26/3/09

ASTERISCO (Maqueta de revista de poesía, septiembre 1987)

[“Asterisco” fue otro intento de revista de poesía por mi parte, como antes lo había sido “Cirros” (1978-1979), o más tarde “La Cuerda del Arco” (1988-1992) . “Asterisco” se hizo en septiembre de 1987, y no salió nunca impresa, quedándose como maqueta. A continuación reproduzco íntegramente sus textos, así como los dibujos y viñetas que los acompañaban, todos ellos míos.]




ASTERISCO pretende apartarse de las publicaciones que hoy tienen un carácter institucional, académico, oficial, o bien obedecen a fines de proselitismo ideológico y de compromiso político o estético, dentro de ese mecanismo de los resentimientos concretos o difusos, de los resquicios de envidia combatida, a veces encarnizadamente.

Simplemente hacemos constar que la poesía en el aire detenida nos sobrepasa y anula, crece en lo irreal, en lo imposible, en la absolución, allí donde el poeta vela, cumple, su palabra abierta al silencio, con un brillo de otro mundo, que resulta ser este mismo, sin intento, ni designio ni mensaje.




“Tan sorda queja tiene la soledad como el desierto”
GONGORA

Hay que sentir cada vez más la solidaridad directamente humana y terrenal, cotidianamente profunda y conmovedora, actuando en el pensamiento y sentir la burla por lo gregario, el desprecio ante la lógica, no ya como el que constantemente pule sus perfiles —las vaguedades que se van por los caminos del reflejo— sobre su ser de secreciones, con ese vago anhelo de conocerse y ser ante el espejo de control y de advertencias, atenuado de bruma crepuscular, envuelto en velos primiciales, en paisajes desteñidos, tras el miedo que incorpora su fantasma en la sombra, como un imperioso espíritu desconocido, sino como aquel cuya luz interior se labra ásperamente, concretando su desvelo, doliéndose del desprendimiento, lejos de la tiranía de lo accesorio y de la domesticación de la rutina, avivando un dulce brote de ansiedad frecuente, descifrando los signos y transmitiendo sus señales, como llevado pájaro sin sueño, donde se le advierte en sus ausencias y en sus urgencias.

Quizá sea esta actitud, a la orilla del acontecer, una expresión heroica de quien sabe que está determinado y obedece toda imprudencia viva, no quedándole más remedio que meditar sobre la eternidad para aplacar el rencor de su espíritu, defendiendo no lo curioso, sino lo frenético, con corazón salobre y vagabundo; perdiéndose hacia arriba en una sublimación sobre el vacío, hasta encontrar el ámbar de la noche, que está pero no se supone dónde.

De hecho, como bien dijo Nietzsche, “lo sublime no es sino la subyugación artística sobre lo terrible”, que siempre anega, haciendo sombra de música, guardando una semilla negra de agostamiento.

Es la convulsión de negaciones, de tinieblas blancas; el desconcierto lírico, como base, y la pureza íntima como fin, con tal de “apreciar sin vértigo la extensión de su inocencia” (Rimbaud); de recobrar el equilibrio difícil —gravitación del vértigo— que uno pierde cuando se posa en la ruta de las cosas y las mayorías…., donde brotan los pasatismos y vanguardismo aleatorios.

Ese equilibrio que une lo visto y lo adivinado en una sensitiva imprecisión, ambos en distracción y riesgos, desde los pequeños círculos íntimos hasta su proyección en grandes horizontes.

Esa difícil unidad entre el ser y el espacio, soledad y desierto, cuyo sentido está creado con la sustancia de una ansiedad lejana, haciéndose legítima la calidad de la queja sorda.




LA GLORIA DEL POETA

Cada vez que el lenguaje de la literatura cotidiana se vuelve reciprocidad cómplice, ley, la palabra se rarifica y la poesía prefiere el destierro. Al desertar de los lugares que se han convertido en tópicos, a fin de no tener que servir a ningún amo, se refugia deliberadamente en imágenes irrisorias o en paisajes hiperbóreos.

Rabiosa, la poesía despedaza las fórmulas, se ríe de las palabras, estrangula el ritmo de nuestras metáforas, se desdobla, se divide, se reduce a tres sílabas o se multiplica en mil.

Así es que más valdría preguntarse en ve de ¿qué es el poema y cómo llega a ser?, más bien: ¿qué pasa con aquel que hace posible el poema? ¿Cómo y en qué forma el poema transforma al poeta?

De hecho, el poema nace en el intersticio de lo real y lo ideal; ve la luz al alejarse de las palabras. El poema deja algunas palabras y, una ve apagados los últimos fuegos, se pierde en el silencio, porque el poema siempre rehuye nombrarse.

En cuanto al poeta, ¿es un burlado o un demiurgo? Yo no sé responder. Tal vez nadie pueda responder. Cuando escribimos no sabemos con certeza si somos el objeto de una experiencia o el sujeto de un poema, sin saber jamás en qué consiste ese acontecimiento vivido que llamamos la experiencia poética.

Sólo sabemos que la poesía, como el ángel que nos e nombra de la historia bíblica del combate de jacob, nos bendice y nos ofrece como don un destino. Pero este don tiene su cara inversa: tan pronto como somos nombrados, nos vemos escindidos. Sentimos que las palabras nos dividen para siempre.

Ser uno es, a partir de este momento, cosa del pasado. Doble, triple, ya no es uno sino varios. Hay algo de ese “drama en gente en vez de en actos” de Fernando Pessoa en todos los poetas.

La duda ya es irremediable. El desgarramiento del poeta tiene como consecuencia más inmediata una inversión en su percepción de las cosas. Así, lo real no es otra cosa que el vacío entre sí mismo y las palabras que lo nombran. Todo es verdadero y contradictorio. Todo es doble. Todo se intercambia.

Pero de desgarramiento del poeta tiene que ver también con esto: descubre que ya no cuenta con el recurso de poderse confundir con su palabra. Ella ya no es, ella no puede ser suya. La palabra es lo que él no es, ella no es lo que él es. Entonces no debe sorprendernos que a la pregunta: ¿quién es el poeta?, lo único que pueda responder sea: “nadie”.

El poema se esquiva, el poeta se divide, pierde su identidad, el mundo se invierte, y el lenguaje no le pertenece: todo está en orden. ¿quién cree ingenuamente que las cosas están para glorificar al hombre?

El poeta sabe que no es. Nunca sabrá decir quién es. Tal vez lo único que le quede sea tratar de descubrir a qué se debe que no sea nadie. En el relato de esta maquinación radica para el poeta el comienzo de la poesía.




La poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte. Pero al poeta no le queda más remedio que pretender formarse su propio alfabeto.


.......


Un poema, como una carta que espera, va señalando el paso de las horas, el paso de los días y los meses, yendo de ayer por hoy hasta mañana.


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¿Por qué se pretende oscuridad lo denso y vaguedad lo ligerísimo? Porque los fáciles toman el signo convencional como término, sin proposición, sin preocuparse, cuando en realidad, todo el sentido lírico ha de buscarse y lograrse con claridad difícil y con oscuridad verdadera (oscuridad palpitante de la claridad difícil).


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Si la claridad de la poesía es la ausencia de la pasión, su oscuridad es una condición, una ligereza de la materia, casi más que una sustancia.



PLIEGO DE POESÍA


Todo lo que vive es lo que no se ve.
Una mirada cruje. Hay un silencio.
Pendiente de la gravedad desnuda del ser,
de la luz, tu cuerpo,
custodiando, en un aire sin fondo,
cuanto niega el espejo.

Raya el tiempo la raíz de tu nombre,
¿en qué soledad, lejos?

Ah, cómo no nombrarte, reclamarte
con voz fuera del tiempo,
descarnando el amor de la forma
como una ofrenda al sol, al viento,
antes de que se cierre otra vez el cielo sobre otro día,
y llevarte hasta qué adentro.




Te suspendo por dentro
como un agua muda y cambiante
que ya es toda mi música,
y te dejo soñar
sosteniendo una contemplación
de árboles que se inclinan
por los caminos del reflejo,
vago rumor de río, de fuente, de mar.





Nada hay como arrumbarse en el lecho
para besar tus pies sueltos, ingrávidos,
y esperar que el vidrio terroso de tus ojos
apuntale mi sueño antes de ser el alba.






“he visto que las cosas cuando buscan
su curso encuentran su vacío.”
Federico García Lorca


Odias la ciudad en las injurias
del pasado que rechazas,
y reducida a ti misma, tristeas,
dolida de ser luz que nadie nombra,
hablándome un lenguaje cifrado de silencios
sobre la vida que no acaba de vivir
cuando buscas tu curso y encuentras tu vacío.
Más, no veas tus ruinas en mis ojos,
no trates de borrar tu propia imagen,
la inmensa y sola ternura de la tierra,
en la figuración de los espejos llameantes.
Porque no estás más sola, amiga,
y porque la realidad no es culpa de nadie.

¿Qué tratas de encontrar al otro lado del cristal?
¿Dónde sino en tu mente se mueve la claridad
dibujando la línea pura del silencio?

En el deseo de los pájaros es donde tú,
mujer que interrogaste al sueño,
descubres que eres apenas un cielo sorprendido
tras esos días sin huellas
—ceniza frente al mar—
que se filtran por tus ojos
y se hacen noche en ti,
mientras yo reúno mis últimas palabras
para el viento que llega solo y desmemoriado.

Si en ninguna parte se está bien
vámonos a estar solos.

La luz te busca en mis sentidos.






(Para Vicky, en quien la soledad y el silencio
llegan a entenderse)

Nadie llama a nuestra puerta para hacernos compañía.
El tiempo se apodera de la voz que te pronuncia.

De pronto nos encontramos en la extensión silenciosa
sin poder nombrar las cosas, solos,
sin sombras amigas, y mientras escancio
el amargo licor de tu derrota,
tus manos ofician antiguos rituales
bajo las pálidas formas del crepúsculo,
y tu voz resuena en la opacidad de lo ocultado.

Nos desconoce el espejo lleno de oquedades movedizas.
El vino vuela hacia el corazón de la uva.
Se hunden aquí las lejanías.
Allí al fondo hay una puerta
con una luz encendida.
Todo es al deseo invitación.

Despierta, pronto. Acompáñame.
Condúceme a donde nos olvidemos
a través de tus ojos negros ausentes,
de tu boca ausente, de tu voz ausente,
a donde se aposente el corazón
al amor de las cosas que nos pasan
(las cosas que olvidó el olvido),
como en el peñasco se aposenta el águila
estructurando su imagen para el vuelo.







Quiero gastar mi vida en desgranar
los minutos, los besos, los poemas.
Y ya, seguro, desvivido,
dejarme llevar por ti de la mano al sueño.







Tras de la palabra última
se arropan oscuros labios.

Sombras desnudas de luz
nos presagian la voz oculta,
la palabra desnuda, aún no dicha,
que nos devuelve el camino
aún no herido,
tras un anhelo de noche en la mirada,
tras el torpe silencio
que acecha fuego prendido.





Abrimos los ojos
y vemos cómo crece la mirada de las cosas
saltando el signo del comienzo,
que, como el mar sin testigos,
devuelve la luna, el viento, las nubes,
el árbol, la nieve, el hombre, la estrella,
hasta cumplirse el rito que se llama
invocar a la belleza
que yace tirada en cualquier parte.

Tan sólo después, cuando se nos quedan
los ojos allá arriba, parece posible
reconstruir algo que nunca ha rozado la muerte.




La poesía ha de simbolizar la necesidad que tiene el ser humano de nombrar las cosas y su propia conciencia para entenderlas.




La forma es el lado de afuera del contenido. Obstinarse en ella es idolatría. Ansiarla es amor.



Creer en la palabra
en sí y nada más
crea una ausencia,
en lo interno, de realidad.