terceto lo vuelve un objeto múltiple, animal andrógino y variadísimo, sonido zen, exorcismo, amazónica floresta. En este sentido el poema es más espejo que ventana.

—Entonces, ¿crees que el poeta es quien, obligado a contemplarse en el mismo espejo sin cambiar de tierra ni de cielo, hace de su manera de esquivar lo más tedioso cotidiano toda una razón de fuego, transparentando la podredumbre y la belleza del día?

—No sé. O muy poco. Sé que hay una balanza cualquiera..., una balanza donde se pesa el banquete invisible, su prolongada devoración... Donde todo ese manantial se pesa y repesa con los signos del vacío y de la nada... suprema depuración. Me seduce el silencio pero soy donde estoy siendo una voz infinita —el todo del centro y la nada en abierto como si me dictasen cualquier cosa desde muy lejos. Pero digo, insisto: no me distraigan, no me desvíen de mi camino, de la única cosa que poseo, el ritmo personalísimo de mi muerte.


Entrevista de Antonio José Trigo

(Publicada en la revista “Imagen Latino Americana”, Caracas Venezuela, 1993)