2/6/12

La Desterrada de Margarita Michelena

Michelena-Margarita


LA DESTERRADA

I
Yo no canto
para dejar testimonio de mi estancia,
ni para que me escuchen los que, conmigo, mueren,
ni para sobrevivirme en las palabras.
Canto para salir de mi rostro en tinieblas
a recordar los muros de mi casa,
porque entrando en mis ojos quedé ciega
y a tientas reconozco, cuando canto,
el infinito umbral de mi morada

II
Cuando me dividiste de ti, cuando me diste
el país de mi cuerpo y me alejaste
del jardín de tus manos,
yo tuve, en prenda tuya, las palabras.
temblorosos espejos donde a veces
sorprendo tus señales.
Sólo tengo tus palabras, sólo tengo
mi voz infiel para buscarte.

Reino oscuro de enigmas me entregaste
y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo,
y es lengua doliente y una copa sellada.
Esto es la poesía. No un don de fácil música
ni una gracia riente.
Apenas una forma de recordar, apenas
—entre el hombre y tu orilla—
una señal, un puente.

Por él voy con mis pasos,
con mi tiempo y mi muerte,
llevando en estas manos prometidas al polvo
que de ti me separan, que en otra me convierten
y que es mi frontera inexpugnable,
un hilo misterioso, una escala secreta,
una llave que a veces abre puertas de sombra,
una lejana punta del velo centelleante.

Esto tengo y no más. Una manera
de zarpar por instantes de mi carne,
del límite y del nombre que me diste,
del ser y el tiempo en que me confinaste.
Has querido dejarme un torpe vuelo,
la raíz de mis alas anteriores
y este nublado espejo, teatro apenas
de la memoria que me arrebataste.

Y yo que fui contigo solamente
una sonora gota de tu música oceánica,
lloro bajo la cifra de mi nombre,
en esta soledad de ser yo misma,
de ser entre mi sangre un nostálgico huésped
que su idioma ha olvidado, mas no olvida
que es hoja separada de su ramo celeste.


III

Pero voy caminando hacia el retorno.
Pero voy caminado hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia tu rostro,
allá donde la música dejó ya de ser tiempo,
allá donde las voces son todas la voz tuya.

Aún es mi camino de palabras
aún no me disuelves de tu música,
aún no me confundes y me salvas.
Mas tú me tomarás desde el cadáver
vacío de mis pasos,
derribará tu soplo la muralla
y apagará la vacilante antorcha
con que mi voz, abajo, te buscaba.

Recobrarás la espada
que un ángel puso en mi costado
y este sonoro sello que en mi frente
me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré este reino
a frágiles palabras.
¿A qué cantar entonces, si ya habré recordado,
si estará abierta entonces esta rosa enigmática?



Margarita Michelena


MARGARITA MICHELENA: LA MUERTE EN SU POESÍA


Nacida el 21 de julio de 1917 en Pachuca. Muerta el 27 de marzo de 1998 en la ciudad de México. Margarita Michelena. Poeta y periodista. Su legado, empero, fue la poesía. Nada mejor hizo en su paso por este mundo. Dentro de su poesía, la presencia de la muerte fue una constante anticipada.
En “La casa sin sueño”, de su libro “La tristeza terrestre”, 1954, dejó dicho: “Miro pasar la sombra. Ya estoy muerta./ He muerto viva. Mi cadáver yace/ entre espejos de llanto y de ceniza.” Sus cenizas dispersas ya en el mar son parte del ustorio cósmico.
Margarita Michelena vivió esperando su muerte. ¿No es esto, queramos o no, lo que todos estamos esperando inevitablemente? En los poemas de “Paraíso y nostalgia”, que datan de 1945, ya escribía: “Yo vivo en este día que no cierra los ojos,/ esperando la muerte de esta amarga dulzura,/ la caída de mi alegría bárbara.”
Vivió, dicho con sus propias palabras, Margarita Michelena, así: “Yo, extranjera en mi carne/ y en mis propios sentidos,/ la visible y ausencia.”
Mujer de extraordinaria inteligencia, poeta de lúcidas visiones y guerra interna con su propia vida, que siempre fue más de una vida. Escuchemos su canto: “Yo puedo ser dos vidas./ A las dos puedo amarlas./ A veces las sorprendo, con su canción,/ A una, jugando con mis cabellos./ Y a la otra matándome/ con su fuego de estrella/ elegida para morir ardiendo.” Mujer de fuegos subterráneos y, como dijera José Gorostiza —“oh, inteligencia, soledad en llamas!”— en combate perpetuo y sin tregua con la inevitable soledad humana, por más que nos vistamos de toda clase de compañías.
Margarita Michelena murió, como todos, mucho antes de morir propiamente.
Continuemos prestando oídos a su canto, que fue la más sincera manifestación de su esencia: “Ajena ya a la vida siempre en joven presente,/ abstraída a la gracia/ de esperar el divino renacer de la muerte,/ yo, cancelada y sola sin huella de esperanza.”
La voz de Margarita Michelena jamás se alza para complacencia de las galerías. Su pureza poética es absoluta. Su canto un clamor integral de contenidos silencios y de una profundidad estremecedora. Canta siempre en duelo de vida y júbilo de muerte redentora. Confiesa: “Yo no he llegado nunca al final de la noche./ Y el mar existe./ Y yo deseo correr/ hacia mi entrega y a mi muerte.” ¿No es la vida, vayamos despacio o con prisa, una carrera hacia la muerte? Sí lo es. La vida, finalmente, no nos aclara la última cuestión. En tanto vivimos no es posible rasgar el velo del misterio. Hay que morir para ver, aunque sea ello un ver sin ver donde la luz lo ciegue todo. Hay que morir para escuchar y descifrar la palabra final o el expresivo y absoluto silencio.
Margarita Michelena, gran poeta, sin embargo, llega a decir: “Sólo he sido un impulso por huir de la muerte”, pero, ¿se puede huir de la muerte? Nadie puede huir de la muerte, no ya de la propia, sino tampoco de la ajena. Vivimos con la muerte al hombro y frente a los ojos. La vida, en realidad, no es más que el esqueleto de la muerte. Inútil querer engañarnos. Y Margarita Michelena lo sabía muy bien, digamos que perfectamente. Es por eso que en “Gris” escribe: “Hay una espesa muerte/ que divide las cosas.”
Es cierto, muy cierto, pero la muerte para Margarita, en “Laurel del Ángel”, 1948, es también “amorosa”. Recordemos: “Sí la amorosa./ La más plena hermosura./ La llama de tiniebla/ y de frescura”. Muerte deseada y soñada: “Y yo era sólo un sueño y el deseo/ de morir.” Vivir es en parte un secreto deseo de morir. En la poesía de Margarita Michelena nos vamos encontrando con harta frecuencia con la muerte: “Algo ya de mi muerte está aquí ahora”. Y continúa: “Ya no me pertenece/ la voz que está cantando a mis espaldas/ y mi puro planeta está llegando/ a ponerse debajo de mi planta/ porque ande mi memoria entre nieve.”
Memorias y olvidos. Vida y muerte. Canto. Únicamente el canto permanece. Margarita Michelena permanece en su canto, en su poesía, donde la muerte, a toda vida, nos habla de esta manera: “Deja que en este punto mi ceniza/ se caiga desde mí, que me desnude/ y me deje a tu orilla, consumada./ Que con brazos de amor —no los tuve—/ llegue por fin a la sortija de oro/ con que el misterio ciñe tus murallas.”
Margarita Michelena, periodista temida, fue por sobretodo poeta, una gran poeta, aún todavía no del todo descifrada y menos admirada y querida, la verdad suele ser antipática. Voz la suya que nos seguirá hablando en sus poemas radiantes de vida y muerte hasta el fondo del ser: “Vivo a veces mi muerte. Me recuerdo./ Adivino mi rostro y sé mi nombre./ Y la puerta se abre. Y yo penetro/ en mi primera identidad y salgo/ de la casa fugaz de mi esqueleto.” Libre ya de su esqueleto, Margarita Michelena, a toda muerte, es decir en plenitud de vida, por aquel “país más allá de la niebla”, entrevisto por ella y, hoy, ya, por ella habitado, en fulgor y clamor de poesía ajena a la cárcel de las palabras, las rimas, los preocupados acentos y otras rejas, vive su muerte en reunión y celebración de vida con los seres que amó y se le adelantaron en el camino, como fueron Efrén Hernández, María del Refugio, Eunice Odio…
La muerte, en suma, es el verdadero y real encuentro con nosotros mismos y con nuestra sagrada tribu espiritual.


Juan Cervera Sanchís